sábado, 2 de agosto de 2014

Capítulo XII

04-11-1865

Todo ya ha intentado atacarnos, pero fue en vano. Sobretodo porque nos atacó utilizando al tío de las columnas de aire a presión. El Mensajero Veloz supo sacarnos a tiempo de mi casa y nos ha llevado a la Bahía del Hombre de Arena. Detrás de los muros de piedra no se nos oye nada, y hay muchas cabañas abandonadas en las que se puede uno refugiar. El Mensajero ha partido ahora a buscar mis medicinas, ya que no hubo tiempo de sacarlas de allí y hay que comprar nuevas. Además, probablemente el que nos atacó haya sido asesinado por la furia de Todo, con lo cual no creo que nuestro velocista favorito corra mucho peligro. Por otra parte, mi hijo ya prácticamente no habla. Sabe que se acerca el momento en el que tendrá que abandonarnos, a su madre y a mí. Sin embargo, todavía no le he contado lo de mi enfermedad, ya que me está resultando bastante complicado. ¿A quién no? Pero creo que ya va siendo hora de que se lo diga.

Nüne ya me ha explicado la segunda parte del plan. Tras convencer a su descendiente, al del vidente y al del Mensajero Veloz, estos se encargarán de convencer al resto para rebelarse y acabar con Todo. Sé que ellos podrán. Su poder será más que el nuestro considerablemente, y Todo no se atreverá a tocarlos hasta el momento de la inesperada revuelta. Será el momento perfecto. Eso sí, ninguno de ellos puede dudar, ya que eso resultaría fatal para el desarrollo de los acontecimientos. Mi hijo ya sabe lo que tiene que hacer. Usará sus poderes de persuasión y manipulación para contribuir a la causa, aunque sean métodos poco ortodoxos, según me dijo él mismo. Nunca estuvo orgulloso de esa faceta suya. Lo que me molesta ahora un poco es que ha encontrado a un ratoncillo de campo en una de las cabañas y se han vuelto inseparables. Quizá sea un problema a la hora del combate, sobretodo si establece demasiados lazos afectivos con él... Bueno, ya se verá.


Capítulo XII: La Dama de la Laguna

Las luces azules de los cristales iluminados por la luna daban a la Laguna de la Plata un aspecto místico y misterioso. Las luciérnagas revoloteaban alrededor de los altos árboles que la rodeaban, laberinto natural y trampa mortal para todos aquellos que se atreviesen a internarse a ella. Los grillos cantaban en la oscuridad de forma rítmica, acariciando los tímpanos de la joven que nadaba libremente por el agua oscura, en la tranquilidad de la noche.
Respiraba profundamente y se hundía dentro del helado lago, buceando, explorando la oscuridad. Con los ojos inundados del agua de la laguna, atisbaba el fondo, siendo capaz de distinguir a mucha profundidad bajo el agua unos grandes tentáculos que eran mecidos por las corrientes. El monstruo del lago ya se había acostumbrado a su presencia, e incluso les unían lazos afectivos extraños que la mente humana no sería capaz de comprender. Ella sonrió levemente, cerró los ojos y se dejó llevar por la densidad del agua, siendo arrastrada hacia la superficie. Después se dio la vuelta y miró hacia la luna llena y las estrellas, perfectamente visibles en la bóveda celeste. Extendió las extremidades y se quedó flotando así durante un rato. Tras un tiempo, notó una vibración anómala en el lago. Tensó el cuerpo y se hundió de nuevo. Bajó la mirada y vio que los tentáculos de la gran bestia oscura se agitaban de forma violenta. Sacó la cabeza entonces del agua y aguzó la vista hacia la orilla. Allí vio una sombra que se adentraba dentro del lago.
Ella la contempló durante unos instantes, y tras asegurarse de que no era otra cosa que un pequeño animal, movió las manos ligeramente y creó una suave onda que fue creciendo a medida que se acercaba a la orilla, creando una ola mediana que echó fuera del lago a la criatura. Esta huyó corriendo de nuevo al bosque y la chica volvió nadando a la arena.
Una vez fuera, con otro movimiento de manos hizo flotar todas las gotas de agua que cubrían su cuerpo, y las volvió a echar dentro del lago. Seca aunque ligeramente húmeda, apartó las ramas de uno de los muchos sauces llorones que ahí había y recogió su ropa, que había dejado al amparo de la noche y la maleza. Su ropa consistía en un vestido negro de gasa con filigranas de plata, un cinturón de plata también, una chaquetilla negra y una larga aguja que recordaba a una varita mágica, con inscripciones en un idioma antiguo en el metal reluciente a la luz de la luna.
Se puso el vestido y la chaquetilla, colocó el cinturón en su sitio y guardó la varita en un pliegue del mismo, preparado exclusivamente para ello. Sin embargo, cuando ya iba a salir de su refugio de ramas del sauce y a despedirse de la horripilante criatura con la que convivía en sus baños, oyó un crujir de ramas y hojas caídas y sacó la aguja, que apuntaba al agua. Atisbó a través de las hojas y vio cómo un ser humanoide se acercaba al lago. Éste ser caminaba encorvado, y tenía muchas deformidades. Gemía y lloraba con voces antiguas, fruto sin duda de una antigua maldición de las más oscuras. A la muchacha se le pusieron los pelos de punta. Levantó ligeramente la aguja, haciendo que una bola de agua se separase de la superficie del lago. El humanoide dirigió su asquerosa mirada hacia el movimiento y se lanzó a la carrera hacia el sauce. La muchacha movió entonces rápidamente la aguja hacia adelante, moviendo la bola hacia el monstruo y golpeándole con ella. El humanoide fue empujado y aturdido durante unos segundos, pero volvió a la carga al momento. Ella recogió el agua que había vertido sobre aquel ser con otro movimiento de aguja y la transformó en hielo. Sus ojos brillaban en la oscuridad. El monstruo quedó inmovilizado durante un momento, y mientras tanto ella sacaba otra bola del agua, la convertía en gotas, y luego en estacas de hielo. Las lanzó contra el enemigo. El bicho las esquivó en el último momento, y se lanzó a morder a la chica. Ella, rápida de reflejos, esquivó el ataque con una pirueta, y con la ayuda de la aguja y la mano izquierda, sacó una enorme cantidad de agua, que convirtió en un látigo con el que golpear al ser deforme. Éste se retorcía de dolor, siendo azotado por las frías aguas del lago, cuando de éste surgió un tentáculo que lo agarró y lo arrastró hacia las profundidades. Los gritos de aquella abominación se ahogaron entre las burbujas y las fauces de la bestia amiga, y el bosque volvió a recobrar la tranquilidad anterior.

La muchacha respiró aliviada y se preguntó qué había sido eso. Buscó su bolsa entre algunas raíces, y cuando la encontró, se la echó al hombro. Se acercó al lago y emitió una pulsación al agua para despedirse del antiguo dios de las profundidades. Se volvió y se internó en el bosque.
Ya llevaba un rato caminando por el camino de siempre cuando escuchó pasos que la seguían. Caminó más rápido, pero no sirvió para nada: los pasos se acercaban cada vez más. En un ataque de nervios, la joven volvió a desenfundar la aguja y se dio la vuelta, amenazando con ella a la oscuridad y a los grillos. Más tranquila porque el ruido había cesado, volvió a retomar su camino, pero al darse la vuelta se estrelló contra un cuerpo redondo y blandito.
—¡Vaya vaya! ¿Te has hecho daño, jovencita?
Ella sacó rápidamente una bola de agua de un matorral que había cerca y amenazó al misterioso señor que se erguía frente a ella. Este rompió a reír.
—¡Já! ¿Crees acaso que podrás hacerme algo con eso?
—¿Y por qué no intentarlo?—la muchacha se agazapó y se puso en guardia—. No sé quién es usted ni qué es lo que pretende, ni tampoco de dónde ha salido. ¿No es normal que intente defenderme?
—Claro que sí, querida. Sólo te adelantaba que no te servirá de nada, sobretodo porque no pretendo hacerte daño.
—¿Ah, no? ¿Y entonces qué es lo que pretende?
—Vengo a pedirte ayuda.
—...—la joven se levantó y trató de mirar al hombre a los ojos, pero no logró distinguir su rostro a contraluz—. Le escucho.
—Verás, estoy en guerra con uno de mis enemigos más fatales, y necesito más poder. He visto cómo dominabas el agua luchando contra una de sus malditas y repugnantes criaturas, y creo que ya es hora de que salgas de este agujero y te unas a mis filas.
—No puedo dejar a Golyb.
—Claro que puedes.
—No, no puedo.
—...Mira, hagamos un trato—el hombre suspiró y habló despacio—. Si tú me ayudas a ganar la guerra contra mi enemigo, yo te dejo volver con tu bicho gigante de tentáculos. ¿De acuerdo?
—¿...Y si no ganamos?
—Oh. No eres la única que me va a ayudar. Ya he reunido a mucha gente con poder, así que esa posibilidad apenas existe.
—...Entonces de acuerdo.
—Bien. Gracias por no hacerme gastar los tranquilizantes, estoy escaseando ya. ¡Venga, marchémonos!
—Sí, bueno. ¿Y usted quién es?
—Puedes llamarme Todo.

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