—¡No, Bocha, así no! Si sólo
invocas espadas normales y espadas ardientes, será muy fácil
eliminarte en una batalla. Tienes que intentar sacar al menos la de
agua.
—¿Y cómo lo hago? ¡Me estoy
poniendo nervioso!
—Tranquilízate, lo primero. Estoy
segura de que la facilidad que tienes para invocar espadas ardientes
es porque de algún modo tu energía está siempre sobreelevada. ¿Qué
es lo que tienes en mente? ¿Para qué luchas?
—Para vengarme del asesino de mi
mejor amigo.
—Entonces es normal que sientas esa
rabia. Para sacar las espadas de agua tendrás que calmarte. El agua
simboliza la tranquilidad, lo frío y lo sereno. La energía del agua
es un flujo continuo y controlado, así que vas a tener que aprender
a dominar tu energía si quieres invocarla. Comenzaremos por unos
estiramientos...
Bocha y Bego practicaban y practicaban
el estilo de lucha de la invocación de espadas, pero era inútil:
Bocha era muy complicado de manejar como estudiante. Se frustraba
porque no conseguía sacar lo que su maestra le pedía, y lo iba
haciendo todo cada vez peor.
Tras haber estado dos horas practicando
estiramientos y la respiración, Bego se acercó a él y le cogió de
los brazos, suavemente, para recolocarle la postura. Él se puso muy
nervioso y comenzó a sudar, cosa que ella notó enseguida y que le
hizo mucha gracia.
—Vale, Bocha. Ahora que ya dominas
las respiraciones y los estiramientos, es hora de que veamos si has
avanzado en el control de tu energía. ¿Cómo te sientes?
—Estoy cansado.
—Aparte.
—Pues...—respiró hondo—, siento
paz. Sin embargo hay algo todavía que me molesta...
—¿Y qué es?
—No lo sé.
—Bueno. Probemos a ver si ahora
invocas las espadas.
Bocha se puso en la posición que Bego
le había indicado, respiró hondo y alzó la mano. Salió una espada
normal, que voló disparada en dirección a Bego. Esta la esquivó
rápida y con elegancia.
—¡Ay! ¡Lo siento mucho, Bego!
—No, no te preocupes. No pasa
nada—miró hastiada a Bocha. Ya no le hacía tanta gracia la
atracción que él sentía hacia ella...
—A ver, Cretino...
—Que no me llamo así...
—Que me la sopla... Me han contado lo
de tu rabieta con el policía. ¿Qué hiciste exactamente?
—Le cogí del cuello y lo tiré al
suelo. Después, me lo imaginé aplastado, y no sé muy bien cómo,
le di un pisotón en la cabeza que se la atravesó.
—¿Cómo te sentiste?
—Poderoso. Me imaginé que mi pie era
un martillo grande y de repente tenía sesos en mis zapatillas.
—Qué puto asco, joder. Bueno, veamos
si puedes hacer lo mismo con esos melones—su profesor, Draves, le
señaló varias piezas de esta fruta que había sobre una mesa.
Cretino se acercó, cogió un melón,
lo colocó en el suelo e imaginó lo mismo que con el policía.
Draves sintió que el aire se hacía más denso y vio cómo su alumno
aplastaba el melón con el pie.
—Muy bien, figura—le señaló las
manos—. Ahora a ver si puedes hacer lo mismo con las manos.
Esta vez, el joven no cogió el melón.
Cerró la mano en un puño e imaginó que era un gran mazo. El aire
se volvió pesado de nuevo y él volvió a aplastar la fruta.
—Estupendo, chaval. Ahora vamos a
practicarlo en movimiento.
—¿Y bien, Galia? ¿Cómo te sientes
con tu poder?
—Me gusta...
—Ahá... Vale, voy a ponerte varias
pruebas. Consisten en dominar diferentes cantidades de artefactos
electrónicos o mecánicos. No necesitamos que las pases todas hoy,
tan solo las que puedas antes de sentirte agotada. Es básicamente
para ampliar tu resistencia y tu ratio de control. ¿Preparada?
—Sí.
—Allá vamos, pues—MDM, la tutora
de Galia, apretó un botón, y varios juguetes con forma de robot se
encendieron.
Galia los miró fijamente. Le brillaron
los ojos durante un instante y entonces empezaron a moverse de la
forma que ella decía.
—Derecha. Izquierda. Izquierda.
Izquierda. Derecha.
MDM apagó los robots y pasó a la
siguiente prueba: dominar una sala de veinte ordenadores. Galia pasó
esa y las siguientes pruebas sin problemas, hasta que llegó a la
décimo primera. Esta consistía en dominar varios aviones de
combate. Galia pudo encender dos y controlarlos con facilidad, pero
cuando añadió el tercero y el cuarto, empezó a darle pinchazos la
cabeza. Gritó de pánico y dolor, y los aviones explotaron. MDM la
miró y dijo:
—Lo has hecho muy bien. Mañana
continuaremos, de momento, descansa.
Garret se defendía muy bien con la
espada de estoque, sin embargo, todavía era un poco novato en lo de
encantar su arma con los hechizos.
—Bien—dijo Kay, poniendo los brazos
en jarras—, lo que te voy a pedir es muy sencillo: vas a encantar
la espada con el brillo azul celeste.
—¿El encantamiento del hielo?
—Precisamente.
—Pero ese no lo domino bien...
—Para eso estamos dando clases, ¿no?
Para que lo domines. Venga.
Garret pronunció unas palabras en un
idioma desconocido mientras se ponía en posición de combate. La
espada comenzó a brillar en un tono azul celeste, como se suponía
que debía ser, pero cuando fue a por el objetivo, el encantamiento
se rompió y Garret tuvo que lanzar la espada.
—...Otra vez—dijo Kay,
tranquilamente.
Garret lo intentó más veces, fallando
todas. Ese hechizo era el que menos le gustaba: prefería el brillo
rojo. Kay observó la mecánica que tenía Garret y a la octava vez
que intentó el hechizo y fracasó lo detuvo.
—Prueba a poner la espada de otra
manera. O sea, en lugar de atacar con la espada por delante, prueba a
avanzar tú antes que la espada.
—...A ver.
Esta vez, Garret encantó la espada y
se lanzó primero con el cuerpo, manteniéndola a su lado en
horizontal. Impactó en el objetivo y lo congeló.
—¡Ha funcionado!
—Claro que ha funcionado. ¿Acaso
esperabas otra cosa?
—Pues no sé.
—Da igual. Sigue practicando, que tu
estilo en esa posición es todavía muy tosco.
—O sea, que tu poder es ahogar a la
gente a distancia...
—Más o menos... Puedo separar los
átomos de los diferentes gases que hay en el aire y destruirlos o
reunirlos en un mismo punto.
—Curioso... Mira, vamos a hacer una
cosa. Más o menos, ¿hasta qué distancia puedes utilizar tu poder?
—Unos veinte metros.
—Pues vamos a ampliar ese ratio. Yo
me voy a poner ahora a veinticinco metros, y tú vas a concentrarte y
a forzar tu poder.
—Me va a doler...
—Sin sufrimiento no hay resultados.
¡Venga!
Nerea sacó un cuentakilómetros y
marcó la opción de metros. Se fue corriendo y paró cuando el
aparato le marcó veinticinco.
—¡Ya puedes!
Joel, con disgusto, miró fijamente a
Nerea y se concentró. Empezó a manejar su poder. Cuando intentó
llevarlo más lejos del límite, la cabeza y los pulmones comenzaron
a dolerle y arderle. Sufriendo, siguió intentándolo, hasta que
Nerea comenzó a notar que le costaba respirar. Cuando se fijó en
que ya no le quedaba apenas oxígeno, le hizo una señal a Joel y
este se detuvo. Cayó desmayado al suelo.
—Vaya—dijo ella, acercándose
fatigada—, tendremos que empezar con algo más suave.
—¡Bien, Maite!—comenzó Cati, su
maestra—. ¿En cuántos animales has conseguido transformarte?
—Unos veinte.
—Bien. Si te enseñase una foto de un
animal en el que no te hubieras transformado, ¿serías capaz de
imitarlo?
—No lo sé, nunca lo he intentado.
Siempre los he visto en directo.
—Bueno. Probemos de todos modos.
Cati sacó de un pequeño maletín un
montón de tarjetas plastificadas con figuras de animales. Sin
embargo, lo primero que le enseñó fue una hidra de tres cabezas,
como en la mitología griega.
Maite se quedó pasmada durante un
momento. Cuando se recuperó, trató de concentrarse y dio pie a la
transformación. No salió bien. En lugar de una hidra de tres
cabezas, se había transformado en una morena de una sola, que
coleteaba en el suelo. Volvió a transformarse, respirando
pesadamente.
—Vamos a tener que intentar cosas más
sencillas—dijo Cati, un tanto molesta.
—Pues va a ser que sí...
—¡Bueno, Malan!—dijo Ailee—.
¿Qué quieres hacer primero?
Malan la miró a los ojos y, con un
destello de luz, contactó con la mente de la joven. Ella quedó en
un estado como de sonambulismo.
—Dame chocolate caliente y un gran
abrazo.
—Sí, mi señor.
Y ella le trajo chocolate caliente y le
dio un abrazo de oso. Malan, satisfecho, sonreía y se reía como el
niño pequeño que era.
—¡Al final esto va a ser más
divertido de lo que me imaginaba!
El tutor de Male, Varo, se sentó en
una silla a tocar la guitarra. Male se quedó de brazos cruzados,
mirándole desconcertada.
—Esto... ¿Qué haces?
—Afino la guitarra.
—¿Por qué? ¿No se supone que me
tienes que enseñar?
—Ahá. Hmm... Ya está. Suena bien.
Ponte ahí—y le señaló un punto de la estancia—. Vamos a probar
algo.
Male se puso en el punto que le habían
señalado. Varo se levantó y comenzó tocando unos acordes.
—Cuando yo entre más deprisa, tú
levantarás el agua del vaso que hay allá lejos y la traerás
moviéndola de lado a lado como si fueras un metrónomo, marcando el
ritmo de mi canción. ¿Lista?
—A ver, a ver—Male le detuvo—, lo
de traer agua lo domino. Lo que no domino tanto es lo de crear hielo.
—Hielo, ¿eh? Vale. Ven aquí y
siéntate aquí conmigo—le ofreció una silla a su lado y ella se
sentó—. ¿En qué estado de ánimo sueles estar cuando controlas
el agua?
—Tranquila, supongo. Aunque de normal
cuando me atacan me pongo nerviosa.
—Sí. Pero yo me refiero a cómo
fluye tu energía.
—...Como un río supongo. Hace tiempo
que también dominé eso.
—Bien, una cosa menos que explicarte.
Pues verás: para crear hielo, tienes que endurecer ese río y
transformarlo en un glaciar.
—¿Y cómo hago eso?
—Visualizando y controlándote
mentalmente. ¿Conoces el tai-chi?
—Ahá.
—Bien. Pues vamos a utilizar los
movimientos de este arte marcial para controlar el agua y congelarla.
Necesitaremos movimientos rápidos y decididos. Angulosos, como el
hielo. Trae el agua del vaso.
Male sacó la varita de plata que
llevaba en el cinturón y atrajo el agua. Una vez la tuvo cerca, Varo
la cogió de la muñeca.
—¡Sigue controlando el agua pase lo
que pase! Y recuerda, ¡firmeza!
Y le movió el brazo de arriba a abajo.
Male se dejó llevar, pero terminó el movimiento ella. El agua se
congeló, formando una estaca de hielo.
—¡Muy bien! Ahora vas a aprender a
darle forma.
—¿Pero quieres hacerme caso de una
vez? Tienes que aprender a volar con sigilo, ¡y no tienes ni idea!
—No me caes bien, Ivanov. Asqueroso.
—No se trata de que te caiga bien o
no. Soy tu profesor y harás lo que yo te diga.
—¿Quieres que vuele con sigilo?
¡Pues cierra los ojos y lo haré!
—Más te vale., Penesan. Más te
vale.
Ivanov cerró los ojos y ella se
levantó del suelo. Rápida pero silenciosamente, pasó al lado de su
profesor varias veces y se marchó volando. Al cabo del rato, el
tutor abrió los ojos y, al ver que su alumna había desaparecido,
montó en cólera.
—¡¡Pero será hija de puta, la tía
cabrona esta...!!
—Ranusa, mi cara no es un jodido
chiste. Para ya.
—¡Lo siento, Juanma, es que...! JA,
JA, JA, JA, JA.
Ranusa se revolcaba por el suelo de la
risa. Habían estado practicando la aceleración de partes aisladas
del cuerpo cuando él atacó de broma a su profesor y lo asustó.
—Bueno, al menos vas a salir de aquí
sabiendo algo más.
Juanma dio por hecho que su alumno se
negaba a dar más clase y se sentó a jugar al solitario con una
baraja de cartas que sacó del bolsillo.
—¿Y qué me vas a enseñar? Porque
yo he practicado mucho en mi casa. Sé todo lo que puedo saber acerca
del futuro.
—Sí, pero tienes un método de verlo
demasiado desordenado—Marie le hablaba a Reïk sin mirarle a la
cara, para desgracia suya—. Si pudieras ver una especie de
“archivo” donde están almacenadas todas las posibilidades de las
decisiones, una en cada carpeta, podrías escoger la que quisieras y
ver sólo esa, en lugar de tener que pensar en cada acción para ver
el resultado.
—Estoy contento con mi manera de
ejecutar mi poder... ¿No podemos jugar al ajedrez? Si lo que quieres
es que mejore mi mente para estrategia...
—Bueno, por qué no.
Y comenzaron a jugar al ajedrez.
Partida tras partida, Marie se ponía más y más nerviosa, ya que no
dejaba de perder. Al final, se rindió.
—En fin, como ya veo que no dejas de
ganarme, creo que te buscaré un contrincante más adecuado a tu
nivel.
—Jej...
—¿¡Y AHORA ME ENSEÑAS TU ESPADA!?
—QUE ES UN MACHETE, JODER.
—Bueno, puedes cambiarle la forma,
así que me dirás tú qué importa cómo lo llames.
—...¿Quieres que te enseñe lo que
sé hacer?
—Sí.
Tarrkiem sacó el machete y le cambió
de forma a escudo, espada, lanza, daga y un bumerán.
—¡Impresionante!—dijo Evan—.
¿Puedes transformarlo en líquido?
—Pues ahora que lo dices...—lo
intentó y no le salió. Se le cayó el machete al suelo—. No.
—Ya tenemos una cosa que practicar.
Concéntrate.
Al cabo del rato seguían en las
mismas. Tarrkiem se desesperó y se fue dando un portazo.
—Bueno, pues nada—dijo Evan con los
brazos en jarras.
—¡Muy bien, Thorgio!—Gimlo hablaba
con una voz chillona insoportable que hacía que el pobre alumno se
pusiera de los nervios—. ¿Cuántas copias eres capaz de lanzar a
la vez?
—Dos.
—¡Intenta tres!
—Sí, ya.
—¡Que sí! ¡Vamos!
Thorgio bufó y se concentró. Se
dividió en dos y luego, forzándose, en cuatro. Pero las copias
explotaron enseguida y no funcionó.
—¡Sigue practicando!—y el profesor
se marchó de la sala.
—Pero qué mierda me estás
contando...
Thorgio se quedó solo en la
habitación, sin profesor. Como no tenía nada mejor que hacer,
practicó como el enano con voz de teletubbie le había dicho y al
final de las cuatro horas era capaz de aguantar las cuatro copias
durante veinte minutos sin explotar. Cuando Gimlo volvió, Thorgio le
cogió del pecho.
—¿Dónde estabas, enano cabrón? Me
has tenido aquí haciendo el gilipollas durante cuatro putas horas
para irte de cervezas. Espero que me lo compenses rápido porque si
no voy a hacer zumo de tomate con tu cabeza.
—¡Sí, me he marchado por ahí!
¿Pero a que mi consejo te ha valido? ¿Eh?
—...Vete a tomar por el culo.
Y Thorgio se ajustó la capa y se fue.
Garret salió derrotado de su
entrenamiento, justo como todos los demás excepto Reïk, Malan,
Ranusa y Penesan, que salieron felices como unas castañuelas. Se
fueron juntos a comer y, tras un silencio sepulcral en la mesa,
volvieron a la base subterránea. Male, Garret, Bocha y Maite se
sentaron juntos a esperar a que comenzara el turno de tarde, y cuando
éste lo hizo, se separaron. Male y Garret se quedaron juntos, ya que
él no sabía muy bien lo que hacer y sentía curiosidad por lo que
su amiga era capaz de lograr.
—¿Cuál dices que era tu poder?
—Puedo controlar los líquidos:
moverlos, congelarlos, evaporarlos... Hay algunas cosas que me
cuestan más, como congelarlos, pero Varo me ha enseñado a hacerlo
de forma rápida y a darles forma de lo que yo quiera.
—¿Como qué, por ejemplo?
Male sacó su varita y, con unos
movimientos dignos del mejor director de orquesta, sacó el líquido
de las botellas de bebida isotónica. Con unos trazos muy veloces,
creó una espada angulosa y bella, que relucía en tonos azulados y
violáceos bajo las luces del búnker. La cogió del aire con la mano
enguantada y lanzó unas estocadas.
—¿Ves?
—Guau, es preciosa...
—¿A que sí? También puedo crear
otras cosas, pero esto es lo más sencillo de momento.
—Impresionante. Y una duda, ¿cómo
es que no se te resbala de la mano?
—Sólo se resbala si comienza a
fundirse, y yo la mantengo congelada todo el tiempo. Por otra parte,
estos guantes son antideslizantes, además de no dejar traspasar el
calor humano.
—Pues tendrás toda la mano sudada.
—En realidad no. Transpira bien.
—Vaya.
Se acercaron a Vec, y Male le explicó
que quería aprender a manejar esa espada. Comenzaron la clase, y
mientras tanto, Garret buscó a Ranusa. Miró por todos lados y lo
encontró sentado tomando una bebida isotónica.
—Hola, Ranusa.
—¡Hey, Garret! ¿Qué te trae por
aquí?
—Verás... Esta noche necesito hablar
contigo. Iré a tu habitación a las 11:30, así que asegúrate de
estar ahí cuando llegue yo. Ah, y deja la puerta abierta, así no
tendré que tocar.
—Como quieras—dio un trago—, pero
no lo entiendo. ¿De qué me quieres hablar?
—Te lo diré esta noche, pero no le
digas a nadie que hemos quedado. Es un secreto de Estado, ¿me oyes?
—Sí, pesado... Va, vete a entrenar
un poco.
—¿Tú no lo haces?
—Nah, no hay nada aquí que me pueda
servir.
—Igual manejar algún tipo de daga
o...
—Sí, bueno, me estaba planteando
eso, pero es que tampoco me apetece levantarme...
—Eres un puto vago.
—Ya ves. Venga, tira—y le hizo un
gesto con la cabeza.
Y así, quedaron para la noche. El
resto del día transcurrió de forma pacífica, con la mayor parte de
la gente practicando y aprendiendo cosas nuevas, y cuando acabaron,
se fueron todos a sus habitaciones, derrotados por el cansancio.
Garret miró el reloj: las siete y media. Tenía cuatro horas para
ducharse, ponerse ropa cómoda para poner en práctica su plan,
cenar, alternar si acaso un poco con alguno de sus amigos y acudir a
la habitación de Ranusa.
Llenó la bañera, se desnudó y se
relajó, dejando que el agua caliente evaporase el cansancio y la
sensación de suciedad. Una vez limpio y a gusto, sacó un librito
del maletín de las espadas y buscó el encantamiento de
invisibilidad.
Estuvo practicando con ese
encantamiento hasta que tuvo la certeza de que nadie podría
descubrirlo en un viaje hasta el cuarto de Ranusa, y justo al acabar
Hina le trajo la cena. Eran huevos rellenos de atún, tomate y
mayonesa. Se sentó en la mesita de café vestido de manga corta y
bermudas mientras miraba desesperado el reloj. Las nueve y media. Aún
quedaban dos horas para la cita. Cuando terminó, a las diez, se
cambió de ropa y probó el hechizo de invisibilidad. Salió al
pasillo y fue a la habitación de Male, a la cual también quería
convencer del plan de su padre.
Llamó discretamente a la puerta. Male
se acercó, quitó el cerrojo y acto seguido abrió un poco. No vio a
nadie. Intentó cerrar, pero Garret puso el pie en el hueco y se lo
impidió.
—Male—susurró—, soy yo, Garret.
Abre.
Male, desconcertada, abrió más la
puerta y luego la volvió a cerrar. Oyó unas palabras en un idioma
extraño y vio aparecer a Garret, que la miraba contento.
—¿Has visto? ¡El encantamiento de
invisibilidad funciona!
—Ya, ya lo veo...—fue a su cama y
metió un libro de tapas negras bajo la almohada—, ¿qué te trae
por aquí?
—Quería hablar contigo sobre una
cosa... En privado. Por eso he venido. ¿Esperas a alguien?
—En realidad, no. No, estaba
leyendo...
—¿Sí? ¿El qué?
—No, nada, una cosilla que me he
encontrado en la bibliotequita esta... Bueno, dime. ¿Qué me querías
decir?
—Antes que nada, quería asegurarme:
¿tú confías en Todo?
—Supongo que sí... ¿Por qué?
—Porque yo no.
—¿Y eso?
—Verás...—Garret sacó el diario
de su padre—. Quiero que leas esto.
—¿Qué es?
—El diario de mi padre...
Male se sentó en uno de los sillones
negro y cobalto de la habitación. Eran igual de bajitos que los del
cuarto de Garret. Él se sentó en el que ella tenía al lado y se
sirvió una taza de té caliente. Sabía a cereza.
—Hm, este té está muy rico...
—Lo pedí expresamente...
Estaba concentrada en la lectura, así
que él decidió no molestar más. Se bebió el té tranquilamente y
cuando lo acabó se sirvió otra vez. Miró el reloj: las diez y
media. Todavía tenía tiempo.
Al cabo del rato, Male terminó. Cerró
el diario y se sirvió té ella también.
—¿Y bien?
—Así que Todo no es lo que parece...
¿Y qué pretende entonces?
—Yo creo que es probable que
tergiversara todo el asunto y pusiese a Nada como la mala. ¿Y si es
él el que pretende apoderarse del Espacio?
—Sí, bueno, pero no estamos seguros.
La única prueba que tenemos es el diario de tu padre...
—Como has podido leer, mi padre
estaba relacionado con otros dos hombres—explicó Garret—: el
Mensajero Veloz y Nüne. Tengo la fuerte sospecha de que el Mensajero
Veloz es el ancestro de Ranusa, y pretendo hablar con él esta noche
para intentar convencerle. De hecho, tal y como pone ahí, es uno de
los primeros con los que tengo que hablar.
—¿Entonces por qué hablas primero
conmigo?
—Porque confío en ti. Además, he
quedado con él a las once y media. Me sobra tiempo.
—Ya veo... ¿Y qué habría que
hacer?
—Habría que crear una rebelión el
día del ataque a Nada. Además, quisiera comunicarme con ella antes
de que eso ocurriera, porque mi padre confiaba en nuestra fuerza pero
yo no estoy seguro de que podamos contra Todo.
—Espera, ¿tu padre ya contaba con
que aceptaríamos todos?
—Sí, eso creo.
—Pues no sé yo, eh. Thorgio por
ejemplo, o incluso Joel...
—No me preocupan. De hecho yo pensaba
que me costarían más Penesan y Tarrkiem.
—Ya...
—Entonces, ¿aceptas?
—Sí, me imagino. Tampoco es que me
caiga muy bien Todo. Me da malas vibraciones...
—¡Genial!
—¡Shhh, no grites, loco!—Male,
alarmada, hizo gestos con las manos de que bajara la voz.
—Es verdad, es verdad... Bueno, a ver
qué hora es... Las once y cuarto. Me quedan quince minutos. ¿Qué
estabas leyendo? Quiero verlo—se levantó del asiento y fue hacia
la cama, donde había visto que Male escondía el libro.
—En realidad no creo que...
—¡Venga! ¿O acaso tienes otra cosa
mejor que enseñarme?
—¡De hecho, sí!—corrió hacia su
vestidor y sacó un bolso de bandolera de color negro y plateado. Lo
puso encima de la cama y rebuscó dentro—. A ver... Aquí está.
Sacó una cajita de madera azul oscura
y la abrió con una llave que llevaba colgada en el cuello. El
contenido de la cajita resultó ser una ocarina de cristal azul. Male
se sentó con ella en la mano.
—Es preciosa.
—Sí, ¿verdad? Es un recuerdo de
familia.
—¿Qué ha sido de ella después de
venir aquí?
—En realidad, murieron en un
accidente hace mucho tiempo. Esto estaba en mi casa, concretamente en
mi cama, cuando llegué. Era un regalo de cumpleaños atrasado que me
dejaron antes de marcharse en coche hacia ni me acuerdo dónde...
—Lo siento mucho...—Garret vio cómo
se le humedecían los ojos. Sintió el impulso de darle un abrazo,
pero no supo lo que hacer.
—En realidad, no pasa nada. Fue hace
mucho tiempo—con un movimiento de dedos ligero como una brisa se
sacó las lágrimas de los ojos y las vaporizó en el aire—. Cuando
me enteré de lo que les había pasado, cogí todo lo que me
importaba, lo metí en el bolso y me largué... Y acabé viviendo en
un lago perdido de la mano de Dios con la única compañía de los
peces, los ratones y los pájaros.
—Eso es triste.
—Sí, supongo... Da igual—se dio
dos palmadas en la cara y volvió a sonreír—. ¿Quieres que toque
algo?
—Ah, ¿la sabes tocar?
—Claro, aprendí sola en el bosque.
—¡Pues adelante!
Male se puso la boquilla en los labios,
cerró los ojos, colocó los dedos y suspiró. Comenzó a tocar una
suave melodía, cautivadora, que a Garret le recordó a un antiguo
templo en las montañas.
Miró el reloj: las 11:30. Dejó que
Male terminase de tocar la canción y se levantó.
—Tocas de maravilla, que lo sepas—y
le dirigió una gran sonrisa—, pero tengo que irme ya.
—Ah, vale. ¡Buenas noches! Suerte
con lo de Ranusa.
—¡Gracias! Descansa.
Así, Garret volvió a pronunciar el
encantamiento de invisibilidad. Desapareció de la vista de Male,
abrió la puerta con cuidado y fue hacia la habitación de Ranusa. La
puerta estaba abierta, y una luz cálida se escapaba hacia el
exterior.