Garret sintió un escalofrío cuando
cruzó por el portal. Al llegar al jardín de Todo, una brisa
nocturna y helada le sopló en la cara, aumentando todavía más la
sensación de desagrado. La fina ropa que traía de la playa estaba
rota y hecha polvo, y no era capaz de abrigarle adecuadamente. Todo
sonrió mientras seguía caminando.
—Aquí hace más frío que en la
playa, supongo.
—Sí.
—Pues date prisa en entrar, o te
resfriarás. Y los entrenamientos comienzan mañana, no querrás
estar indispuesto.
—Por supuesto que no... Pero,
¿mañana? ¿No es demasiado pronto?
—Para ti puede, pero tus compañeros
llevan más tiempo esperando, al igual que yo. No podemos alargarlo más.
Ambos se pararon delante del enorme
portón que daba acceso a la mansión. Todo esperó unos segundos con
la mirada puesta en la barrera de madera que los separaba de la
calidez del interior del enorme caserón y esta se abrió lentamente.
Una vez abierta, los dos entraron, y conforme lo hicieron escucharon
cómo se cerraba la puerta tras ellos. Garret observó la opulencia
con la que estaba adornado el interior: tapices de colores, alfombras
de terciopelo, vasijas y jarrones de oro y porcelana fina, lámparas
de los más puros cristales...
—Impresionante decoración—observó
el joven, acercándose a los tapices que cubrían una de las paredes—. Digna de las más ricas familias que jamás hayan
existido en nuestra tierra.
—En efecto. Yo mismo la escogí—el
hombre sonrió complacido, y con una ligera reverencia y un gesto con
el brazo, señaló las escaleras que daban al piso de arriba—.
Ahora, sin más preámbulos, te acompañaré personalmente hasta tus
aposentos.
—Muchísimas gracias.
—Sígame, caballero.
Con un ligero retintín (el cual Garret
interpretó como una burla hacia su persona y se ofendió), Todo
pronunció estas palabras y subió las escaleras. El muchacho le
seguía, apoyando la mano en la barandilla, y cuando llegaron a la
bifurcación que llevaba hacia la derecha o hacia la izquierda del
primer piso, Todo se detuvo.
—Has de recordar que tu habitación
se encuentra en el lado izquierdo de la casa, de lo contrario te
perderás. De todos modos, en cada una de las habitaciones de
invitados hay un pequeño cartel colgado del pomo de la puerta en el
que pone el nombre de su huésped. Pronto pondremos unos carteles
fijos al lado de cada puerta, pero mientras tanto, tendrás que
contentarte con eso.
—Lo haré.
—Muy bien. Vamos.
Reanudaron la marcha escaleras arriba,
hacia la izquierda. Pasando varios retratos del dueño de la casa y
varias puertas, llegaron a algunas donde había carteles, y una de
ellas estaba señalizada con el nombre de Garret. Se detuvieron
delante.
—Como ves, tienes varios compañeros
aquí. Algunos se encuentran más adelante en el pasillo, o han
decidido retirar su cartel de la puerta, pero están ya todos. Te
rogaría que no te presentases a ellos hasta que sea la hora de la
cena. No tendrás que esperar mucho, pero de todas maneras estaría
bien que te duchases y te cambiases de ropa. En el vestidor de tu
habitación tienes varios trajes adecuados para esta ocasión.
Disfruta, esta es tu nueva casa ahora.
—Gracias.
Y Todo se alejó por donde habían
venido. Bajó las escaleras y desapareció de la vista de Garret.
El joven entró en la habitación.
Cerró la puerta con pestillo tras de sí y dirigió la mirada al
mobiliario y la distribución. Se fijó en que gran parte de la
habitación estaba decorada con tonos azulados. A su derecha tenía
una mesita de cristal totalmente de color azul, con unos sillones
bajos de madera con los cojines azules también. Sobre la mesa había
una tetera de porcelana con varias tazas, todas decoradas con
violetas azules, y una jarrita de leche. El botecillo de los
azucarillos estaba lleno, y la tetera humeaba. Un ligero aroma a café
inundaba el aire.
La cama era también de madera, y tanto
las sábanas como el edredón eran de seda azul índigo. El dosel, de
un color más pálido, era de hilo fino semi transparente. En la
mesita de noche había un vasito y una jarra con agua, y sobre la
cómoda descansaba un espejo con bordes de plata y lapislázuli.
Garret se acercó a este último mueble, abrió el primer cajón, y
acarició las toallas, del mismo color que las sábanas. En el
segundo había más sábanas de repuesto, y el tercero estaba vacío.
Allí dentro trató de introducir el maletín con las espadas, pero
al no caber lo dejó fuera, apoyado al lado de la ventana. Introdujo
el diario en el único cajón de la mesita de noche y se sentó en la
cama, comprobando lo cómoda que era. Una vez hubo comprobado la
primera estancia, se levantó y se dirigió hacia una de las puertas
que había en la pared de la izquierda, la más cercana a la puerta
de entrada a la habitación. La abrió y dentro vio una enorme y
preciosa bañera, varios tipos de geles y champús en la repisa que
había sobre ella y un lavabo grande y con varios armarios en la
parte de abajo. El espejo estaba dividido en tres zonas y estaba
decorado como el de fuera: con plata y lapislázuli. El inodoro
estaba cubierto por una tapadera de madera.
Impresionado, salió del cuarto de baño
para entrar en la última puerta: el vestidor. Dentro había varios
armarios de color azul y blanco, y un gran espejo en la pared del
fondo. Dio al interruptor de la luz y abrió las puertecillas,
descubriendo muchos trajes de varios colores diferentes, pero
sobretodo azules. Estaban todos inspirados en la época victoriana.
Garret sonrió para sus adentros y, preparado para ducharse, salió
del vestidor. Se quitó la ropa vieja y la guardó en el tercer cajón
de la cómoda. Del primero sacó dos toallas pequeñas y otra grande,
y se metió en el cuarto de baño. Allí, dejó una de las toallas
pequeñas en el colgador del lavabo y las otras las dejó en el
colgador de al lado de la repisa. Encendió unas velas que encontró
en uno de los armarios del vestidor con las cerillas que traían y se
metió en la bañera. Primero olió los geles, y cuando decidió cuál
le gustaba más, encendió el grifo, puso el tapón y echó un chorro
cerca del desagüe. Conforme crecía el agua, crecía la espuma, y
tras un rato, cuando la bañera ya estaba llena más o menos por la
mitad, cerró el grifo y dejó que los efectos relajantes de las
velas y los geles le destensaran los músculos.
Una media hora más tarde, se duchó y
salió con la toalla echada sobre los hombros. Se iba secando
mientras entraba en el vestidor y, abriendo los armarios, se
preguntaba qué traje se pondría. Tras estar pensándolo unos cinco
minutos se decidió por uno de tono azul pálido, clásico y sin
mucho adorno. Cogió un pañuelo blanco de uno de los cajoncillos y
se vistió. Una vez listo, se miró al espejo, y vio que no estaba
peinado. Volvió hacia la habitación y, encima de la cómoda, vio
varios objetos, entre ellos un peine y un cepillo. Optó por el peine
y se puso la raya del cabello en el lado izquierdo de la cabeza. Una
vez preparado, se percató de que detrás de la mesita de café había
una estantería con las cuatro baldas llenas de libros. Se acercó,
tomó uno de cubierta roja y se sentó en uno de los silloncitos, con
el firme propósito de ponerse a leer. Sin embargo, nada más
sentarse y abrir el libro, alguien tocó a la puerta.
—¿Señor Garret? Soy Hina, una de
las sirvientas. Le esperan para cenar en el comedor.
—¿Eh? Sí, ahora salgo.
Dejó el libro sobre la mesita y abrió
la puerta, pero no sin antes arreglarse un poco más el traje. Una
vez salió, dirigió una cálida sonrisa a Hina, y esta,
correspondiéndole con educación, le guió a través de los pasillos
de vuelta al piso de abajo. Esta vez entraron en una gran estancia,
con puertas acristaladas, y allí Garret pudo observar a los otros
doce jóvenes que habían sido reclutados por Todo.
Había chicos y chicas de todas las
clases. Algunos ya mantenían una conversación, de pie, y otros se
limitaban a observar la escena, cortados. Garret miró a su alrededor
y se fijó en un pequeño grupo formado por una joven de pelo cobrizo
y ojos grises, otra más bajita y de piel morena y un chico igual de
alto que la primera joven, de pelo rubio oscuro y y ojos marrones
chispeantes. Conversaban acerca de sus habitaciones.
—La mía es toda de color verde, es
increíble. ¡Es mi color favorito!—la joven morena sonreía
excitada mientras describía las maravillas de su habitación.
—La mía en cambio es azul cobalto y
plateada—la muchacha de ojos grises se ajustó las gafas y cruzó
los brazos—. Lo que más me ha llamado la atención es el café que
había listo para servirse. Un detalle curioso.
—Bastante, aunque yo no lo he
catado—esta vez fue el joven el que habló—. No me gusta el café.
—Ciertamente. Yo, sinceramente,
prefiero el té.
Estos tres jóvenes le resultaron
interesantes. Se disponía a vencer su timidez y acercarse a ellos
cuando Todo apareció por la puerta, apestando a colonia cara y con
una sonrisa de satisfacción en el rostro.
—¡Bienvenidos a mi hogar, queridos
amigos!
El murmullo de las personas que
hablaban cesó. Todos prestaron atención al hombre.
—En primer lugar, quisiera
agradeceros a todos el que hayáis aceptado mi petición de ayuda.
Después de cenar os contaré en profundidad cuál es mi problema, y
por qué necesito que me ayudéis. Sé que todos estáis hambrientos,
así que sentaos a la mesa en el lugar que se os ha sido asignado por
número. Yo me sentaré en la esquina de la mesa, allá al fondo.
¡Venga!
Entonces Hina se acercó a Garret y le
dijo que su número era el 13. Garret comenzó a buscarlo,
encontrándolo en la parte del final, justo al lado derecho de Todo.
Odió con todas sus fuerzas tener ese número asignado, pero se sentó
en su asiento despacio, aparentando tranquilidad. Justo a su derecha,
en el asiento número 12, la joven de los ojos grises de antes se
sentaba elegantemente, con el semblante reflejando paz. Vestía un
traje sencillo de color negro y tirantes gordos, poco escotado, con
filigranas plateadas y una cinta de ese mismo color dejada caer
grácilmente sobre sus caderas. El pelo le caía suavemente sobre los
hombros, y una única pulsera de perlas relucía con su brillo
nacarado en la delgada muñeca izquierda. Garret sonrió, pensando
que había tenido suerte al menos de sentarse al lado de tal chica.
Esta le miró y le sonrió, ajustándose luego las gafas y bebiendo
un poco de vino de su copa.
Observó el resto de la escena. La
chica morena y el chico rubio que iban con la joven del 12 estaban
sentados juntos, en los asientos 3 y 4 respectivamente. Ella lucía
su precioso tono de piel con un vestido blanco y verde oscuro, sin
tirantes, con un colgante de grandes esmeraldas brillando bajo las
luces de las lámparas de araña, y él vestía una sencilla camisa
gris y unos pantalones negros. No se fijó en los demás comensales,
ya que en ese preciso instante comenzaron a servir los platos.
Terminó de comer bastante más tarde
que los demás. El pato a la naranja no le había hecho mucha gracia,
y si ya de por sí comía despacio, esto no hizo más que agravar la
situación. La chica de al lado sin embargo se lo comió rápido y
sin chistar, y siguió dándole al vino. A Garret le sorprendió,
puesto que él ni siquiera se había terminado su copa, y ella iba ya
por la tercera. No presentaba signos de que el alcohol le estuviese
afectando, pero de todos modos le pareció que ya llevaba demasiado
encima. Y se lo dijo.
—Oye...
—¿Sí?
—¿No crees que con esas tres
copas...? No sé, ¿no te cansas de beberlo?
—Es que está muy bueno... Pero sí,
tienes razón.
Y dejó la copa en su lugar. No volvió
a tocarla, y durante el resto de la cena sólo bebió agua. Durante
los postres, sin embargo, fue Garret el que se pasó comiendo, y ella
se lo recordó tal como él lo había hecho antes.
—Oye, ese es el cuarto plato de
natillas que te comes. Vas a explotar de diabetes.
—Vaya—sorprendido, Garret dejó el
plato y la cuchara—, no sabía que llevase tantos. Mejor lo dejo
ya.
—Bien.
Y con una ligera risa, se volvió hacia
adelante y observó al resto de las personas, tal y como él hizo
unos segundos después.
—¡Y bien, damas y caballeros!—Todo
proyectaba la voz desde su extremo de la mesa—. Ya es hora de que
os cuente el problema que se me plantea. Habéis vivido en la
incógnita durante demasiado tiempo ya, y es el momento de que la
verdad se os sea revelada.
“Como ya sabéis, mi nombre es Todo,
y soy el Amo y Señor del Tiempo. Como habréis podido comprobar,
tengo el poder de moverme a través de las diferentes e infinitas
cronologías que dan lugar a dimensiones y universos paralelos.
Durante siglos he estado vigilando el flujo del tiempo, como antes lo
hicieron los Señores del Tiempo que me precedieron, y hoy he llegado
a la conclusión de que tengo un enemigo demasiado poderoso, al cual
tengo que derrotar.
“Este enemigo es Nada, la Dueña y
Señora del Espacio. Ella es la que vigila que todos los universos y
dimensiones paralelas se mantengan estables, del mismo modo que yo
hago con el tiempo, y es exactamente igual de poderosa que yo. Hace
mucho tiempo, desde que ambos nacimos, que quiere apoderarse del
flujo temporal. Y hace un par de siglos comenzó a moverse para
conseguirlo.
“El flujo temporal sólo puedo
manejarlo yo, al igual que ella es la única capaz de manejar las
dimensiones. Si cualquiera de los dos desapareciese, toda la
estructura del espacio paradójico en el que todas las cronologías y
dimensiones se encuentran se desmoronaría y colapsaría, dando como
resultado la destrucción total de cualquier mundo conocido. Por eso,
nuestro deber es convencerla de que cese en su intento de apoderarse
del tiempo y, si no somos capaces, destituirla por la siguiente
deidad de la línea de sucesión de los Señores del Espacio: su
hija.
Todo terminó de hablar. Observó a los
jóvenes uno a uno, escrutando sus expresiones para intentar adivinar
lo que pensaban. Garret intentó que no se le notase la incredulidad
y lo consiguió, ya que el único al que le preguntó si estaba
seguro de querer continuar fue al chico del asiento 5, e
inmediatamente este asintió enérgicamente. Satisfecho, se levantó
de la mesa y se marchó, dejando a los jóvenes. Estos pasaron al
enorme salón que se encontraba enfrente del comedor, atravesando el
vestíbulo. Allí, la joven del vestido negro y los ojos grises se
acercó a Garret.
—¡Hola!—caminaba ligera sobre unos
zapatitos negros sin tacón—. Al final no nos hemos presentado. Soy
Madalane, aunque prefiero que me llamen Male. ¿Y tú?
—Soy Garret. Encantado.
—Lo mismo digo.
Se estrecharon las manos y se sentaron
en uno de los cómodos sofás.
—¿Cuándo has llegado a la mansión?
Yo llegué ayer—los sirvientes ofrecieron té y café y ella pidió
lo primero con un gesto—. No vi a nadie más, supongo que estaban
todos encerrados en sus habitaciones.
—Yo he llegado justo hoy, nada más
caer la noche, creo—él, sin embargo, pidió un café solo, y a
sorbos lo tomaba mientras ella le observaba—. En mi casa estaba
atardeciendo.
—Cuando yo llegué era por la mañana.
Tuve que estar todo el día en mi cuarto, aislada. Como los demás,
supongo. Aunque estuve bastante entretenida, ya que en mi bolsa tenía
varias cosas con las que pasar el rato, aparte de los libros de la
estantería.
—Yo me di un baño al llegar, estaba
hecho un asco. Luego me apeteció leer, pero Hina me llamó justo
cuando me había sentado.
—¿Hina? ¿Es tu sirvienta?
—Sí, ¿no es la misma que la tuya?
—No, yo tengo sirviente. Pero no me
ha dicho cómo se llama.
—Vaya.
—Sí...
Tras una pausa en la que miraron
alrededor, Garret se interesó por el resto de personas.
—¿Conoces al resto de gente de aquí?
—Sí, a algunos. Aquellos con los que
he tenido oportunidad de hablar.
—¿Quiénes?
—Pues mira, ¿ves a aquel del pelo
azul? Se llama Reïk—señaló a un joven de altura media, con el
pelo semi largo y de un color azul celeste muy bonito. Era pálido de
piel, y llevaba una camisa blanca con un chaleco verde oscuro y
pantalones largos negros—. Es un tío simpático, aunque un poco
seco. Creo que no se fía de mí.
—La verdad es que me resulta
interesante.
—En mi opinión, lo es—después
señaló a una pareja que charlaba animadamente al lado de la
puerta—. A aquellos dos ya los has visto antes, creo. Estaban
conmigo antes de cenar. Son Bocha y Maite. Realmente simpáticos.
Esta vez los aludidos vieron cómo les
señalaban, y Maite saludó al aire entusiasmada. Se acercaron y se
sentaron.
—Bueno, Male—comenzó Bocha—,
¿quién es tu amigo?
—Garret. Male ya me ha dicho vuestros
nombres, Bocha y Maite—les estrechó la mano—. Encantado de
conoceros.
—Igualmente—Maite sonrió amable a
Garret y dirigió la mirada hacia el chico todo vestido de negro que
estaba apoyado en la pared de enfrente—. ¿Habéis visto a ese?
Vaya un tío raro, ¿eh? ¿Por qué no nos enseña los ojos?
—No lo sé—Male entró en la
conversación de nuevo—, pero me he sentado a su lado en la cena y
tampoco ha dicho mucho, aparte de un eructo.
—Es un gilipollas—espetó Bocha—,
me lo he cruzado antes de entrar en el comedor y por poco no le doy
dos hostias. ¿Pues no va el imbécil y me da un empujón?
—¿Cómo se llama?
—Yo qué sé. Para mí es el Señor
Media-mierda.
—Qué bestia, igual ha sido sin
querer.
—Que no, que no.
—Bueno, pues nada.
En aquel momento, Reïk se acercó a
ellos. Con la voz baja y cortada, se dirigió a Male.
—Hola, Male... ¿Puedo sentarme con
vosotros?
—¡Claro! Venga, ven. ¿Conoces a
Garret?
—No... Encantado—se estrecharon las
manos.
Reïk se sentó entre Garret y Male, y
allí estuvieron conversando durante un rato sobre sus habitaciones,
las impresiones que les habían dado el resto de invitados y sobre la
cena. Sin embargo, no mencionaron ni a Todo ni a su plan. Al cabo de
una hora y media, Maite se levantó y se desperezó.
—¡Bueno! Creo que yo me voy a
dormir. Ha sido muy divertido charlar con vosotros.
—Yo me voy también—dijo Reïk
mientras se levantaba.
—Y yo—Garret se desperezó y se
levantó lentamente.
—Bueno, pues nosotros nos quedamos
aquí un rato más, ¿no, Male?
—Sí, por qué no. Buenas noches a
todos—se despidió con una sonrisa.
—Buenas noches—dijeron los tres a
la vez.
Subieron las escaleras y, una vez en el
pasillo, fueron fijándose en los carteles que estaban colgados en
los pomos de las puertas. Vieron los nombres de Joel, Penesan, Galia,
Tarrkiem y Male, y una vez se hubieron despedido, entraron cada uno
en su habitación. Garret encendió la luz y fue al vestidor, donde
encontró un pijama de seda del mismo color que el dosel. Se cambió
rápidamente y se metió en la cama, ignorando el libro que tenía
sobre la mesa de café. Se quedó dormido en menos de cinco minutos.
Sin embargo, al cabo del rato oyó risas y voces que lo despertaron.
Viéndose incapaz de reconocerlas, farfulló algo medio dormido y se
dio la vuelta sobre la almohada, durmiéndose de nuevo y soñando con
su padre, que le sonreía y le decía que estaba orgulloso de él.
También soñó con sus nuevos amigos y con Todo, su secuestrador. En
el sueño él lo mataba y un joven de pelo rubio abundante vestido
con un esmóquin granate, al cual no había visto nunca, se alzaba
como nuevo Señor del Tiempo, y se sentaba en la silla del comedor de
Todo quitándose la fedora y dejando un bastón de madera apoyado en
el reposabrazos.
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