lunes, 30 de junio de 2014

Capítulo IV

27-07-1843

Hace más de una semana que abandoné la mansión de Todo y todavía no me ha encontrado. O no ha empezado a buscarme. Quizá está demasiado ocupado dando sepultura a todos sus experimentos fallidos, como la chica que se transformaba en lobo. La han encontrado muerta esta mañana en extrañas circunstancias en su jardín. Irónico. Me recuerda un poco a cuando los guardias del rey te mataban al perro para que contribuyeras al impuesto de seguridad del ciudadano. A esta quizá la haya envenenado y todo. Aunque no traté mucho con ella recuerdo que tenía mucho carácter y le costaba bastante reprimirse cuando le daban órdenes. También era muy mandona. Lo dicho, no me extrañaría que a esta la hubieran asesinado a propósito.

En otro orden de cosas, por fin mi mujer dio a luz a mi hijo y todo salió bien. Lo que me molesta es que llora por todo. Me asusta que pueda llegar a llamar la atención de Todo. Lo dudo, porque últimamente hay un número bastante alto de nacimientos, y no creo que prestase atención a uno de cientos. Sin embargo, para andar con más cuidado, yo mismo me ocupo de los cuidados del niño. Mi mujer se queja porque piensa que puede volverse un bestia. Y eso que todavía no le he dicho que en cuanto pueda sostenerse de pie le voy a enseñar a usar la espada...


Capítulo IV: La danza de las espadas

Sentado en un banco en la calle donde ambos se criaron. Así es como le gustaría tener grabado en la memoria el recuerdo de su mejor amigo en aquel momento en el que huía corriendo de un ejército entero de guerreros metálicos dispuestos a matarle. Mientras huía, venía a su mente una y otra vez el instante en el que, tan tranquilos como estaban, sentados gastándose bromas el uno al otro, una ráfaga de viento huracanado les arrancó de sus asientos y los mandó a la otra punta de la calle. En medio de la confusión, se miraron el uno al otro. Luego él oyó algo silbar en el aire y dirigió la mirada hacia de donde provenía el sonido, pero para cuando quiso avisar a su amigo ya era demasiado tarde. Una lanza le atravesó la garganta y murió en el acto.
Un torbellino de sensaciones atravesaban la cabeza de aquel joven que ni siquiera llegaba a los 18 años. Las lágrimas corrían por su rostro, pero su mente estaba tan embotada y se movía tan deprisa que no alcanzaba a adivinar por qué. Sin embargo, tenía una cosa clara: tenía que seguir corriendo.

Callejeando, escapando de los guerreros de metal, llegó a la plaza del pueblo. Allí un montón de gente lo miraba desconcertada.
—¡Huid, insensatos! ¿¡O acaso queréis morir!?—gritaba él.
La gente no comprendió hasta que no vio de frente las moles de acero. Fue entonces cuando huyeron corriendo, algunos tropezando y trastabillando, pero sin uno solo que no gritara con todas sus fuerzas. Él corrió a la fuente y la rodeó, con la esperanza de darles esquinazo entre todo el gentío, pero entonces escuchó una voz gritar entre toda la multitud.
Se dio la vuelta y entonces vio a una niña, que tenía los cordones desatados y se había tropezado y caído. Ya había un guerrero que se dirigía a masacrarla. Como un reflejo, el joven salió disparado hacia la niña y la sacó de la trayectoria de la lanza del monstruoso coloso, que dirigió una lenta mirada vacía hacia el salvador y la rescatada. Con un movimiento rápido, el muchacho le quitó los zapatos a la niña.
—¡Corre, corre como no has corrido nunca! ¡¡Vamos!!
La niña, horrorizada, escapó hacia una calle estrecha llena de sombras. Sólo quedaron el guerrero y el joven.
—Hostia puta—dijo, mientras la sombra del gigante empequeñecía su cuerpo.
El titán de acero levantó una pierna para aplastarlo, pero afortunadamente, pudo revolcarse en el suelo y esquivarla. El titán recogió la lanza que antes le había tirado a la niña y apuntó contra el insignificante humano que era su presa. El otro tropezó y cayó de bruces, levantando la mirada y poniendo la mano delante como si eso lo fuera a salvar. Fue entonces cuando sintió el calor en la mano y oyó el metal rechinar.

Cuando abrió los ojos, descubrió que la lanza había sido cortada al largo con un filo incandescente. No supo lo que había pasado hasta que vio el misterioso objeto afilado clavado en la frente del guerrero de acero. Era una espada, con la hoja al rojo vivo, que fundía el metal del titán como si fuera mantequilla entre los dedos.
Se levantó. Ahora sabía que tenía la partida ganada. Dirigió la mano hacia la frente del coloso y con varios movimientos rápidos, manejó a distancia la larga espada, cortando en pedazos con su filo caliente al guerrero de metal. Se dio la vuelta y vio a los otros que se dirigían hacia él. Sonrió levemente.
—Ay, cómo me lo voy a pasar.

Levantó los brazos y, junto a la espada de antes, aparecieron diecinueve más. Con sus hojas ardientes, daban vueltas en círculos alrededor del muchacho, que agitó los brazos y movió las manos con maestría para cortar el acero que lo atacaba. Diez de los guerreros cayeron en el embate de esas veinte espadas. El muchacho corrió entonces y saltó entre los escombros, con las espadas siguiéndole. Se dirigió hacia la siguiente horda pasando entre ellos con gracia y agilidad, y las espadas los atravesaron con la misma facilidad. Se volvió sobre sus espaldas y montó sobre un monopatín que habían dejado abandonado en el suelo. Velozmente, rodeó a los colosos que quedaban por exterminar. Desde detrás, volvió a mover las manos y los brazos, causando una masacre de guerreros de acero.
Se oyeron los golpes del metal frío en el suelo, y tras eso, un silencio sepulcral. Sólo la respiración cansada del joven, que miraba su obra, era escuchada en esa plaza, junto con el sonido del agua de la fuente. Tras unos instantes, se escuchó un eco metálico y unas fuertes pisadas que se dirigían hacia su posición. Se dio la vuelta y vio a un gigante dos veces más grande que los guerreros a los que acababa de masacrar. Éste portaba un martillo con pinchos, el cual no dudó en empuñar para aplastarlo ahí mismo. De nuevo, el muchacho hizo gala de su agilidad y pensó. Aquel bicho era demasiado grande como para cargárselo como a los otros. Pensaba mientras esquivaba los golpes, y entonces vio cómo una espada se mojaba en el agua de la fuente. El resultado fue la evaporación del líquido. Al muchacho se le ocurrió una idea.

Corriendo, se situó de modo que la fuente estuviera interpuesta entre el gigante y él. Invocó varias espadas ardientes más y esperó a que el coloso se acercase a la fuente. Una vez estuvo lo suficientemente cerca, él agitó el brazo y llevó todas las espadas juntas al agua.
El resultado fue un montón de vapor de agua, que entorpeció la visión del guerrero de metal el suficiente tiempo como para que el joven invocara otras veinte espadas de acero ardiente y las lanzara a través del humo. Éstas atravesaron al monstruo como si fuera de papel y lo dejaron fuera de combate. Con una sonrisa irónica, el joven murmuró unas palabras ininteligibles y miró hacia el cielo. Todas las espadas desaparecieron. Cerró los ojos y dejó que el aire le secase el sudor. Entonces escuchó una voz a sus espaldas.
—¿Te lo has pasado bien?
Se giró inmediatamente y vio a un señor mayor y bastante gordo que estaba sentado en uno de los cascos de los guerreros. No podía distinguirlo bien por culpa del brillo del sol sobre la coraza metálica, pero su voz sonaba gutural y horrible.
—Supongo.
—¿Te gustaría cargarte a más de estos?
Miró a su alrededor y pensó durante un segundo. Le vino a la mente el recuerdo de su amigo siendo atravesado por una lanza y la furia le inundó el cuerpo.
—Sí. Hasta que no quede ninguno.
—Bien. Entonces creo que podemos llegar a un acuerdo.
—¿Quién es usted?
—¿Yo? Un hombre, que casualmente lucha contra el mismo enemigo que tú. He visto cómo mataban a tu amigo.
—¿Cómo se llama?
—Eso te lo diré si aceptas el trato que te voy a ofrecer.
—Pues adelante. Hable.
—Bien: quiero que te unas a mis filas como guerrero. Mi enemigo, y el tuyo, es un ser muy poderoso, y necesito ayuda para acabar con él. ¿Qué me dices?
—¿Y yo qué gano?
—¿Acaso quieres más aparte de la posibilidad de vengarte?
—Sí. Soy un tipo ambicioso, qué le voy a hacer—sonrió.
—Sí, creo que te entiendo... Yo también soy un tipo ambicioso—quizá el hombre sonriera; eso nunca el joven nunca lo supo—. Tendrás un lugar al que ir. Gente con quien relacionarte y volver a tener seres queridos. Porque, no sé si lo sabes, pero los guerreros también acabaron con tu familia. Y con la de tu amigo.
El muchacho empalideció de repente. Apretó los puños intentando contener las ganas de llorar, pero a duras penas lo conseguía.
—Puedes llorar si quieres. Aunque sabes tan bien como yo que eso no los hará volver. Y bien, ¿qué me dices?
—Yo...—el joven sorbió mocos y miró con rabia al hombre. Entonces, de forma entrecortada e hipando, habló de nuevo—. Cuente conmigo.
—¡Maravilloso! Ahora, si no te importa acompañarme...
—Ahora me tiene que decir cómo se llama. Ese era el trato—el chico se limpió los mocos con la manga.
—¡Ja, ja, ja! De acuerdo. Te lo diré. Pero no aquí... Cuando estemos en mi casa.


sábado, 28 de junio de 2014

Capítulo III

24-07-1843

Hoy me he enterado de la muerte de la mensajera de Todo. No ha sido por parte de un chivatazo de mi espía sino gracias al bando local. La han localizado muerta a la entrada del pueblo, todo el mundo la conocía. Me parece extraño que muriese fuera de la mansión. Eso quiere decir que Todo no estaba experimentando con ella, lo cual me lleva a pensar que es obra de una tercera persona. Es muy pronto para sacar conclusiones, pero creo que tiene bastante que ver con las intrigas de Todo.

Por otro lado, mi mujer ya ha roto aguas. Esto es bastante inesperado. Estoy escribiendo esta entrada mientras viajo oculto en un montón de paja, hacia la Ciudadela. Mi primo nos espera allí, y mientras tanto, mi mujer sufre como nunca la he visto sufrir antes. No sé hasta qué punto esto es normal, y ni siquiera nos ha dado tiempo a encontrar analgésicos para calmar su dolor. Esperamos que en la Ciudadela haya, o que por lo menos mi primo sepa de hierbas que cumplan esa función, porque no creo que vaya a aguantar más tiempo viéndola sufrir de esta manera. La quiero demasiado. De todos modos, ya estamos llegando. En cuanto baje de esta carreta incómoda y maloliente me pongo a buscar medicinas.


Capítulo III: Desde las sombras

Situada al borde del precipicio, una muchacha de piel negra clara y profundos rizos oscuros observa con expresión furiosa a los guardias reales que la rodean. Están en la Plataforma Nº5, también conocida como la Ciudad Flotante de Abbadon. Esta chica ha cometido el delito de robar comida de una pastelería cercana al Generador Principal, y se la persigue desde hace tiempo por pequeñas infracciones que han ido aumentando su ficha policial lentamente hasta el punto de colgar su foto en los muros de las calles. Los guardias la amenazan con sus lanzas eléctricas, y le lanzan un ultimátum.
—Ríndete, o nos veremos obligados a utilizar la fuerza.
Esas voces electrónicas la ponen nerviosa. La chica observa la caída. Hay unos quinientos metros, y abajo una jungla impenetrable cubre todo el planeta. Con los ojos chispeantes, vuelve la mirada de nuevo a los guardias.
—Me parece a mí que no—extiende los brazos en forma de cruz, y con una sonrisa victoriosa en la cara, salta de la plataforma directa hacia el vacío.—. ¡Hasta otra, electroplastas!
Sintiendo la brisa en la cara, escucha alejarse los gritos de alarma de los guardias, y ve acercarse la tupida jungla cada vez más y más rápido. Agita suavemente los brazos y estos se convierten en las alas de un enorme pájaro blanco. Ahora es un águila de un tamaño imponente, que sobrevuela la jungla con la magnificencia de un dios alado. Los guardias, en el borde de la plataforma, la observan marcharse con la elegancia propia del ave que ha sustituido el cuerpo de la joven. Confundidos y asustados, cogen su comunicador y llaman a la base. Dicen que se les ha escapado la fugitiva y que es poco probable que la encuentren.
—¿Por qué?—se oye como respuesta.
—Pues porque se ha convertido en un águila enorme...
—¿¡Cómo!?

Mientras tanto, ya lejos de allí, la muchacha-águila se interna en la jungla. Vuelve a su forma humana y se sienta en la rama de un árbol. Allí, escucha todos los sonidos que la naturaleza salvaje ofrece a sus oídos. Se siente como en casa. Ve acercarse un pequeño mono, que dando saltitos y unos cuantos tumbos llega y se acerca a ella, amistosamente. Ella le ofrece la mano y le acaricia la cabeza. El mono la mira curioso y toca su brazo.

De pronto, se escucha un ruido. El mono huye espantado, y la chica se pone en guardia. Sin emitir sonido alguno, sus ojos vuelven a chisporrotear y se transforma en una pantera, camuflándose con el follaje del árbol. Abajo a sus pies hay una forma humana, poco distinguible entre las hojas y los matorrales de abajo. El humano sigue su camino hacia el interior de la jungla, y la pantera lo sigue con la mirada. “¿Qué hace un humano aquí?”, se pregunta la joven. Decide seguirlo.

Tras un buen rato de seguir al humano, logra verlo de refilón. Es un señor mayor, con una tripa grande, que se abre paso por los matorrales y las hojas secas a saber cómo. Extrañada, continúa su silenciosa persecución, cambiando de forma de vez en cuando para evitar que la descubran. Primero un colibrí, después un tucán, luego un mono, y cambiando, hasta que el humano llega al claro de un bosque. Allí, tras sentarse, saca un pañuelo y se seca la cara y las manos. Sin embargo, como la luz le refleja en los ojos, la muchacha no alcanza a verlo bien. Decide transformarse de nuevo en pantera y acercarse de forma agresiva. Así podría verlo de cerca y con suerte mandarlo de vuelta a una de las plataformas. La jungla es peligrosa para un señor mayor como él, y además de esa constitución corporal. Cuando está a punto de saltar hacia él, oye una voz que la paraliza por completo.
—No pensarás que me puedes asustar, ¿verdad?
Esa voz es mucho peor que la de los guardias de la plataforma. Lentamente, retrocede, aterrorizada. Ese hombre no es normal. ¿Por qué su instinto no la ha avisado?
—No, mujer, no te vayas. Tengo una propuesta para hacerte.
Todo muy siniestro. Sin embargo, hay algo que le dice que en las intenciones de este hombre no se incluye el hacerle daño. Atraviesa el matorral despacio, gruñendo.
—¿Tan mala pinta tengo como para que me amenaces así? Venga, déjame dialogar con tu parte humana.
Agachando la cabeza, la muchacha recobra su forma de mujer. Sin embargo, la mirada feroz continúa estando en sus ojos.
—Bien, así me gusta.
—¿Quién eres?
—¿Y tú? ¿Quién eres? ¿Una ladrona, un animal, o un monstruo?
—Todos—la chica, aguerrida, se inclina hacia adelante—. Y no me avergüenzo de ello. Pero no me has contestado a la pregunta.
—Vaya, vaya. Así que tienes claras las cosas. Y dime, ¿te gustaría trabajar para mí? Así ya no serías perseguida por los guardias de Abbadon.
—No.
—Oh—el hombre se levanta. Ella sigue sin apreciar su rostro—. ¿Y si te digo que no es una opción?
—Ni siquiera me has dicho quién eres, ¿y ya piensas que voy a obedecerte sin más? Lo siento mucho, pero ya me harté de eso hace bastante tiempo.
—Sí, lo sé. Como también sé que no tienes lugar a donde ir.
—¿Cómo que no? ¡Tengo un planeta entero!—abre los brazos con una sonrisa socarrona en el rostro, señalando la extensa jungla que los rodea—. No voy a ser más feliz en otro lugar.
—Crees que no necesitas a nadie, pero ambos sabemos que no es así. Tu pasado habla por ti. Y tu huida a la jungla no ha sido más que una válvula de escape para evitar ser encarcelada. Estoy aquí para ofrecerte lo que necesitas.
—¿A cambio de qué? Porque me imagino que no será gratis.
—¡Oh, chica lista! Bien. A cambio de darte aquello que más ansías, tan sólo te pido tu fuerza. Necesito ayuda.
—¿Para qué?
—De momento no te incumbe. He de entrenarte primero. Si te digo ya para qué, créeme que no aceptarás ni borracha.
—De acuerdo. O sea, que me ofreces lo que más ansío a cambio de contar con mi ayuda y entrenarme. ¿Y bajo qué circunstancias?
—Serás tratada como una reina, si es a eso a lo que te refieres.
—¿Cuántos más hay como yo?
—Doce, sin contarte a ti.
—¿Y a todos se nos tratará igual?
—¿Crees que voy a darte un trato especial a ti?
—No. Acepto el trato.

jueves, 26 de junio de 2014

Capítulo II

20-07-1843

Me han traído noticias desde la mansión del señor. Al parecer, uno de los otros 12 a los que entrenaba conmigo ha muerto en extrañas circunstancias. Curioso hecho, aunque no extraño, ya que el afán de experimentación de ese hombre no tiene límites como puede serlo por ejemplo una vida humana. Seguramente yo hubiese acabado igual, y los demás pronto harán lo mismo. Los que no han escapado todavía, que creo que no son muchos. Aunque les aguarda el mismo destino que a mí. Triste, muchos de ellos tienen familiares.

También me han dicho que ya está buscando sustitutos para aquellos que mueran. No sé cuánto tiempo durará esto. Hace tres días todavía pensaba que sus planes saldrían a relucir pronto incluso sin mi ayuda, sin embargo ahora que se ha quedado sin la ayuda de otro sirviente... Me dijeron que fue el del oxígeno. Supongo que Todo pretendía que además también pudiese aislar otros componentes del aire. ¿Hasta tan lejos planea llegar?

Por otro lado, he encontrado una manera de ocultar a mi hijo de Todo. A plena vista. Nos cambiaremos de nombre y viviremos en las afueras de la Ciudadela. Aunque quizá tengamos que cambiar de hogar pronto, de momento es un buen escondite, ya que conociendo al señor, nunca buscará en lugares demasiado obvios. Tengo que informarme pronto. Mi mujer dará a luz en apenas un par de semanas. Mientras tanto, mi primo puede hospedarnos cerca del castillo. Es arriesgado, pero como ya he mencionado antes, no buscará allí. Hay que actuar con prudencia, adelantándose al enemigo, o jamás lograremos atisbar la esperanza de la victoria en la lejanía...


Capítulo II: El halcón de las montañas

Dos veces tuvo que levantarse aquella noche, empapada en sudor. Las pesadillas atenazaban su espíritu y la atemorizaban de modo implacable aquella noche de verano. Su diminuto y rollizo cuerpo daba tumbos por la gruta de la pequeña colina en la que su casa estaba enterrada. Se acercó a la cavidad donde un pequeño manantial vertía agua en una roca cóncava y se aclaró el rostro. Soñaba con miles de enemigos acercándose a las Montañas Azules. Veía a todo su pueblo siendo arrinconado por los crueles que los discriminaron siglos antes.
Se disponía a volver a la cama cuando se cruzó en el túnel con uno de sus hermanos. Éste iba y venía por el pasillo, preocupado, metido en sus propios pensamientos y murmurando palabras ininteligibles.
—¿Estás bien?—preguntó ella.
—No... Estoy preocupado. Esta noche me he caído de la cama y, con la oreja pegada al suelo, he podido oír cientos de pisadas...
—Quizá fuera sólo tu imaginación...—comenzó a sudar de nuevo y se tiró al suelo, con la oreja pegada a éste—. Y te lo voy a demostrar. ¿Ves? Es todo tu imaginaci...
Entonces lo oyó. Las pisadas que su hermano decía. Corriendo, salió de la casa, ignorando los gritos de advertencia de su hermano.

El amanecer despuntaba en el este cuando la joven salió de su casa. A esa altura no se veía nadie que se acercase. Salió corriendo hacia arriba de la colina buscando un punto más alto desde el cual observar, pero se vio detenida por la fuerte mano de su hermano, que la sujetaba por el hombro.
—¿A dónde crees que vas? ¡Primero tenemos que avisar al jefe, no podemos huir tal cual!
—¿Y tú qué sabes si estoy huyendo o no? ¡Suéltame, pedazo de animal! ¡Me haces daño!
—¡Tú sí que te vas a hacer daño si no sigues el procedimiento estipulado! ¡Que está para algo, joder!
—¡No como tú! ¿Verdad?
Furiosa, se revolvió y consiguió zafarse. Aprovechando que era más veloz que su hermano, se escurrió corriendo colina arriba, pero cuando ya estaba llegando hasta arriba, tropezó. Temió que su hermano pudiera alcanzarla, pero cuál fue su sorpresa al ver que no llegó a tocar el suelo.
Se encontró flotando en el aire, en mitad de la fría brisa del alba, boca abajo. Tras estabilizarse, miró a su hermano, que se encontraba tan sorprendido como ella, un poco más abajo. Observó a su alrededor, y luego al suelo, para asegurarse de que lo que estaba ocurriendo era verdad: estaba volando.
—O-oye... Pero qué...—su hermano la miró con una mezcla de asombro y terror—. Ba-baja de ahí...
Ella lo miró y sonrió.
—Sí, claro.
Y entonces se elevó por encima de la colina. Dio vueltas, hizo tirabuzones y rozó las nubes bajas con los dedos. Mientras tanto, se reía, feliz. ¡Qué libertad! ¿Cómo era posible...?
De pronto, se detuvo, con la vista más allá de las colinas, hacia el sur. Lo que vio atenazó su corazón como si fuera la mandíbula de un perro de presa. Un ejército de mil hombres se dirigía hacia las Montañas Azules, con sus armas, caballos y odio. La joven bajó todo lo rápido que pudo, y pasó rozando por el suelo hasta llegar a la casa-cueva del jefe. Allí se detuvo, se posó en el suelo y, desesperada, golpeó la puerta con todas sus fuerzas. La mujer del jefe salió a recibirla.
—¡Oh, hola, Pe...!
—¡¡Vienen los hombres!! ¡¡Son muchos, un ejército de mil o más!! ¡¡Avise al jefe, deprisa!! ¡¡¡DEPRISA!!!
—Pero, ¿estás segura? Desde la torre de vigilancia no ven na...
—Yo los he visto, ¡créame! ¿¡Por qué tendría que engañaros!? ¡Hay que evacuar las montañas deprisa! ¡¡Vamos!!
—De acuerdo, de acuerdo, cálmate... ¿Dónde están?
—Aproximadamente a diez kilómetros, pero avanzan muy rápido... Dentro de poco estarán aquí.
—Vale, avisemos a mi marido.
La mujer hizo entrar a la joven dentro de la casa, para que le explicase la situación al jefe. Tras pensarlo mucho, él la miró con ojos penetrantes, como intentando descubrir la verdad tras una broma de mal gusto. Pero lo único que encontró en los ojos de la muchacha fue puro terror. Se levantó del asiento y se dirigió resueltamente hacia la torre de vigilancia.
Media hora más tarde, todo el pueblo se dirigía sierra adentro, por las grutas y caminos de emergencia, hacia los refugios situados en la otra parte de la cordillera. La muchacha iba al lado del jefe, caminando con rostro sombrío y pálido.
—¿Estás bien?—el jefe le dio una palmada en la espalda—¿Necesitas agua?
—No, no... Gracias...
—Bueno. ¿Me contarás cómo adivinaste que venía el ejército de los hombres? ¿O tendré que adivinarlo?
—Bueno... Anoche no podía dormirme. Tenía pesadillas. Cuando me levanté a lavarme la cara para quitarme el sudor, encontré a mi hermano, que se había caído de la cama por la noche y, con el oído pegado en el suelo, había escuchado un montón de pisadas que se dirigían hacia aquí. No le creí, así que pegué el mío al suelo también para demostrarle que eran imaginaciones suyas, pero entonces yo también las oí. Alarmada, quise subir arriba de la colina para asegurarme de que no era nada grave. Amanecía y la luz todavía era escasa, así que tropecé. Pero, en lugar de caer al suelo... Volé.
—¡Jo, jo, jo! ¿Que volaste?—el jefe se lo tomó a broma. Le revolvió el pelo y siguió caminando, mirando hacia el frente—. No digas tonterías. Quizá estabas todavía un poco dormida, y simplemente caíste cuesta abajo. Entonces subiste hacia la cima de la colina de nuevo y viste al ejército...
—¡Que no! ¡Que volé! ¡Y puedo demostrárselo!
—¿Ah, sí?—el rostro del viejo se volvió severo de repente—. Si es así, hazlo. Si no, volveremos al pueblo. No es un asunto de broma del que hablaste, y tampoco este. No podemos permitirnos equivocarnos con respecto a los enemigos, y menos dejar nuestro hogar a su suerte por escuchar las necias advertencias de una jovencilla que cree que sabe volar.
—Muy bien, viejales. Tú te lo has buscado—la joven se concentró y echó a correr por el camino—. ¡Já!
Tras coger carrerilla, la muchacha dio un pequeño salto. Todos quedaron expectantes a lo que sucedería entonces. Y cuando salió volando por los aires y describió tirabuzones en el cielo, el jefe del pueblo se detuvo. Miró a su alrededor, luego de nuevo a la joven, y después reemprendió la marcha, tras gritar unas palabras en un antiguo idioma sólo conocido por los miembros de la tribu de las montañas. El pueblo se movió entonces por los caminos mucho más rápido que antes, azotados por la prisa. La joven, de cuando en cuando, se elevaba más arriba y afinaba la vista, para ver cuánta distancia los separaba de sus enemigos. Informaba al jefe y planeaba a media distancia, entre la tierra y el infinito.
Tras un día y medio de viaje, el pueblo llegó a los refugios. Allí se preparó todo para acoger a todos los ciudadanos, y los miembros del pequeño ejército de defensa cogieron armas para dispersarse por la montaña y acabar con quien intentase acercarse. La muchacha quedó como vigía e informadora de la situación del ejército el enemigo. Cuando éste, por fin, se retiró, derrotado por el hambre, las guerrillas y el cansancio, el pueblo volvió a su respectivo hogar. La joven fue galardonada por su habilidad y capacidad de reacción.
Unos días más tarde, la muchacha recibió una visita en plena noche, tan discreta que ningún miembro de la casa oyó la llamada a la puerta excepto ella. Cautelosa, fue a recibir al extraño que, sigilosamente, se había infiltrado en el pueblo, y que ahora reclamaba su presencia. Todo lo que pudo ver al contraluz de la luna era una sombra grande y oronda que se alzaba sobre ella, y que, con una voz profunda, pronunciaba su nombre.
—¿Quién me reclama?
—Tu futuro señor. Me han llegado noticias de tu asombroso poder, y tengo un favor que pedirte...
—¿Quién es usted?
—Puedes llamarme Señor. Así es como me conoce la mayor parte de la gente. Ahora, por favor, escúchame.
—Eres un hombre. ¿Cómo te has metido aquí sin que te vieran los vigilantes?
—Por favor, querida, es algo urgente...
—¿¡Y por qué estás tan gordo!?
—¡Basta! ¡Ahora me escucharás! ¡Necesito que te unas a mis filas!
—¿Y por qué yo?
—Porque tienes un poder que yo necesito. Si te unes a mis aliados y aceptas que ser entrenada para mejorar tus aptitudes como guerrera...
—Yo no me pego con nadie. Prefiero sentarme a mirar, o huir. Depende.
—De acuerdo, pues no pelearás. Serás mi vigilante personal. Mi espía. Mi halcón. ¿Estás dispuesta a hacerlo?
—¿Y yo qué gano con esto?
—Tus preguntas están empezando a molestarme seriamente...
—He dicho que qué gano.
—Protección para tu pueblo. Jamás os veréis atacados por los hombres, y si llega a pasar, no podrán vencer las murallas que yo les impondré. ¿Trato hecho?
—...Mira, voy a serte sincera. No confío en ti. ¿Quién me asegura que cumplirás con tu palabra?
—Yo mismo. Podría acabar con tu vida y con la de todo tu pueblo con un chasquido de dedos, y sin embargo, no lo he hecho. También podría llevarte por la fuerza. Te estoy dando la opción de elegir. ¿Y bien?
—...
—¿Y bien...?
—De acuerdo. Pero déjame coger un par de cosas primero.
—Tómate el tiempo que necesites, nadie en este pueblo verá el amanecer hasta que nos hayamos marchado...



miércoles, 25 de junio de 2014

Capítulo I

15-07-1843

Él. Él, sentado en su escritorio de madera de roble. Él, mojando la pluma en la tinta, escribiendo en una hoja amarillenta y rugosa. Piernas cruzadas bajo la mesa. Su grandiosidad era captada por todos aquellos que lo rodeaban. Sin embargo yo, un humilde servidor, tenía la certeza de que su magnificencia no era más que la máscara del cobarde. Si mis cavilaciones están en lo cierto, las maquinaciones de esa rata de alcantarilla serán descubiertas de un momento a otro. Bastaría una pequeña chispa para que eso sucediese. Para que todo volara en mil pedazos. Sin embargo, yo no podré presenciar ese momento.

Hace ya bastante tiempo que abandoné la mansión del señor. En cuanto descubrió mis 'facultades' comenzó a intentar enseñarme y amaestrarme cual perro fiel. Cosa que no le salió del todo bien: cuando descubrí sus amargos y malditos planes, me escapé, y huí. Debe estar a punto de localizarme...

Sí, sabe que estoy al corriente de sus planes. Lo sabe todo, el endemoniado. Todo. Y además, también lo maneja. Pero nunca sabrá qué fue de mi hijo, al menos hasta que no sea el momento adecuado... Con suerte nacerá sin mi habilidad para la lectura y la interpretación, sin embargo, no estoy seguro. Mis planes son ocultarlo de las garras del señor durante el mayor tiempo posible, si es que eso es siquiera una opción.

Incluso el nombre. Incluso el nombre de este villano lo contiene todo. Puesto que es Todo. Todo, el Gran Señor. Aquel que sabe cuáles serán las consecuencias de cada decisión, de cada acto. Su conocimiento no alcanza límites... Enorme jefe de todo aquello que las barreras del tiempo puedan separar. Es indestructible. Porque sin Todo, nada existe... Y cuando no hay Nada, Todo fluye a sus anchas...


Capítulo I: Sin aliento

Largas eran las noches en la infinita ciudad de Irulor. A ratos frías, a ratos cálidas. A ratos oscuras, a ratos brillantes cual luz de luna. Sin embargo, aquella noche no era una de las bonitas. Era oscura, fría como el hielo y densa, muy densa. Tanto que hasta costaba respirar. Las infinitas horas eran marcadas por las gotas de arena que caían sobre los fondos de cristal de los relojes de arena de una joyería que había cerca de donde un joven, sentado, observaba, a duras penas y entre la oscuridad, la vaina de una vieja espada japonesa. Cada noche descubría nuevos recuerdos al acariciar la lisa superficie del hogar de la antigualla.
Corrió un tibio aire que venía de las callejuelas del sur. Esto desentumeció un poco los huesos del joven, que tras haber descansado recostado tras una caja de metal, se levantó y miró al cielo. Seguía sin haber ni una sola estrella: la noche seguía siendo demasiado joven. Sin embargo, emprendió de nuevo el camino, con las manos en los bolsillos de su chaleco. Conforme iba caminando se iba sintiendo cada vez más repuesto: la densidad de la noche estaba menguando. Al cabo de un rato podía caminar con soltura sin preocuparse por la fatiga. De pronto, escuchó un ruido. Se detuvo y contuvo la respiración. Habían ocurrido demasiadas cosas en las horas anteriores como para no preocuparse acerca de lo que podría ser, así que se concentró en escuchar. Podría haber detectado hasta el zumbido de una mosca. Y entonces el ruido se volvió a repetir. Klang. Por la izquierda. Y se acercaba.
Sigilosamente, avanzó hacia el lugar de donde procedía el ruido. Entre los callejones reinaba el más absoluto silencio. Cuanto más avanzaba, con más claridad lo escuchaba. Klang, klang. El ruido se repetía cada vez con más frecuencia y recordaba al golpe de un martillo sobre el metal. Cuando por fin estuvo cerca, notó un movimiento por detrás, y no tardó más tiempo en reaccionar que una fracción de segundo.
Echó a correr en dirección contraria al ruido. Ahora se escuchaba claramente alrededor suyo, todo el rato. Klang, klang, klang, klang. A veces hasta pensaba que quien lo provocaba era él, y mientras aceleraba se palpaba a sí mismo, tratando de encontrar una pieza de metal que resonara contra otra de ese modo, sin éxito alguno.
Tras correr durante un rato de ese modo, alcanzó a ver un destello en el velo oscuro de la noche: la primera estrella. Buenas noticias. Continuó corriendo hasta que se sintió desfallecer, y aun entonces siguió. Y, de repente, se encontró en un callejón sin salida.
Los golpes se escuchaban más fuertes que nunca. Arrinconado, el joven sacó la vieja espada de su vaina, que relució imitando al brillo de la estrella. Mirando atentamente hacia arriba y hacia la entrada del callejón, se topó con su enemigo. Una bestia amorfa de metal, oxidada, se encontraba frente a él. Avanzaba torpemente, pero de forma eficaz, arrinconando todavía más al joven. El muchacho se enderezó y empuñó la espada con fuerza. Contó despacio hasta tres. “Uno... dos... y tres.” Al finalizar, se lanzó rápidamente contra la bestia, que fue atravesada desde delante hasta atrás con la espada japonesa. Una armadura inútil.
Entonces ya no se oyó nada. Respirando fuertemente, el muchacho se dejó caer en el suelo, ya tranquilo tras haber sido presa de un ataque de nervios. Volvió a guardar la espada. Y cuando por fin recuperó el aliento, escuchó una voz a su espalda.
—Así que mi bichito no ha podido contigo, ¿eh?
El estado de alarma del joven volvió a aparecer. Con la mano ya puesta en la espada, dirigió la mirada hacia donde provenía la voz y vio una sombra negra, grande y redonda.
—Ni siquiera intentes tus truquitos del oxígeno. No van a funcionar conmigo.
—¿Quién eres tú? ¿Y por qué cojones me sigues, qué quieres de mí?
—Eh, relájate, chaval, tan solo quiero un trato.
—Y por eso me atacas con un monstruo, trasto, bicho, robot, lo que mierda sea. ¿no? Venga hombre, que no he nacido ayer.
—Desde mi perspectiva naciste apenas hace unos minutos, pero eso te lo explicaré en otro momento. Si aceptas mi propuesta, claro...
El muchacho miró desconcertado a la sombra que se alzaba ante él. El misterio captó su atención y despertó su curiosidad, y antes de darse cuenta ya estaba pronunciando estas palabras:
—...A ver, ¿qué es lo que quieres?
—Necesito tu ayuda. Verás, hay una cosa que necesito hacer...