sábado, 29 de diciembre de 2012

SpinOff Orígenes: Flechas



Al décimo intento consiguió abrir la puerta. Cayeron sobre el frío suelo del piso, entre risas y algún golpe. La pelea no duró mucho, dado que él se levantó de un salto.
- No te estreses, Pe, mi familia no está aquí –dijo M con los ojos en blanco.
- ¿Otra vez? No parece que te hagan mucho caso, Male.
- Ya te tengo a ti, no necesito a nadie más –le susurró coqueta- Venga, te saco algo para cenar y te piras, que mañana hay clase.
- Sí, señora.
Ya en la cocina, M suspiró. Era la primera vez en siglos que conseguía intimar con un mortal. Había conseguido mantener la farsa de la familia ausente durante meses, pero tarde o temprano él se enteraría. No quería ni pensar qué le diría cuando se enterase de que su Male era simplemente una tapadera… pero aún tenía tiempo y pensaba aprovecharlo al máximo.
- Me gusta tu sudadera, Pe –saltó mientras cenaban- ¿es nueva?
- Sí, pero sí la quieres tendrás que cantar algo. Sigo sin saber para qué vas a esas ridículas clases de canto sí lo haces genial.
M bufó. Cantar en público era la mejor forma de mandar su tapadera a la mierda. Ese maldito don le había causado demasiados problemas. Pero aquella sudadera, estampada con flechas rojas y negras que resplandecían levemente con la luz, se le antojó. Total, solo tenía que modular un poquito más de lo habitual la voz, lo suficiente para no dejarle secuelas.
- Mañana, pesado. Hoy ya me has mangoneado suficiente –concedió ceñuda.
Pe rio y le dio un beso en la mejilla. Salió corriendo del piso antes de que M pudiera insultarle y se encerró en el ascensor.
- Mira que es crío –refunfuñó M mientras ordenaba el caos del salón.
Un repentino pitido en el telefonillo la alertó. Una persona normal lo achacaría a un trasnochador graciosillo, pero M llevaba demasiado tiempo huyendo como para restarle importancia a esas cosas. Con un cuchillo de cocina en la mano, bajó lentamente las escaleras. Si venía alguien a por ella le iba a dejar un pequeño recuerdo.
El recibidor, iluminado por las farolas del exterior, estaba desierto. Pero… algo colgaba de la manilla de la puerta, lanzando de vez en cuando leves destellos rojizos: la sudadera.
- Oh, no. OH, NO. ¡HIJOS DE PUTA! -chilló con todas sus fuerzas, provocando que todos los cristales se convirtieran en polvo.

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Tardó cinco minutos en llegar a la guarida de los secuestradores. Llevaba el cuchillo oculto bajo la sudadera de Pe. Tenía que liberarle, aunque le costara la vida.
- Debe de ser muy importante este mortal, has salido de tu agujero, sirenita.
M tragó saliva. Uno de los secuaces del traidor estaba tranquilamente apoyado en la pared, con una pistola sobre la sien de Pe. Pe parecía aterrorizado y miraba a M con pánico.
- Me he tomado la libertad de contarle a tu chico toda la verdad, sirenita.
- No me llames sirenita, capullo. ¿A qué viene todo este numerito? Ya os dije todo lo que sabía hace unos años –no iba a dejarse amilanar por ese chulito.
- No convenciste al jefe, así que decidió darte otra oportunidad. ¿Ves esta pistola? Vamos a jugar un ratito a la ruleta rusa. Cada vez que me digas algo que no me guste apretaré el gatillo. Tienes tres oportunidades y el chico solamente tiene esta vida.
M asintió a regañadientes. La cosa no pintaba nada bien, pero debía intentarlo.
- A ver, primera pregunta. ¿Dónde está la pelirroja?
- No lo sé. Llevo siglos sin verla.
- Respuesta equivocada.
Cuando M oyó el chasquido, se temió lo peor. Pero no pasó nada, ese capullo estaba jugando con ella.
- A ver si esta vez cooperas un poquito, monada. Segunda pregunta: ¿dónde están los aliados de la pelirroja?
- Tampoco lo sé. Vinieron hace unos años, pero les dije que no me interesaba formar parte de sus planes.
El hombre pareció pensárselo durante un rato largo. Soltó la pistola… y con un rápido movimiento le partió el cuello al indefenso Pe. M chilló y se lanzó contra él, pero alguien la detuvo y la arrastró fuera de la guarida.
- Espero que no vuelvas a hacer semejante tontería, M –empezó a regañarla una mujer semitransparente diez manzanas después.
- Hola, Camaleón. Hubiera sido un grandísimo detalle que me hubieras ayudado, y así Pe no estaría en el otro barrio –atacó M.
- Lo siento, no pude reaccionar a tiempo. Es la primera vez que matan a mortales sin más.
- Presiento que tienes alguna oferta para mí. Te agradecería que lo dijeras directamente, por favor.
- Bueno… la jefa está reuniendo gente otra vez. Dice que eres una parte imprescindible de su plan.
- Sí me ponéis a ese hijo de puta asesino en bandeja para hacerle sufrir… me apunto. Se van a enterar de que la “sirenita” tiene unos dientes muy afilados.
Dicho esto, se colocó la sudadera de flechas y siguió a Camaleón por la calle en penumbra.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Relato: Pelirroja Parte 3

La cosa pintaba mal, MUY mal. Llevaba meses notando algo extraño en el ambiente y tenía la absoluta certeza de que había llamado la atención de alguien peligroso.
R corría por un parque a toda velocidad, aprovechando esa milagrosa habilidad que le había sacado de muchos apuros durante siglos.
Al llegar a su escondrijo, se llevó una desagradable sorpresa: ya estaba ocupado por dos chicas y un chico con pinta de adolescentes que le miraban con guasa.
-  V, es la tercera vez que pierdes la apuesta, así que te toca llevarle hasta la jefa –dijo la chica que llevaba una sudadera estampada con flechas.
-  No recordaba su velocidad –el tal V se encogió de hombros- Vamos, Chispa, termina ya.
Antes de poder reaccionar, R se encontró en el suelo, con la otra chica encima. No parecía muy contenta y el fulgor que desprendía su cuerpo no tenía buena pinta. Sus sospechas resultaron ser acertadas, porque en cuanto el fulgor aumentó, algo le atacó produciéndole un dolor insoportable.

Despertó en una habitación desconocida. Por la luz que entraba por la puerta, debía de ser muy pronto. Aun así, una música extraña y cautivadora procedente de fuera le instó a levantarse. No fue buena idea, morir siempre le dejaba con el cuerpo algo tocado.
Salió renqueando a un patio interior con un enorme cubo de metal. Al aproximarse, pudo comprobar que la música salía de ahí y que no estaba solo. Una chica arrodillada frente al lado opuesto pasaba las manos por la superficie. A plena luz del día no parecía la misma que le había derribado.
-  Bonito trasto –aventuró R.
La chica se asomó y pudo verla totalmente. No muy alta, pálida, de ojos oscuros y el pelo castaño claro recogido en una trenza.
-  Es mi chiquitín –declaró ella con una sonrisa de oreja a oreja- lo hice con mis propias manos. Por cierto, me llamo Gea.
Miró el cubo, escéptico. Era totalmente liso y no tenía pinta de haber sido manipulado. Alargó la mano con curiosidad.
- ¡NO LO TOQUES! ¡ES MÍO! –chilló Gea súbitamente, lanzándose contra él.
Esa vez, R no se lo pensó dos veces, y empezó a correr por el patio, perseguido por Gea, que había pasado de la alegría al enfado en medio segundo.
- ¡Chispa! ¡PARA! –ordenó V acercándose a la carrera- ¿No puedo dejarte sola ni un segundo?
Gea frenó de golpe y empezó a tatarear una melodía. Parecía ajena a la persecución que acababa de protagonizar.
-  V… ¿tengo que formar equipo con Flechas otra vez? –gimoteó mirando con cara de cachorrillo a V- No me cae nada bien…
-  No hace falta que lo jures. La jefa no está contenta con vuestra última pelea, así que me toca ir con vosotras. Pero ahora tienes que ir a por tu máscara, que Sincara ya la ha mejorado –suspiró V revolviéndole el pelo.
Observaron cómo corría Gea hasta que desapareció tras una puerta. R aprovechó para mirar a V. parecía un adolescente normal, de ojos grises rasgados, pómulos algo prominentes y labios y mandíbula finos. Unas pocas canas en su pelo negro rompían la ilusión de juventud. R tragó saliva: se encontraba frente a un inmortal que no le transmitía buenas vibraciones.
-  Mira, R, no voy a mentirte.  Estás dentro quieras o no y me harás caso quieras o no. Te agradecería que pusieras de tu parte, tengo suficiente con ser la niñera de la chiflada bipolar. Sí estás de acuerdo, asiente y pongámonos en marcha, que ya tienes tareas.
R asintió muy despacio, lo que pareció aplacar a V. Mientras le seguía, suspiró. ¿Es que nunca se iba a librar de esa maldita pelirroja?

domingo, 28 de octubre de 2012

Relato: Pelirroja Parte 2


Tiritó al salir del barucho. Era una fría noche de febrero, y se había refugiado ahí huyendo de la muchedumbre que celebraba los carnavales. Suspiró de alivio al ver la calle desierta. Cuantos menos testigos de que había estado en esa ciudad, mejor. Estaba decidido a cambiar las tornas y sorprender a la pequeña psicópata en su cuartel general. Sólo había un pequeño problema… y era que no tenía ni idea de dónde podía estar el cuartel. La ciudad había cambiado demasiado desde el último encontronazo con ella.
Deambuló sin rumbo por las calles sucias y malolientes. Empezaba a cuestionarse si era un buen plan, dado el historial de muertes que llevaba encima. De repente, un lejano sonido llamó su atención. Al acercarse un poco más, reconoció una música extraña, a la par que hipnotizante.
Se quedó patidifuso al descubrir una plaza enorme, llena de jóvenes con máscaras que bailaban al son de la música que salía de un artefacto extraño. Una persona lo controlaba. Iba cubierta de pies a cabeza con prendas rojas y negras que al moverse mostraban flechas. Y por supuesto, llevaba una máscara pintada con flechas negras y rojas que le cubría la cara, lo que dificultaba saber su edad y género.
Observó con los ojos como platos la reunión. Tenía un toque extraño que le traía recuerdos no muy agradables, pero no fue capaz de moverse hasta que el misterioso DJ apagó el aparato y todos los jóvenes se desplomaron en el suelo.
En cuanto vio que la figura desaparecía en una callejuela adyacente, le siguió con cuidado. Durante unos minutos, se fue escondiendo para que su objetivo no se diera cuenta de su presencia. Pareció dar resultado, ya que no se giró ni una vez.
Una hora más tarde, llegaron a las afueras de la ciudad. El DJ se acercó a una pequeña casa en ruinas y abrió la puerta.
-  La señorita ama desea hablar con el señor traidor –rio sarcásticamente con voz de mujer, dándose la vuelta y haciendo una reverencia. - Venga, ¡no se quede parado, la señorita no tiene mucha paciencia!
Tragó saliva, dándose cuenta que la misteriosa DJ le había conducido a una trampa de ella. Bueno, ya no había marcha atrás, decidió cruzando la puerta. El camuflaje de la casa se esfumó y pudo ver que se encontraba en un gran recibidor, decorado con miles de plantas exóticas.
-  Cómo M le ha dicho, la señora no tiene mucha paciencia, así que le ruego que deje de mirar todo como si hubiera nacido ayer y sígame –le soltó lo que le había parecido una estatua dorada con los rasgos perfilados en negro, sacándose una melena negra por fuera de la capucha dorada. - Soy C, pero dudo que volvamos a vernos.
Le condujo a una fastuosa habitación, llena de objetos dorados, obras de arte antiquísimas y divanes.
-  Querido, avisa a la señora de que su invitado ya ha llegado –dijo C a un joven alto que descansaba en uno de los divanes.
Parecía un chico totalmente normal, vestido con un conjunto de chaqueta larga, pantalones y botas oscuras, pero cuando se giró hacia ellos, pudieron ver que llevaba una especie de máscara blanca totalmente lisa, sin agujeros de ningún tipo.
-  Hola… sabía que tarde o temprano te atraerían hasta aquí mis chicos –sonrió ella. - Dejadnos solos, por favor.
C y el chico de la máscara se fueron rápidamente, dejándole sólo frente a esa pelirroja psicópata. No había cambiado una pizca en todos esos años y su pelo refulgía como una hoguera, como siempre. Lo único que había añadido a su aspecto era esa coqueta máscara veneciana, que le resultaba familiar.
-  Veo que te acuerdas de la máscara que me regalaste la primera vez que nos vimos en Venecia, hace ya muchos siglos –pestañeó inocente. -  Qué lástima que decidieras quemar mi casa para tenerme controlada.
-  No sé de qué me hablas. Casi no recuerdo esa época.
-  Qué casualidad… -gruñó.
-  Mira, he venido para proponerte una tregua. No sé por qué sigues empeñada en matar a todo el que se me acerca, pero eso debe acabar. Estás matando a gente inocente.
Esa fue una mala idea, principalmente porque se encontró volando por los aires para acabar estampado en la pared con la pelirroja apoyando una aguja contra su cuello.
-  Y me dice el menos indicado que he matado a gente inocente. ¡Mataste a todo mi vecindario en París sólo porque me miró el lechero! ¡Quemaste San Francisco porque mi casero se dignó a darme un obsequio! Y no te hagas el amnésico, porque voy a devolvértelas todas hasta quedarme satisfecha.
-  Y… ¿y qué pasa con los jóvenes de esta noche? –jadeó aterrorizado.
-  Eso es parte de un plan que te copié a ti, en Grecia. Pero en vez de usar soldados… estoy reclutando inmortales, como mis tres chicos –rio suavemente ella- Voy a dominar el mundo entero y tú vas a ayudarme, quieras o no.
- ¡No voy a formar parte de tus delirios, psicópata! –chilló en un ataque de valentía.
- ¡C! ¡M! ¡Llevad al traidor a la sala del delirio! Espero que unos cuantos lustros encerrado te aclaren las ideas, querido.
Lo último que oyó antes de ser arrastrado fue una estruendosa risa psicópata que se le clavó en lo más profundo de su ser.

domingo, 11 de marzo de 2012

Relato: Pelirroja

Bueno, aquí un microrrelato que puede que sirva de base a algún relato largo... ¡Espero que os guste!
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Sus ojos de color miel relucieron con un brillo verdoso a la luz mortecina de una farola solitaria. Tenía miedo, mucho miedo. Debía salir de ahí antes de que ella apareciera.
Pero eso era más fácil de decir que de hacer. Ella tenía ojos en toda la ciudad, vigilando cada movimiento que hacían todos sus esclavos. Seguramente alguno de sus espías ya le habían visto y ella se dirigía hacia ese lugar para castigarle. ¿A dónde podía ir? Estaba atrapado. Pero no, no podía, no quería, decidió echando a correr por una calle oscura.
Corrió como un condenado durante varios minutos, pasando por calles mal iluminadas y llenas de basura... Y silenciosas. Frenó al recordar la predilección de ella por ejecutar a sus presas en silencio y sin testigos.
Una risita resonó a unos metros y como por arte de magia, una cabellera pelirroja refulgió en la oscuridad.
- Vaya, has tardado menos que otros en darte cuenta, mi querido esclavo -sonrió la dueña de la cabellera dando una palmada.
Una farola se encendió y pudo verla, con una gabardina negra y el pelo recogido en una cola de caballo. Sonreía con maldad, y sus ojos marrones tenían un brillo mortífero.
- Ha... ¿Hace mucho que me sigues? -jadeó él.
- El suficiente. Ya lo sabes, me gusta jugar con los esclavos traidores antes de castigarlos.
- ¡No soy tu esclavo! Me hiciste chantaje. No te debo ya nada.
La pelirroja dejó de sonreír y se acercó, provocando que él se encogiera de miedo. Aunque le sacaba veinte centímetros, había visto las carnicerías que podía hacer esa pequeña psicópata con una simple aguja.
- Tonto no eres. Sabes perfectamente lo que te haré. ¿Por qué no vuelves a mi lado y hacemos como si no hubiera pasado nada?
- ¿Y qué va a cambiar? Sé que vas a obligarme a matar a todo el que me importe en cuanto vuelva a tu lado. Y eso no pienso permitirlo.
Ella sonrió con algo parecido a la ternura en los ojos y apoyó una mano enguantada en su pecho.
- Mi pobre iluso... ¿Quién te ayudó cuando tuviste problemas? ¿Quién se desvivió por ti? ¡¿QUIÉN TE SALVO EL CULO CUANDO TU QUERIDA TE ENTREGÓ A UNA BANDA POR UN PUÑADO DE BILLETES?! Y yo sólo te pedí que estuvieras a mi lado siempre...
- Lo siento, pero no voy a obedecerte nunca más. Búscate a otro que quiera ser tu chucho, pero a mi déjame en paz. Ya me he cansado de tu juego.
Ella empezó a llorar, mientras que él se arrepentía de ese ataque de valentía que seguramente acabaría con la muerte de alguien como castigo. Así que empezó a correr para evitarlo, pero un dolor agudo en el cuello le frenó. A su espalda, ella bufó.
- No te equivoques, querido mío. Si yo no te tengo no te va a tener nadie.
Siguió riendo ante el cadáver del desafortunado joven hasta que éste ardió sin razón aparente. Después escupió en el suelo y suspiró.
- Espero que la próxima vez que nos veamos elijas mejor y no te vayas con una zorra mortal, querido. Esto de matarte una y otra vez ya empieza a ser aburrido.
Dicho esto, dio una palmada y desapareció, dejando la solitaria calle sin luz.