24-07-1843
Hoy me he enterado de la muerte de
la mensajera de Todo. No ha sido por parte de un chivatazo de mi
espía sino gracias al bando local. La han localizado muerta a la
entrada del pueblo, todo el mundo la conocía. Me parece extraño que
muriese fuera de la mansión. Eso quiere decir que Todo no estaba
experimentando con ella, lo cual me lleva a pensar que es obra de una
tercera persona. Es muy pronto para sacar conclusiones, pero creo que
tiene bastante que ver con las intrigas de Todo.
Por otro lado, mi mujer ya ha roto
aguas. Esto es bastante inesperado. Estoy escribiendo esta entrada
mientras viajo oculto en un montón de paja, hacia la Ciudadela. Mi
primo nos espera allí, y mientras tanto, mi mujer sufre como nunca
la he visto sufrir antes. No sé hasta qué punto esto es normal, y
ni siquiera nos ha dado tiempo a encontrar analgésicos para calmar
su dolor. Esperamos que en la Ciudadela haya, o que por lo menos mi
primo sepa de hierbas que cumplan esa función, porque no creo que
vaya a aguantar más tiempo viéndola sufrir de esta manera. La
quiero demasiado. De todos modos, ya estamos llegando. En cuanto baje
de esta carreta incómoda y maloliente me pongo a buscar medicinas.
Capítulo III:
Desde las sombras
Situada al borde del precipicio, una muchacha de piel negra clara y
profundos rizos oscuros observa con expresión furiosa a los guardias
reales que la rodean. Están en la Plataforma Nº5, también conocida
como la Ciudad Flotante de Abbadon. Esta chica ha cometido el delito
de robar comida de una pastelería cercana al Generador Principal, y
se la persigue desde hace tiempo por pequeñas infracciones que han
ido aumentando su ficha policial lentamente hasta el punto de colgar
su foto en los muros de las calles. Los guardias la amenazan con sus
lanzas eléctricas, y le lanzan un ultimátum.
—Ríndete, o nos veremos obligados a utilizar la fuerza.
Esas voces electrónicas la ponen nerviosa. La chica observa la
caída. Hay unos quinientos metros, y abajo una jungla
impenetrable cubre todo el planeta. Con los ojos chispeantes, vuelve
la mirada de nuevo a los guardias.
—Me parece a mí que no—extiende los brazos en forma de cruz, y
con una sonrisa victoriosa en la cara, salta de la plataforma directa
hacia el vacío.—. ¡Hasta otra, electroplastas!
Sintiendo la brisa en la cara, escucha alejarse los gritos de alarma
de los guardias, y ve acercarse la tupida jungla cada vez más y más
rápido. Agita suavemente los brazos y estos se convierten en las
alas de un enorme pájaro blanco. Ahora es un águila de un tamaño
imponente, que sobrevuela la jungla con la magnificencia de un dios
alado. Los guardias, en el borde de la plataforma, la observan
marcharse con la elegancia propia del ave que ha sustituido el cuerpo
de la joven. Confundidos y asustados, cogen su comunicador y llaman a
la base. Dicen que se les ha escapado la fugitiva y que es poco
probable que la encuentren.
—¿Por qué?—se oye como respuesta.
—Pues porque se ha convertido en un águila enorme...
—¿¡Cómo!?
Mientras tanto, ya lejos de allí, la muchacha-águila se interna en
la jungla. Vuelve a su forma humana y se sienta en la rama de un
árbol. Allí, escucha todos los sonidos que la naturaleza salvaje
ofrece a sus oídos. Se siente como en casa. Ve acercarse un pequeño
mono, que dando saltitos y unos cuantos tumbos llega y se acerca a
ella, amistosamente. Ella le ofrece la mano y le acaricia la cabeza.
El mono la mira curioso y toca su brazo.
De pronto, se escucha un ruido. El mono huye espantado, y la chica
se pone en guardia. Sin emitir sonido alguno, sus ojos vuelven a
chisporrotear y se transforma en una pantera, camuflándose con el
follaje del árbol. Abajo a sus pies hay una forma humana, poco
distinguible entre las hojas y los matorrales de abajo. El humano
sigue su camino hacia el interior de la jungla, y la pantera lo sigue
con la mirada. “¿Qué hace un humano aquí?”, se pregunta la
joven. Decide seguirlo.
Tras un buen rato de seguir al humano, logra verlo de refilón. Es
un señor mayor, con una tripa grande, que se abre paso por los
matorrales y las hojas secas a saber cómo. Extrañada, continúa su
silenciosa persecución, cambiando de forma de vez en cuando para
evitar que la descubran. Primero un colibrí, después un tucán,
luego un mono, y cambiando, hasta que el humano llega al claro de un
bosque. Allí, tras sentarse, saca un pañuelo y se seca la cara y
las manos. Sin embargo, como la luz le refleja en los ojos, la
muchacha no alcanza a verlo bien. Decide transformarse de nuevo en
pantera y acercarse de forma agresiva. Así podría verlo de cerca y
con suerte mandarlo de vuelta a una de las plataformas. La jungla es
peligrosa para un señor mayor como él, y además de esa
constitución corporal. Cuando está a punto de saltar hacia él, oye
una voz que la paraliza por completo.
—No pensarás que me puedes asustar, ¿verdad?
Esa voz es mucho peor que la de los guardias de la plataforma.
Lentamente, retrocede, aterrorizada. Ese hombre no es normal. ¿Por
qué su instinto no la ha avisado?
—No, mujer, no te vayas. Tengo una propuesta para hacerte.
Todo muy siniestro. Sin embargo, hay algo que le dice que en las
intenciones de este hombre no se incluye el hacerle daño. Atraviesa
el matorral despacio, gruñendo.
—¿Tan mala pinta tengo como para que me amenaces así? Venga,
déjame dialogar con tu parte humana.
Agachando la cabeza, la muchacha recobra su forma de mujer. Sin
embargo, la mirada feroz continúa estando en sus ojos.
—Bien, así me gusta.
—¿Quién eres?
—¿Y tú? ¿Quién eres? ¿Una ladrona, un animal, o un monstruo?
—Todos—la chica, aguerrida, se inclina hacia adelante—. Y no me
avergüenzo de ello. Pero no me has contestado a la pregunta.
—Vaya, vaya. Así que tienes claras las cosas. Y dime, ¿te
gustaría trabajar para mí? Así ya no serías perseguida por los
guardias de Abbadon.
—No.
—Oh—el hombre se levanta. Ella sigue sin apreciar su rostro—.
¿Y si te digo que no es una opción?
—Ni siquiera me has dicho quién eres, ¿y ya piensas que voy a
obedecerte sin más? Lo siento mucho, pero ya me harté de eso hace
bastante tiempo.
—Sí, lo sé. Como también sé que no tienes lugar a donde ir.
—¿Cómo que no? ¡Tengo un planeta entero!—abre los brazos con
una sonrisa socarrona en el rostro, señalando la extensa jungla que
los rodea—. No voy a ser más feliz en otro lugar.
—Crees que no necesitas a nadie, pero ambos sabemos que no es así.
Tu pasado habla por ti. Y tu huida a la jungla no ha sido más que
una válvula de escape para evitar ser encarcelada. Estoy aquí para
ofrecerte lo que necesitas.
—¿A cambio de qué? Porque me imagino que no será gratis.
—¡Oh, chica lista! Bien. A cambio de darte aquello que más
ansías, tan sólo te pido tu fuerza. Necesito ayuda.
—¿Para qué?
—De momento no te incumbe. He de entrenarte primero. Si te digo ya
para qué, créeme que no aceptarás ni borracha.
—De acuerdo. O sea, que me ofreces lo que más ansío a cambio de
contar con mi ayuda y entrenarme. ¿Y bajo qué circunstancias?
—Serás tratada como una reina, si es a eso a lo que te refieres.
—¿Cuántos más hay como yo?
—Doce, sin contarte a ti.
—¿Y a todos se nos tratará igual?
—¿Crees que voy a darte un trato especial a ti?
—No. Acepto el trato.
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