martes, 5 de agosto de 2014

Capítulo XIV - La llegada a la mansión

Garret sintió un escalofrío cuando cruzó por el portal. Al llegar al jardín de Todo, una brisa nocturna y helada le sopló en la cara, aumentando todavía más la sensación de desagrado. La fina ropa que traía de la playa estaba rota y hecha polvo, y no era capaz de abrigarle adecuadamente. Todo sonrió mientras seguía caminando.
—Aquí hace más frío que en la playa, supongo.
—Sí.
—Pues date prisa en entrar, o te resfriarás. Y los entrenamientos comienzan mañana, no querrás estar indispuesto.
—Por supuesto que no... Pero, ¿mañana? ¿No es demasiado pronto?
—Para ti puede, pero tus compañeros llevan más tiempo esperando, al igual que yo. No podemos alargarlo más.
Ambos se pararon delante del enorme portón que daba acceso a la mansión. Todo esperó unos segundos con la mirada puesta en la barrera de madera que los separaba de la calidez del interior del enorme caserón y esta se abrió lentamente. Una vez abierta, los dos entraron, y conforme lo hicieron escucharon cómo se cerraba la puerta tras ellos. Garret observó la opulencia con la que estaba adornado el interior: tapices de colores, alfombras de terciopelo, vasijas y jarrones de oro y porcelana fina, lámparas de los más puros cristales...
—Impresionante decoración—observó el joven, acercándose a los tapices que cubrían una de las paredes—. Digna de las más ricas familias que jamás hayan existido en nuestra tierra.
—En efecto. Yo mismo la escogí—el hombre sonrió complacido, y con una ligera reverencia y un gesto con el brazo, señaló las escaleras que daban al piso de arriba—. Ahora, sin más preámbulos, te acompañaré personalmente hasta tus aposentos.
—Muchísimas gracias.
—Sígame, caballero.
Con un ligero retintín (el cual Garret interpretó como una burla hacia su persona y se ofendió), Todo pronunció estas palabras y subió las escaleras. El muchacho le seguía, apoyando la mano en la barandilla, y cuando llegaron a la bifurcación que llevaba hacia la derecha o hacia la izquierda del primer piso, Todo se detuvo.
—Has de recordar que tu habitación se encuentra en el lado izquierdo de la casa, de lo contrario te perderás. De todos modos, en cada una de las habitaciones de invitados hay un pequeño cartel colgado del pomo de la puerta en el que pone el nombre de su huésped. Pronto pondremos unos carteles fijos al lado de cada puerta, pero mientras tanto, tendrás que contentarte con eso.
—Lo haré.
—Muy bien. Vamos.
Reanudaron la marcha escaleras arriba, hacia la izquierda. Pasando varios retratos del dueño de la casa y varias puertas, llegaron a algunas donde había carteles, y una de ellas estaba señalizada con el nombre de Garret. Se detuvieron delante.
—Como ves, tienes varios compañeros aquí. Algunos se encuentran más adelante en el pasillo, o han decidido retirar su cartel de la puerta, pero están ya todos. Te rogaría que no te presentases a ellos hasta que sea la hora de la cena. No tendrás que esperar mucho, pero de todas maneras estaría bien que te duchases y te cambiases de ropa. En el vestidor de tu habitación tienes varios trajes adecuados para esta ocasión. Disfruta, esta es tu nueva casa ahora.
—Gracias.
Y Todo se alejó por donde habían venido. Bajó las escaleras y desapareció de la vista de Garret.

El joven entró en la habitación. Cerró la puerta con pestillo tras de sí y dirigió la mirada al mobiliario y la distribución. Se fijó en que gran parte de la habitación estaba decorada con tonos azulados. A su derecha tenía una mesita de cristal totalmente de color azul, con unos sillones bajos de madera con los cojines azules también. Sobre la mesa había una tetera de porcelana con varias tazas, todas decoradas con violetas azules, y una jarrita de leche. El botecillo de los azucarillos estaba lleno, y la tetera humeaba. Un ligero aroma a café inundaba el aire.
La cama era también de madera, y tanto las sábanas como el edredón eran de seda azul índigo. El dosel, de un color más pálido, era de hilo fino semi transparente. En la mesita de noche había un vasito y una jarra con agua, y sobre la cómoda descansaba un espejo con bordes de plata y lapislázuli. Garret se acercó a este último mueble, abrió el primer cajón, y acarició las toallas, del mismo color que las sábanas. En el segundo había más sábanas de repuesto, y el tercero estaba vacío. Allí dentro trató de introducir el maletín con las espadas, pero al no caber lo dejó fuera, apoyado al lado de la ventana. Introdujo el diario en el único cajón de la mesita de noche y se sentó en la cama, comprobando lo cómoda que era. Una vez hubo comprobado la primera estancia, se levantó y se dirigió hacia una de las puertas que había en la pared de la izquierda, la más cercana a la puerta de entrada a la habitación. La abrió y dentro vio una enorme y preciosa bañera, varios tipos de geles y champús en la repisa que había sobre ella y un lavabo grande y con varios armarios en la parte de abajo. El espejo estaba dividido en tres zonas y estaba decorado como el de fuera: con plata y lapislázuli. El inodoro estaba cubierto por una tapadera de madera.
Impresionado, salió del cuarto de baño para entrar en la última puerta: el vestidor. Dentro había varios armarios de color azul y blanco, y un gran espejo en la pared del fondo. Dio al interruptor de la luz y abrió las puertecillas, descubriendo muchos trajes de varios colores diferentes, pero sobretodo azules. Estaban todos inspirados en la época victoriana. Garret sonrió para sus adentros y, preparado para ducharse, salió del vestidor. Se quitó la ropa vieja y la guardó en el tercer cajón de la cómoda. Del primero sacó dos toallas pequeñas y otra grande, y se metió en el cuarto de baño. Allí, dejó una de las toallas pequeñas en el colgador del lavabo y las otras las dejó en el colgador de al lado de la repisa. Encendió unas velas que encontró en uno de los armarios del vestidor con las cerillas que traían y se metió en la bañera. Primero olió los geles, y cuando decidió cuál le gustaba más, encendió el grifo, puso el tapón y echó un chorro cerca del desagüe. Conforme crecía el agua, crecía la espuma, y tras un rato, cuando la bañera ya estaba llena más o menos por la mitad, cerró el grifo y dejó que los efectos relajantes de las velas y los geles le destensaran los músculos.

Una media hora más tarde, se duchó y salió con la toalla echada sobre los hombros. Se iba secando mientras entraba en el vestidor y, abriendo los armarios, se preguntaba qué traje se pondría. Tras estar pensándolo unos cinco minutos se decidió por uno de tono azul pálido, clásico y sin mucho adorno. Cogió un pañuelo blanco de uno de los cajoncillos y se vistió. Una vez listo, se miró al espejo, y vio que no estaba peinado. Volvió hacia la habitación y, encima de la cómoda, vio varios objetos, entre ellos un peine y un cepillo. Optó por el peine y se puso la raya del cabello en el lado izquierdo de la cabeza. Una vez preparado, se percató de que detrás de la mesita de café había una estantería con las cuatro baldas llenas de libros. Se acercó, tomó uno de cubierta roja y se sentó en uno de los silloncitos, con el firme propósito de ponerse a leer. Sin embargo, nada más sentarse y abrir el libro, alguien tocó a la puerta.
—¿Señor Garret? Soy Hina, una de las sirvientas. Le esperan para cenar en el comedor.
—¿Eh? Sí, ahora salgo.
Dejó el libro sobre la mesita y abrió la puerta, pero no sin antes arreglarse un poco más el traje. Una vez salió, dirigió una cálida sonrisa a Hina, y esta, correspondiéndole con educación, le guió a través de los pasillos de vuelta al piso de abajo. Esta vez entraron en una gran estancia, con puertas acristaladas, y allí Garret pudo observar a los otros doce jóvenes que habían sido reclutados por Todo.

Había chicos y chicas de todas las clases. Algunos ya mantenían una conversación, de pie, y otros se limitaban a observar la escena, cortados. Garret miró a su alrededor y se fijó en un pequeño grupo formado por una joven de pelo cobrizo y ojos grises, otra más bajita y de piel morena y un chico igual de alto que la primera joven, de pelo rubio oscuro y y ojos marrones chispeantes. Conversaban acerca de sus habitaciones.
—La mía es toda de color verde, es increíble. ¡Es mi color favorito!—la joven morena sonreía excitada mientras describía las maravillas de su habitación.
—La mía en cambio es azul cobalto y plateada—la muchacha de ojos grises se ajustó las gafas y cruzó los brazos—. Lo que más me ha llamado la atención es el café que había listo para servirse. Un detalle curioso.
—Bastante, aunque yo no lo he catado—esta vez fue el joven el que habló—. No me gusta el café.
—Ciertamente. Yo, sinceramente, prefiero el té.

Estos tres jóvenes le resultaron interesantes. Se disponía a vencer su timidez y acercarse a ellos cuando Todo apareció por la puerta, apestando a colonia cara y con una sonrisa de satisfacción en el rostro.
—¡Bienvenidos a mi hogar, queridos amigos!
El murmullo de las personas que hablaban cesó. Todos prestaron atención al hombre.
—En primer lugar, quisiera agradeceros a todos el que hayáis aceptado mi petición de ayuda. Después de cenar os contaré en profundidad cuál es mi problema, y por qué necesito que me ayudéis. Sé que todos estáis hambrientos, así que sentaos a la mesa en el lugar que se os ha sido asignado por número. Yo me sentaré en la esquina de la mesa, allá al fondo. ¡Venga!
Entonces Hina se acercó a Garret y le dijo que su número era el 13. Garret comenzó a buscarlo, encontrándolo en la parte del final, justo al lado derecho de Todo. Odió con todas sus fuerzas tener ese número asignado, pero se sentó en su asiento despacio, aparentando tranquilidad. Justo a su derecha, en el asiento número 12, la joven de los ojos grises de antes se sentaba elegantemente, con el semblante reflejando paz. Vestía un traje sencillo de color negro y tirantes gordos, poco escotado, con filigranas plateadas y una cinta de ese mismo color dejada caer grácilmente sobre sus caderas. El pelo le caía suavemente sobre los hombros, y una única pulsera de perlas relucía con su brillo nacarado en la delgada muñeca izquierda. Garret sonrió, pensando que había tenido suerte al menos de sentarse al lado de tal chica. Esta le miró y le sonrió, ajustándose luego las gafas y bebiendo un poco de vino de su copa.
Observó el resto de la escena. La chica morena y el chico rubio que iban con la joven del 12 estaban sentados juntos, en los asientos 3 y 4 respectivamente. Ella lucía su precioso tono de piel con un vestido blanco y verde oscuro, sin tirantes, con un colgante de grandes esmeraldas brillando bajo las luces de las lámparas de araña, y él vestía una sencilla camisa gris y unos pantalones negros. No se fijó en los demás comensales, ya que en ese preciso instante comenzaron a servir los platos.

Terminó de comer bastante más tarde que los demás. El pato a la naranja no le había hecho mucha gracia, y si ya de por sí comía despacio, esto no hizo más que agravar la situación. La chica de al lado sin embargo se lo comió rápido y sin chistar, y siguió dándole al vino. A Garret le sorprendió, puesto que él ni siquiera se había terminado su copa, y ella iba ya por la tercera. No presentaba signos de que el alcohol le estuviese afectando, pero de todos modos le pareció que ya llevaba demasiado encima. Y se lo dijo.
—Oye...
—¿Sí?
—¿No crees que con esas tres copas...? No sé, ¿no te cansas de beberlo?
—Es que está muy bueno... Pero sí, tienes razón.
Y dejó la copa en su lugar. No volvió a tocarla, y durante el resto de la cena sólo bebió agua. Durante los postres, sin embargo, fue Garret el que se pasó comiendo, y ella se lo recordó tal como él lo había hecho antes.
—Oye, ese es el cuarto plato de natillas que te comes. Vas a explotar de diabetes.
—Vaya—sorprendido, Garret dejó el plato y la cuchara—, no sabía que llevase tantos. Mejor lo dejo ya.
—Bien.
Y con una ligera risa, se volvió hacia adelante y observó al resto de las personas, tal y como él hizo unos segundos después.

—¡Y bien, damas y caballeros!—Todo proyectaba la voz desde su extremo de la mesa—. Ya es hora de que os cuente el problema que se me plantea. Habéis vivido en la incógnita durante demasiado tiempo ya, y es el momento de que la verdad se os sea revelada.
“Como ya sabéis, mi nombre es Todo, y soy el Amo y Señor del Tiempo. Como habréis podido comprobar, tengo el poder de moverme a través de las diferentes e infinitas cronologías que dan lugar a dimensiones y universos paralelos. Durante siglos he estado vigilando el flujo del tiempo, como antes lo hicieron los Señores del Tiempo que me precedieron, y hoy he llegado a la conclusión de que tengo un enemigo demasiado poderoso, al cual tengo que derrotar.
“Este enemigo es Nada, la Dueña y Señora del Espacio. Ella es la que vigila que todos los universos y dimensiones paralelas se mantengan estables, del mismo modo que yo hago con el tiempo, y es exactamente igual de poderosa que yo. Hace mucho tiempo, desde que ambos nacimos, que quiere apoderarse del flujo temporal. Y hace un par de siglos comenzó a moverse para conseguirlo.
“El flujo temporal sólo puedo manejarlo yo, al igual que ella es la única capaz de manejar las dimensiones. Si cualquiera de los dos desapareciese, toda la estructura del espacio paradójico en el que todas las cronologías y dimensiones se encuentran se desmoronaría y colapsaría, dando como resultado la destrucción total de cualquier mundo conocido. Por eso, nuestro deber es convencerla de que cese en su intento de apoderarse del tiempo y, si no somos capaces, destituirla por la siguiente deidad de la línea de sucesión de los Señores del Espacio: su hija.
Todo terminó de hablar. Observó a los jóvenes uno a uno, escrutando sus expresiones para intentar adivinar lo que pensaban. Garret intentó que no se le notase la incredulidad y lo consiguió, ya que el único al que le preguntó si estaba seguro de querer continuar fue al chico del asiento 5, e inmediatamente este asintió enérgicamente. Satisfecho, se levantó de la mesa y se marchó, dejando a los jóvenes. Estos pasaron al enorme salón que se encontraba enfrente del comedor, atravesando el vestíbulo. Allí, la joven del vestido negro y los ojos grises se acercó a Garret.
—¡Hola!—caminaba ligera sobre unos zapatitos negros sin tacón—. Al final no nos hemos presentado. Soy Madalane, aunque prefiero que me llamen Male. ¿Y tú?
—Soy Garret. Encantado.
—Lo mismo digo.
Se estrecharon las manos y se sentaron en uno de los cómodos sofás.
—¿Cuándo has llegado a la mansión? Yo llegué ayer—los sirvientes ofrecieron té y café y ella pidió lo primero con un gesto—. No vi a nadie más, supongo que estaban todos encerrados en sus habitaciones.
—Yo he llegado justo hoy, nada más caer la noche, creo—él, sin embargo, pidió un café solo, y a sorbos lo tomaba mientras ella le observaba—. En mi casa estaba atardeciendo.
—Cuando yo llegué era por la mañana. Tuve que estar todo el día en mi cuarto, aislada. Como los demás, supongo. Aunque estuve bastante entretenida, ya que en mi bolsa tenía varias cosas con las que pasar el rato, aparte de los libros de la estantería.
—Yo me di un baño al llegar, estaba hecho un asco. Luego me apeteció leer, pero Hina me llamó justo cuando me había sentado.
—¿Hina? ¿Es tu sirvienta?
—Sí, ¿no es la misma que la tuya?
—No, yo tengo sirviente. Pero no me ha dicho cómo se llama.
—Vaya.
—Sí...
Tras una pausa en la que miraron alrededor, Garret se interesó por el resto de personas.
—¿Conoces al resto de gente de aquí?
—Sí, a algunos. Aquellos con los que he tenido oportunidad de hablar.
—¿Quiénes?
—Pues mira, ¿ves a aquel del pelo azul? Se llama Reïk—señaló a un joven de altura media, con el pelo semi largo y de un color azul celeste muy bonito. Era pálido de piel, y llevaba una camisa blanca con un chaleco verde oscuro y pantalones largos negros—. Es un tío simpático, aunque un poco seco. Creo que no se fía de mí.
—La verdad es que me resulta interesante.
—En mi opinión, lo es—después señaló a una pareja que charlaba animadamente al lado de la puerta—. A aquellos dos ya los has visto antes, creo. Estaban conmigo antes de cenar. Son Bocha y Maite. Realmente simpáticos.
Esta vez los aludidos vieron cómo les señalaban, y Maite saludó al aire entusiasmada. Se acercaron y se sentaron.
—Bueno, Male—comenzó Bocha—, ¿quién es tu amigo?
—Garret. Male ya me ha dicho vuestros nombres, Bocha y Maite—les estrechó la mano—. Encantado de conoceros.
—Igualmente—Maite sonrió amable a Garret y dirigió la mirada hacia el chico todo vestido de negro que estaba apoyado en la pared de enfrente—. ¿Habéis visto a ese? Vaya un tío raro, ¿eh? ¿Por qué no nos enseña los ojos?
—No lo sé—Male entró en la conversación de nuevo—, pero me he sentado a su lado en la cena y tampoco ha dicho mucho, aparte de un eructo.
—Es un gilipollas—espetó Bocha—, me lo he cruzado antes de entrar en el comedor y por poco no le doy dos hostias. ¿Pues no va el imbécil y me da un empujón?
—¿Cómo se llama?
—Yo qué sé. Para mí es el Señor Media-mierda.
—Qué bestia, igual ha sido sin querer.
—Que no, que no.
—Bueno, pues nada.
En aquel momento, Reïk se acercó a ellos. Con la voz baja y cortada, se dirigió a Male.
—Hola, Male... ¿Puedo sentarme con vosotros?
—¡Claro! Venga, ven. ¿Conoces a Garret?
—No... Encantado—se estrecharon las manos.
Reïk se sentó entre Garret y Male, y allí estuvieron conversando durante un rato sobre sus habitaciones, las impresiones que les habían dado el resto de invitados y sobre la cena. Sin embargo, no mencionaron ni a Todo ni a su plan. Al cabo de una hora y media, Maite se levantó y se desperezó.
—¡Bueno! Creo que yo me voy a dormir. Ha sido muy divertido charlar con vosotros.
—Yo me voy también—dijo Reïk mientras se levantaba.
—Y yo—Garret se desperezó y se levantó lentamente.
—Bueno, pues nosotros nos quedamos aquí un rato más, ¿no, Male?
—Sí, por qué no. Buenas noches a todos—se despidió con una sonrisa.
—Buenas noches—dijeron los tres a la vez.

Subieron las escaleras y, una vez en el pasillo, fueron fijándose en los carteles que estaban colgados en los pomos de las puertas. Vieron los nombres de Joel, Penesan, Galia, Tarrkiem y Male, y una vez se hubieron despedido, entraron cada uno en su habitación. Garret encendió la luz y fue al vestidor, donde encontró un pijama de seda del mismo color que el dosel. Se cambió rápidamente y se metió en la cama, ignorando el libro que tenía sobre la mesa de café. Se quedó dormido en menos de cinco minutos. Sin embargo, al cabo del rato oyó risas y voces que lo despertaron. Viéndose incapaz de reconocerlas, farfulló algo medio dormido y se dio la vuelta sobre la almohada, durmiéndose de nuevo y soñando con su padre, que le sonreía y le decía que estaba orgulloso de él. También soñó con sus nuevos amigos y con Todo, su secuestrador. En el sueño él lo mataba y un joven de pelo rubio abundante vestido con un esmóquin granate, al cual no había visto nunca, se alzaba como nuevo Señor del Tiempo, y se sentaba en la silla del comedor de Todo quitándose la fedora y dejando un bastón de madera apoyado en el reposabrazos.


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