domingo, 28 de octubre de 2012

Relato: Pelirroja Parte 2


Tiritó al salir del barucho. Era una fría noche de febrero, y se había refugiado ahí huyendo de la muchedumbre que celebraba los carnavales. Suspiró de alivio al ver la calle desierta. Cuantos menos testigos de que había estado en esa ciudad, mejor. Estaba decidido a cambiar las tornas y sorprender a la pequeña psicópata en su cuartel general. Sólo había un pequeño problema… y era que no tenía ni idea de dónde podía estar el cuartel. La ciudad había cambiado demasiado desde el último encontronazo con ella.
Deambuló sin rumbo por las calles sucias y malolientes. Empezaba a cuestionarse si era un buen plan, dado el historial de muertes que llevaba encima. De repente, un lejano sonido llamó su atención. Al acercarse un poco más, reconoció una música extraña, a la par que hipnotizante.
Se quedó patidifuso al descubrir una plaza enorme, llena de jóvenes con máscaras que bailaban al son de la música que salía de un artefacto extraño. Una persona lo controlaba. Iba cubierta de pies a cabeza con prendas rojas y negras que al moverse mostraban flechas. Y por supuesto, llevaba una máscara pintada con flechas negras y rojas que le cubría la cara, lo que dificultaba saber su edad y género.
Observó con los ojos como platos la reunión. Tenía un toque extraño que le traía recuerdos no muy agradables, pero no fue capaz de moverse hasta que el misterioso DJ apagó el aparato y todos los jóvenes se desplomaron en el suelo.
En cuanto vio que la figura desaparecía en una callejuela adyacente, le siguió con cuidado. Durante unos minutos, se fue escondiendo para que su objetivo no se diera cuenta de su presencia. Pareció dar resultado, ya que no se giró ni una vez.
Una hora más tarde, llegaron a las afueras de la ciudad. El DJ se acercó a una pequeña casa en ruinas y abrió la puerta.
-  La señorita ama desea hablar con el señor traidor –rio sarcásticamente con voz de mujer, dándose la vuelta y haciendo una reverencia. - Venga, ¡no se quede parado, la señorita no tiene mucha paciencia!
Tragó saliva, dándose cuenta que la misteriosa DJ le había conducido a una trampa de ella. Bueno, ya no había marcha atrás, decidió cruzando la puerta. El camuflaje de la casa se esfumó y pudo ver que se encontraba en un gran recibidor, decorado con miles de plantas exóticas.
-  Cómo M le ha dicho, la señora no tiene mucha paciencia, así que le ruego que deje de mirar todo como si hubiera nacido ayer y sígame –le soltó lo que le había parecido una estatua dorada con los rasgos perfilados en negro, sacándose una melena negra por fuera de la capucha dorada. - Soy C, pero dudo que volvamos a vernos.
Le condujo a una fastuosa habitación, llena de objetos dorados, obras de arte antiquísimas y divanes.
-  Querido, avisa a la señora de que su invitado ya ha llegado –dijo C a un joven alto que descansaba en uno de los divanes.
Parecía un chico totalmente normal, vestido con un conjunto de chaqueta larga, pantalones y botas oscuras, pero cuando se giró hacia ellos, pudieron ver que llevaba una especie de máscara blanca totalmente lisa, sin agujeros de ningún tipo.
-  Hola… sabía que tarde o temprano te atraerían hasta aquí mis chicos –sonrió ella. - Dejadnos solos, por favor.
C y el chico de la máscara se fueron rápidamente, dejándole sólo frente a esa pelirroja psicópata. No había cambiado una pizca en todos esos años y su pelo refulgía como una hoguera, como siempre. Lo único que había añadido a su aspecto era esa coqueta máscara veneciana, que le resultaba familiar.
-  Veo que te acuerdas de la máscara que me regalaste la primera vez que nos vimos en Venecia, hace ya muchos siglos –pestañeó inocente. -  Qué lástima que decidieras quemar mi casa para tenerme controlada.
-  No sé de qué me hablas. Casi no recuerdo esa época.
-  Qué casualidad… -gruñó.
-  Mira, he venido para proponerte una tregua. No sé por qué sigues empeñada en matar a todo el que se me acerca, pero eso debe acabar. Estás matando a gente inocente.
Esa fue una mala idea, principalmente porque se encontró volando por los aires para acabar estampado en la pared con la pelirroja apoyando una aguja contra su cuello.
-  Y me dice el menos indicado que he matado a gente inocente. ¡Mataste a todo mi vecindario en París sólo porque me miró el lechero! ¡Quemaste San Francisco porque mi casero se dignó a darme un obsequio! Y no te hagas el amnésico, porque voy a devolvértelas todas hasta quedarme satisfecha.
-  Y… ¿y qué pasa con los jóvenes de esta noche? –jadeó aterrorizado.
-  Eso es parte de un plan que te copié a ti, en Grecia. Pero en vez de usar soldados… estoy reclutando inmortales, como mis tres chicos –rio suavemente ella- Voy a dominar el mundo entero y tú vas a ayudarme, quieras o no.
- ¡No voy a formar parte de tus delirios, psicópata! –chilló en un ataque de valentía.
- ¡C! ¡M! ¡Llevad al traidor a la sala del delirio! Espero que unos cuantos lustros encerrado te aclaren las ideas, querido.
Lo último que oyó antes de ser arrastrado fue una estruendosa risa psicópata que se le clavó en lo más profundo de su ser.