sábado, 28 de junio de 2014

Capítulo III

24-07-1843

Hoy me he enterado de la muerte de la mensajera de Todo. No ha sido por parte de un chivatazo de mi espía sino gracias al bando local. La han localizado muerta a la entrada del pueblo, todo el mundo la conocía. Me parece extraño que muriese fuera de la mansión. Eso quiere decir que Todo no estaba experimentando con ella, lo cual me lleva a pensar que es obra de una tercera persona. Es muy pronto para sacar conclusiones, pero creo que tiene bastante que ver con las intrigas de Todo.

Por otro lado, mi mujer ya ha roto aguas. Esto es bastante inesperado. Estoy escribiendo esta entrada mientras viajo oculto en un montón de paja, hacia la Ciudadela. Mi primo nos espera allí, y mientras tanto, mi mujer sufre como nunca la he visto sufrir antes. No sé hasta qué punto esto es normal, y ni siquiera nos ha dado tiempo a encontrar analgésicos para calmar su dolor. Esperamos que en la Ciudadela haya, o que por lo menos mi primo sepa de hierbas que cumplan esa función, porque no creo que vaya a aguantar más tiempo viéndola sufrir de esta manera. La quiero demasiado. De todos modos, ya estamos llegando. En cuanto baje de esta carreta incómoda y maloliente me pongo a buscar medicinas.


Capítulo III: Desde las sombras

Situada al borde del precipicio, una muchacha de piel negra clara y profundos rizos oscuros observa con expresión furiosa a los guardias reales que la rodean. Están en la Plataforma Nº5, también conocida como la Ciudad Flotante de Abbadon. Esta chica ha cometido el delito de robar comida de una pastelería cercana al Generador Principal, y se la persigue desde hace tiempo por pequeñas infracciones que han ido aumentando su ficha policial lentamente hasta el punto de colgar su foto en los muros de las calles. Los guardias la amenazan con sus lanzas eléctricas, y le lanzan un ultimátum.
—Ríndete, o nos veremos obligados a utilizar la fuerza.
Esas voces electrónicas la ponen nerviosa. La chica observa la caída. Hay unos quinientos metros, y abajo una jungla impenetrable cubre todo el planeta. Con los ojos chispeantes, vuelve la mirada de nuevo a los guardias.
—Me parece a mí que no—extiende los brazos en forma de cruz, y con una sonrisa victoriosa en la cara, salta de la plataforma directa hacia el vacío.—. ¡Hasta otra, electroplastas!
Sintiendo la brisa en la cara, escucha alejarse los gritos de alarma de los guardias, y ve acercarse la tupida jungla cada vez más y más rápido. Agita suavemente los brazos y estos se convierten en las alas de un enorme pájaro blanco. Ahora es un águila de un tamaño imponente, que sobrevuela la jungla con la magnificencia de un dios alado. Los guardias, en el borde de la plataforma, la observan marcharse con la elegancia propia del ave que ha sustituido el cuerpo de la joven. Confundidos y asustados, cogen su comunicador y llaman a la base. Dicen que se les ha escapado la fugitiva y que es poco probable que la encuentren.
—¿Por qué?—se oye como respuesta.
—Pues porque se ha convertido en un águila enorme...
—¿¡Cómo!?

Mientras tanto, ya lejos de allí, la muchacha-águila se interna en la jungla. Vuelve a su forma humana y se sienta en la rama de un árbol. Allí, escucha todos los sonidos que la naturaleza salvaje ofrece a sus oídos. Se siente como en casa. Ve acercarse un pequeño mono, que dando saltitos y unos cuantos tumbos llega y se acerca a ella, amistosamente. Ella le ofrece la mano y le acaricia la cabeza. El mono la mira curioso y toca su brazo.

De pronto, se escucha un ruido. El mono huye espantado, y la chica se pone en guardia. Sin emitir sonido alguno, sus ojos vuelven a chisporrotear y se transforma en una pantera, camuflándose con el follaje del árbol. Abajo a sus pies hay una forma humana, poco distinguible entre las hojas y los matorrales de abajo. El humano sigue su camino hacia el interior de la jungla, y la pantera lo sigue con la mirada. “¿Qué hace un humano aquí?”, se pregunta la joven. Decide seguirlo.

Tras un buen rato de seguir al humano, logra verlo de refilón. Es un señor mayor, con una tripa grande, que se abre paso por los matorrales y las hojas secas a saber cómo. Extrañada, continúa su silenciosa persecución, cambiando de forma de vez en cuando para evitar que la descubran. Primero un colibrí, después un tucán, luego un mono, y cambiando, hasta que el humano llega al claro de un bosque. Allí, tras sentarse, saca un pañuelo y se seca la cara y las manos. Sin embargo, como la luz le refleja en los ojos, la muchacha no alcanza a verlo bien. Decide transformarse de nuevo en pantera y acercarse de forma agresiva. Así podría verlo de cerca y con suerte mandarlo de vuelta a una de las plataformas. La jungla es peligrosa para un señor mayor como él, y además de esa constitución corporal. Cuando está a punto de saltar hacia él, oye una voz que la paraliza por completo.
—No pensarás que me puedes asustar, ¿verdad?
Esa voz es mucho peor que la de los guardias de la plataforma. Lentamente, retrocede, aterrorizada. Ese hombre no es normal. ¿Por qué su instinto no la ha avisado?
—No, mujer, no te vayas. Tengo una propuesta para hacerte.
Todo muy siniestro. Sin embargo, hay algo que le dice que en las intenciones de este hombre no se incluye el hacerle daño. Atraviesa el matorral despacio, gruñendo.
—¿Tan mala pinta tengo como para que me amenaces así? Venga, déjame dialogar con tu parte humana.
Agachando la cabeza, la muchacha recobra su forma de mujer. Sin embargo, la mirada feroz continúa estando en sus ojos.
—Bien, así me gusta.
—¿Quién eres?
—¿Y tú? ¿Quién eres? ¿Una ladrona, un animal, o un monstruo?
—Todos—la chica, aguerrida, se inclina hacia adelante—. Y no me avergüenzo de ello. Pero no me has contestado a la pregunta.
—Vaya, vaya. Así que tienes claras las cosas. Y dime, ¿te gustaría trabajar para mí? Así ya no serías perseguida por los guardias de Abbadon.
—No.
—Oh—el hombre se levanta. Ella sigue sin apreciar su rostro—. ¿Y si te digo que no es una opción?
—Ni siquiera me has dicho quién eres, ¿y ya piensas que voy a obedecerte sin más? Lo siento mucho, pero ya me harté de eso hace bastante tiempo.
—Sí, lo sé. Como también sé que no tienes lugar a donde ir.
—¿Cómo que no? ¡Tengo un planeta entero!—abre los brazos con una sonrisa socarrona en el rostro, señalando la extensa jungla que los rodea—. No voy a ser más feliz en otro lugar.
—Crees que no necesitas a nadie, pero ambos sabemos que no es así. Tu pasado habla por ti. Y tu huida a la jungla no ha sido más que una válvula de escape para evitar ser encarcelada. Estoy aquí para ofrecerte lo que necesitas.
—¿A cambio de qué? Porque me imagino que no será gratis.
—¡Oh, chica lista! Bien. A cambio de darte aquello que más ansías, tan sólo te pido tu fuerza. Necesito ayuda.
—¿Para qué?
—De momento no te incumbe. He de entrenarte primero. Si te digo ya para qué, créeme que no aceptarás ni borracha.
—De acuerdo. O sea, que me ofreces lo que más ansío a cambio de contar con mi ayuda y entrenarme. ¿Y bajo qué circunstancias?
—Serás tratada como una reina, si es a eso a lo que te refieres.
—¿Cuántos más hay como yo?
—Doce, sin contarte a ti.
—¿Y a todos se nos tratará igual?
—¿Crees que voy a darte un trato especial a ti?
—No. Acepto el trato.

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