domingo, 3 de agosto de 2014

Capítulo XIII

09-09-1866

Ha llegado el gran día. Hace aproximadamente un año le conté a mi hijo que me moría, y mañana ya no estaré en este mundo. Y entonces será cuando Todo vendrá a por mi hijo, porque si ha venido a por nosotros ya con el ataque del tipo de las columnas de aire eso quiere decir que sabe de sobra mi condición. Parece que ya ha masacrado a todos los que podía masacrar de todos modos, incluido el herrero que me dijo que estaba reuniendo el ejército. Ah, y la cazadora aquella, que estaba obsesionada con la música. Sólo quedamos Nüne, el Mensajero Veloz y yo, y cuando yo muera y él tenga a mi hijo, no tardará en deshacerse de ambos. O al menos lo intentará. Son los más habilidosos sin duda y son capaces de huir por su propia cuenta, y cuidar de mi mujer. Confío completamente en ellos.

Ya siento que me fallan las fuerzas. Se me cierran los ojos y no tengo hambre. Tampoco tengo sed y los miembros no me responden apenas. Supongo que la despedida está cerca. Ya le he dicho al Mensajero Veloz que en cuanto me vea cerrar los ojos y deje de respirar, me quite el diario y se lo entregue a mi hijo.

Hijo, sé que leerás esto. Sé que hace mucho tiempo que no hablamos de padre a hijo, y espero que eso no te haya causado resentimientos. Te quiero mucho, y siempre te querré, allá donde vaya. No importa si es al cielo, o al infierno. Quiero que te cuides, y espero que mamá sobreviva a los ataques para que cuando acabe esta guerra podáis vivir lo que os quede de vida en paz, juntos.

Sé que harás multitud de amigos en los reclutamientos (de eso se trata, de hecho). Me alegra saber que tendrás gente en la que te puedas apoyar como yo lo he hecho en Nüne y el Mensajero. No hay nada más valioso que la amistad, y más en estos momentos.

Otra cosa más: no llores por mi pérdida. Si no hubiera muerto de esta forma, habría sido Todo el asesino, y entonces las cosas habrían ido mucho peor, créeme. En los reclutamientos también conocerás personas que hayan perdido a sus familias, a sus amigos, y todo lo que tenían. Acuérdate de que la vida humana es tan frágil como las volutas de humo: un leve soplo y se desvanece. No puedes permitir que eso pase más. Hemos sufrido demasiado.

Nunca se me dieron bien las despedidas... Y me estoy extendiendo demasiado. Sólo quiero que sepas que siempre estaré ahí, que confío ciegamente en ti, y que te quiero con toda mi alma. Eso es todo.

Buena suerte, hijo mío.


Capítulo XIII: El último espadachín

El muchacho volvía a la cabaña con un montón de ramitas y hojas secas entre los brazos, sin embargo, el porte señorial y la elegancia con la que se movía hacían que a primera vista lo que llevaba en brazos pareciese un pequeño animal en lugar de alimento para el fuego, como si se tratase de un príncipe camuflado en un callejón lleno de mendigos.
Dirigía la mirada triste hacia el mar, observando el atardecer, cuando notó por el rabillo del ojo que algo se movía detrás de él. Soltó las ramas y se giró rápidamente. A pesar de no llevar su arma en estos momentos, todavía tenía los sortilegios y encantamientos de su parte, y no necesitaba más que poder hablar para invocarlos y volverse letal. Miró fieramente al hombre gordo y grande que, detrás de él y con una máscara puesta, parecía burlarse de su capacidad para lidiar con conflictos físicos.
—¿¡Quién es usted!? ¡Identifíquese!—el joven proyectó la voz y llenó la playa con su tono autoritario.
—No vengo a hacerte daño... Creo que vas a tener suficiente por hoy.
—No sé de qué está hablando.
—¿No tenías un padre moribundo...?
El muchacho se quedó blanco como el marfil y salió disparado hacia la cabaña, corriendo como podía por la arena resbaladiza. Al ver que avanzaba muy poco corriendo de esa manera, levantó la mano derecha y gritó unas palabras, las cuales provocaron que su mano comenzara a brillar, volviendo la arena suelo firme por el que poder correr con facilidad. Una vez llegó a la cabaña, sudando y respirando fuerte, abrió la puerta con ímpetu y descubrió que su padre había muerto.

Se derrumbó. Cayó de rodillas en el suelo de madera, mientras veía cómo su padre era tapado hasta la cabeza con la sábana que lo cubría. El rostro pálido y sus ojos cerrados no presentaban signo alguno de vida, y cuando desapareció completamente tras la sábana, agarrada firmemente por la mano del Mensajero Veloz, rompió a llorar cual niño pequeño.
—Papá... ¡Papá!—entre hipos y lágrimas, el joven se fue agachando hasta quedar reducido a una bola de ropa y pelo que, tirada en el suelo, se lamentaba la muerte de su amado progenitor.
El Mensajero Veloz se acercó a consolarle y a darle lo que su padre le había guardado: un diario. El muchacho se levantó un poco, sorbió los mocos, se limpió las lágrimas todavía hipando y recogió el librito de tapas duras y rudimentarias, con el papel amarillo manchado de tinta en algunos lugares.
—G-gracias...
—No hay de qué.
En aquel momento llegó Nüne con varias bolsas de provisiones. Cuando vio la sábana que cubría al difunto y al muchacho en el suelo, rápidamente las dejó sobre una mesita y fue a atender al hijo de su amigo.
—Todo va a salir bien...
—No...
—Sí. Créeme, todo va a estar bien...
—Opino lo mismo que el joven—una tercera voz sonó desde la puerta. Era tan familiar para los dos adultos de la sala que un escalofrío les recorrió la espalda—. No va a salir bien.
—¡Todo!—Nüne le miró furioso—. Si crees que vas a poder llevarte al niño, estás muy equivocado. ¡Tendrás que pasar por encima de mi cadáver!
—¡Y por encima del mío!—el Mensajero Veloz saltó y se puso en guardia.
—¡Ja, ja, ja! Sois tan graciosos los dos... No sois rivales para mí.
Todo extendió su mano izquierda, mientras con la derecha se quitaba la máscara. La barba recortada a la perfección brilló plateada bajo los destellos del sol poniente, y sus ojos resplandecían con un brillo sádico y malévolo. Una onda expansiva mandó a los dos guerreros hacia atrás, dejándolos aturdidos, y con un movimiento resuelto de la misma mano de la que procedía la onda, Todo invocó una pequeña daga. Se acercó lentamente hacia sus enemigos, por delante del aterrorizado joven, que con los ojos como platos observaba la escena, paralizado de horror.
Lo siguiente que vio el muchacho fue cómo Todo se detenía frente a sus cuidadores y lanzaba la daga al suelo, con una risa maligna brotando de su pecho.
—¿Creíais que esto se iba a terminar tan pronto? ¡Já! Vosotros, sirvientes de mi mayor enemigo, habéis traicionado a vuestro propio alumno, sacrificándoos y dejándolo solo ante la vida. ¿Y su madre? ¿Acaso huyó de mi presencia antes de que su amado marido falleciera? ¡Já já! Por esta vez os perdonaré la vida, sucios perros, pero no creáis que a la próxima seré igual de considerado.
Entonces, Todo sacó dos jeringuillas de su bolsillo y les inyectó su contenido a los dos guerreros que, perdiendo la consciencia, murmuraron unas palabras incomprensibles.
—Bueno, una cosa que ya está... Al menos este par no dará problemas en un tiempo. Y en cuanto a ti—se giró hacia el joven—, necesito pedirte un favor.
—Qué es lo que quiere de mí...
—Necesito que me ayudes a derrotar a la persona que lavó el cerebro a estos traidores y a tu padre. Todos estaban bajo el sortilegio de una poderosa maga que habita en un lugar fuera de mi alcance, y que planeaba acabar con mi vida a base de intentar llevarse a mis servidores y obligarles a que me tendieran emboscadas y trampas. Pero no fue capaz. Acabé con ellos tan rápido que ni siquiera se lo vieron venir—suspiró—. Pero tú... Tú eres diferente. A ti se te puede cambiar. A ti no te han hechizado.
—...
—Esto es bastante injusto—Todo miró entonces hacia el cuerpo inerte de su antiguo servidor—. Tu padre no se merecía morir así. Mientras estuvo bajo mi servicio fue un gran hombre... Honorable, valiente e inteligente. Se merece que le entierren con todos los honores, ¿no crees?
—S-sí...
—Bien. Entonces me lo llevaré y organizaré un bonito entierro para él. Querrás estar presente, ¿no es así?
—Sí...
—Bien. Entonces ven conmigo.
—¿A dónde vamos...?
—A mi mansión. Hace poco comencé a reclutar nuevos servidores, y lo mantuve como el más alto secreto. Y ni tu padre ni nadie podían saberlo, porque jamás alguien que hubiera visto a mis nuevos aliados salió con vida de mi hogar. Ahora, levántate—le cogió de la mano y le ayudó a levantarse—, y recoge tus cosas. Te espero fuera.
—¿Y mi padre?
—Se lo llevarán mis esclavos. Venga, venga, no tardes...
Y con eso, Todo salió de la cabaña. El muchacho recogió entonces todas sus pertenencias (varios tipos de espada que guardó en un largo maletín, el diario de su padre y a su pequeño ratón) y salió.
—Ya estoy.
—¿Eso es todo lo que te llevas?
—Esto es todo lo que tengo.
—De acuerdo. ¿Tu nombre es...?
—Garret.
—El portador de la lanza...
—Así es.
—De acuerdo. Marchémonos, Garret.
Y, con un movimiento de mano en vertical, abrió un portal. Y a través de la puerta que cruzaban, se veía un hermoso jardín bañado por la luz del crepúsculo.

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