viernes, 15 de agosto de 2014

Capítulo XVI - Visitas nocturnas

Ranusa estaba sentado con la cabeza gacha, sobre la cama. Llevaba los cascos puestos, pero se había quitado el de la oreja izquierda y lo había colocado detrás del lóbulo. La música sonaba y él movía el pie al compás, poniéndose nervioso porque se iba acercando la hora de su quedada con Garret. Era la primera vez que un chico quería quedar con él a solas. Su mente divagaba en pensamientos a cada cual peor cuando oyó que la puerta se cerraba suavemente y, mirando hacia ella, vio que no había nadie. Paró la música, dejó los cascos encima de la cama y se levantó cautelosamente, poniéndose en guardia.
—¿...Garret?
—Sí—tras pronunciar su encantamiento, apareció de la nada, con su traje azul marino y un pequeño cuaderno en la mano—, ¿te he asustado?
—Un poco, aunque no sé muy bien por qué. En un principio el único que sabía que estaba mi puerta abierta eras tú.
—Ya, pero no sabías cómo iba a aparecer.
—A todas estas, ¿cómo lo has hecho?—hizo un gesto con las manos—. Lo de salir de la nada, ¡puf! Un Garret salvaje apareció.
—¡Ja, ja, ja!—rió Garret—. No, es un hechizo de invisibilidad. Dura poquito rato, pero lo he estado probando y tengo el tiempo suficiente desde que lo activo para ir de una habitación a otra.
—Guau, impresionante.
—Sí. Bueno, a lo que iba. ¿Puedo sentarme?
—Eh, claro, claro. Ven—y le guió hacia los sillones verdes y blancos. Había una jarra de cristal verde y tazas de desayuno de porcelana con filigranas del mismo color sobre la mesita. Ranusa se sirvió un vaso del líquido castaño claro que contenía la jarra y se echó un poco de azúcar.
—Eh, ¿qué es?
—Cacao instantáneo. Puedes pedir lo que quieras tomar a los sirvientes y ellos te lo traen. Es genial—dijo dando un trago—. ¿Quieres un poco?
—Claro, por qué no.
Y Ranusa le sirvió una taza con cuidado. Garret observó que su habitación estaba bastante desordenada: libros por aquí y por allá, todos abiertos y desparramados; ropa que en un principio debería estar en el vestidor desperdigada por los sillones, la cómoda y la cama; y varias tazas de las de porcelana sobre la mesita de noche.
—¿A qué viene todo este desorden?—preguntó Garret tomando la jarra.
—Estuve investigando posibilidades mientras venías.
—¿Posibilidades de qué?
—Al principio pensé que me estaban espiando, pero no vi agujeros ni cosas raras así que me puse a buscar en los libros formas de aplicar la supervelocidad. No las encontré.
—Vaya, lástima. ¿Es por lo de esta tarde?
—Sep. De momento sólo sé que puedo correr mucho y pegar muy rápido, pero quizá podría probar cosas distintas... No lo sé.
—Bueno, ya lo irás descubriendo. Yo tengo una pregunta para ti.
—Dispare usted.
—¿Confías en Todo?
—Pues...—Ranusa dejó la taza sobre la bandeja y reflexionó. Se reclinó sobre el respaldo del sillón y bufó—. No me cae bien, y eso él lo sabe. Nunca me creí del todo su plan, pero tampoco sé en lo que pensar. No tengo más remedio que ayudarle, de todos modos...
—¿...Y si te digo que no eres el único?
Ranusa le miró larga y fijamente, con cara de incredulidad. Al cabo del rato, pestañeó varias veces, se incorporó y se rió.
—No me jodas, Garret. Claro que sé que no puedo ser el único, somos trece, joder. Más los sirvientes, profesores, etc. Lo que no creo es que sean también lo suficientemente valientes para rebelarse, al igual que yo.
—Bueno, seáis valientes o no, tenemos que conseguirlo. Toma, lee esto—y le pasó el pequeño cuaderno que llevaba en la mano.
—¿Sabes—Ranusa lo miró y lo dejó en la mesita—lo harto que estoy de leer? He estado buscando en toda esa biblioteca para ver si encontraba algo útil, y no lo he conseguido. ¿Qué puede haber en esta mierda de libreta que pueda ayudarme con lo mío?
—Antes de nada, tranquilízate. Yo he venido aquí a hacerte una propuesta y para eso necesito que sepas la historia del diario. Sólo tiene unas cuantas páginas, tampoco demasiadas, y lo que te quiero contar está fácilmente resumido ahí. Por favor.
—...Bien.
Se levantó del sillón, cogió el diario y se lo llevó a la cama. Se tiró de espaldas sobre ella intentando no aplastar los cascos y se puso a leer. Garret mientras tanto seguía observando el desorden, pensando en la rabia que tenía que haberle dado no encontrar absolutamente nada acerca de su poder. Unos cinco minutos después se oyó un grito fuera en el pasillo y se giró alarmado, pero al ver que su amigo no reaccionaba, se hundió un poco más en el sillón y tomó unos traguitos pequeños de cacao instantáneo. Al ratito, Ranusa se levantó de la cama y se frotó la cabeza.
—El Mensajero Veloz este tiene el mismo poder que yo, ¿no?
—Sí.
—¿Y por qué? Creía que sólo lo tenía yo. De todos modos, no se menciona que haya muerto. ¿Qué le ha pasado?
—Todo lo derribó junto con Nüne y los drogó. No sé lo que hizo después con ellos, pero supongo que los secuestraría... O los mataría. Probablemente los perjudicara físicamente de algún modo.
—Tú lo conociste, ¿no?
—Sí.
—Y... ¿Era un buen tío?
—Lo era. Tu antecesor, como habrás podido leer.
—Sí. Y... ¿Sabe dónde está Nada?
—Sí. Por eso, si no ha muerto, tenemos que buscarlo. Tenemos que montar la rebelión, Ranusa.
—Ya, ¿pero cómo? Una rebelión no es algo que se haga así porque sí.
—Lo sé. Por eso, primero debemos poner a los otros diez que nos quedan de nuestra parte.
—¿Diez? ¿Ya has hablado con alguien?
—Sí, con Male. Con ella probé el hechizo de invisibilidad y de paso la convencí.
—Genial... A ver, espera, espera, ¿estás hablando de convencer a TODOS?—incrédulo, se sentó de nuevo en el sillón que antes ocupaba—. ¿Y no crees que te pueden mandar a la mierda?
—Por eso el siguiente al que tenemos que convencer es a Malan.
—¿A Malan? ¿Por qué a Malan?
—Porque es un niño y será más fácil.
—No te creas. Si nos ponemos así, habría que intentar convencer primero a Reïk.
—¿Y eso por qué?
—Porque últimamente los he visto muy apegados. Malan no quiere separarse de Reïk para nada, incluso estuvieron jugando juntos al ajedrez en la sesión de entrenamiento libre.
—¿En serio?
—Claro, joder, si los vi yo...
—Bueno, pues iremos a por Reïk. Pero hoy no. Tenemos que tomarnos las cosas con calma, o nos descubrirán rápido.
—¿Entonces cuándo se lo decimos?
—En un par de noches, yo iré.
—Bueno.
—Pues nada... Muchas gracias por haberme escuchado y gracias por unirte.
—A mandar, chaval. ¿Cómo lo hacemos para que vuelvas?
—Me pongo el hechizo de invisibilidad, abro la puerta sólo lo justo para pasar y me voy corriendo a mi cuarto sin hacer ruido.
—Vale. Venga, buenas noches... Ten cuidado.
—Buenas noches, y gracias.
Garret volvió a pronunciar las palabras misteriosas que tan harto estaba de repetir y desapareció. Ranusa observó cómo la puerta se abría ligeramente y luego se cerraba, y se tiró en la cama a escuchar música. Llegado un momento echó el dosel y apagó la luz, sumido en sus pensamientos, y lentamente se fue quedando dormido al ritmo de una balada que ni siquiera se molestó en quitar.

Garret llegó a su cuarto después de haber convencido a Male y a Ranusa de que se unieran a su grupo. Ya eran tres personas, lo cual no estaba nada mal para el primer día. Se puso el pijama y se metió en la cama, tardando en quedarse dormido y dando vueltas sin parar. Más o menos a la una de la madrugada le pareció oír un ruido en el jardín, pero no le prestó atención y, por fin, cayó en un profundo sueño.


Después de que Garret se marchara, Male guardó de nuevo la ocarina en su cajita y la metió en el cajón de la mesilla de noche. Se dirigió al vestidor y se puso un camisón lila que encontró, de seda, ya que la primera noche se quedó dormida nada más llegar, sin cambiarse de ropa, y la segunda no pudo pegar ojo y no se molestó en buscar ropa para dormir. Las mangas eran ablusonadas y tenían un fruncido en el brazo un poco molesto para ella, pero esperó a acostumbrarse y se volvió a sentar en la cama. Sacó su libro de debajo de la almohada y lo llevó al vestidor, ocultándolo de cualquier mirada indiscreta. Aquella vez se había salvado por los pelos, pero no podía seguir corriendo esos riesgos. Suspirando, volvió a la habitación, cogió otro libro de la estantería y se tiró en la cama a leerlo.

Pasaron unos veinte minutos antes de que dejase de leer, agotada, y colocase el libro sobre la mesita de noche. Apagó la luz y echó el dosel, preparándose para dormir, pero una vez colocó la cabeza sobre la mullida almohada, oyó pasos delante de su puerta. Los atribuyó a Garret, que volvía a su cuarto después de hablar con Ranusa, pero se extrañó al ver que se detenían delante de su habitación. Ella se quedó inmóvil, expectante, y finalmente el visitante se dignó a tocar a la puerta. Male se levantó y, descalza, avanzó silenciosamente hasta la entrada de su cuarto. Abrió un poco y observó por la rendija, pero no vio a nadie. Abrió más la puerta para sacar la cabeza y mirar a los lados, sin embargo, tampoco vio nada, así que se volvió a introducir en su cuarto. Cerró con cuidado de no hacer ruido y al darse la vuelta se topó de cara con un chico que la miraba con una sonrisa socarrona, demasiado cerca de ella.
—Bú—dijo el joven, y Male gritó y se cayó al suelo. Enseguida oyó cómo la gente salía de sus cuartos y llamaba a su puerta, alarmados.
—¿¡Male!?—Maite gritaba al otro lado—. ¡Male! ¿Estás bien?
Oía más jaleo, pero era incapaz de moverse. Paralizada, miraba al chico que desde arriba se aguantaba la risa. Éste se ajustó el sombrero y suavemente la ayudó a levantarse.
—Ábrales—susurró—, y dígales que está usted bien. Yo me esconderé.
Y tras eso, corrió hacia el vestidor y se ocultó. Male se arregló un poco el camisón y respondió a la gente, abriéndoles la puerta.
—Eh, hola... Estoy bien. Sólo que tuve una pesadilla y me desperté gritando...—se rascaba la cabeza y miraba somnolienta a Maite y a varias personas más que estaban allí congregadas, entre ellos Reïk, Tarrkiem y Bocha. Justo al acabar la frase llegó Galia con el cubo transformado en un táser. Iba medio dormida y daba tumbos.
—Mnansmññ...
Y se cayó dormida en los brazos de Reïk, que ya estaba preparado para ello. Tarrkiem le quitó el táser de la mano.
—¡Espera, no hagas es...!—comenzó Reïk, pero no llegó a tiempo. Galia se despertó de repente y comenzó a chillar como una loca
—¡¡DEVUÉLVEME MI CUBO, MENDIGO DE MIERDA!!—gritó fuera de sí mientras pataleaba y se retorcía como una lombriz.
Tarrkiem, estupefacto, le devolvió a Galia el táser y ella lo volvió a convertir en cubo, huyendo hacia su habitación como si fuese una cucaracha asustada por la luz.
—¿Pero qué le pasa...?
—Y hablábamos de las enfermedades del Cretino...
—Bueno—intervino Male—, yo estoy bien. No os preocupéis. Y Galia... Bueno, ya se lo preguntáis mañana. Buenas noches...
Y bostezó. A los demás se les pegó y se marcharon también a la cama, excepto Bocha, que le susurró:
—Si necesitas cualquier cosa, lo que sea, nos tienes a mí o a Maite. No te cortes.
—Gracias...
—A mandar.
Y se marchó como los demás. Male no se quedó tranquila hasta que vio el pasillo completamente vacío y en silencio. Se volvió a meter en su cuarto.
—Ya puedes salir, quien seas—dijo, sentándose en la cama.
El joven abrió la puerta y la cerró tras de sí. Se apoyó en un bastón negro que tenía un surco más o menos a la mitad y que rodeaba todo el diámetro. Llevaba una fedora granate a juego con el esmóquin, y el pelo rubio abundante le sobresalía despuntado hacia los lados. Sus ojos verdes la traspasaban y, con la misma sonrisa con la que se lo había encontrado, le habló.
—Tiene usted un libro muy interesante en el vestidor, señorita.
—¿Quién eres?
—Si me presentase ahora, perdería el misterio, ¿no?—se apoyó el bastón al hombro y caminó hasta el lado opuesto de la cama. Se sentó. Male se había girado, intentando adivinar la identidad del muchacho.
—No tengo ganas de misterios. Lo que tengo es sueño y tú me estás molestando. Así que dime cómo te llamas y qué es lo que quieres o ahí tienes la puerta.
—¡Ja, ja, ja! Veo que no se corta usted un pelo. De acuerdo—dejó el bastón al lado de la cama y se quitó los zapatos—. Me llamo Vittorio. Y me sentiría mucho más a gusto si me hiciera el favor de hablarme de usted.
—A mí me gustaría que hicieras precisamente justo lo contrario—se frotó los brazos, en señal de tener frío.
—Bueno, si lo quieres así... No puedo negarme a la petición de una señorita. Male te llamabas, ¿no?
—Sí.
—Bien, me alegra no haberme equivocado—Vittorio se fijó en la joven, que comenzaba a tiritar—. ¿Tienes frío?
—Sí. Este camisón es muy ligero y no hay calefacción.
—Sí hay. Lo que pasa es que el diseño de esta mansión a veces es bastante estúpido y el termostato está un poco escondido, pero todo es cuestión de buscarlo.
Señaló la estantería con la cabeza y Male se levantó. Un tanto encogida, la separó de la pared y a la altura de sus ojos lo vio. Reguló la temperatura y se volvió a sentar en la cama, esta vez del lado de Vittorio.
—De todos modos, ¿cómo has entrado aquí? ¿Has sido tú el que ha llamado a la puerta?
—Sí. Y ese secreto me lo guardaré para mí—le guiñó un ojo y Male se ruborizó ligeramente—. Y verás, te quería contar algo interesante.
—¿El qué?
—Que Todo no es lo que parece.
—Me alegra que me lo confirmes, pero eso no hace más que aumentar mi sensación de inseguridad. Sobretodo porque no puedo ir a ninguna parte sin ser atacada de algún modo.
—Te preocupa tu amigo del lago, ¿no?—cruzó los brazos tras la cabeza y se tumbó de espaldas.
—¿...Cómo sabes eso?—Male se encogió un poco y su rostro reflejó vulnerabilidad.
—He investigado un poco. Además, ya te he dicho que he encontrado tu libro en el vestidor.
—Por el amor de Dios, no se lo digas a nadie—estaba a punto de llorar. Casi se volcó sobre él—. Es lo único que me queda en el mundo y no puedo perderlo. Si alguien se entera de que existe irán a matarlo y me destrozaría por dentro... Por favor...
—Tu secreto está a salvo conmigo—esta vez le sonrió cordialmente—. Y además, eso de que es lo único que te queda es mentira. Has hecho amigos aquí, ¿o no?
—Sí, pero quizá a ellos les pierda también. Quizá me pierdan ellos a mí. Se supone que estamos aquí porque lucharemos llegado un momento, y nadie sabe cómo acabará la historia...
—Si se hace bien no tiene por qué morir nadie. Yo creo que estáis capacitados más que de sobra.
—¿Sí...?
—Pues claro que sí.
—¿Entonces a qué has venido?
—A ofrecerte mi ayuda, claramente.
—¿No dices que somos perfectamente capaces de vencer a Todo?
—Y lo sois. Pero vais a necesitar a alguien que os cuente el panorama alrededor de Todo y sus planes, ¿no?
—...Sí, supongo.
—Pues a eso he venido. Tengo más amigos que también os ayudarán, de diferentes modos. Pero de momento es peligroso que se junten con vosotros, así que yo me encargaré de todo. Es mucho más discreto que sólo haya uno que veinte.
—¿Tantos sois?
—No, pero podemos llegar a hacer el mismo ruido. Eso sí, de momento no se lo digas a nadie. Será nuestro pequeño secreto—se incorporó, le dio un toquecito en la nariz con el dedo índice y se rió—. ¿Vale, preciosa?
—Eh... Vale...
—Bien. Si necesitas ayuda, llámame y yo acudiré. Ahora me tengo que marchar.
Mientras él se ponía los zapatos, Male se levantó con el propósito de acompañarle hasta la puerta, pero él, tras acabar de atarse el cordón, se dirigió a la ventana, lentamente y desperezándose.
—Prefiero salir por aquí, si no te importa.
Sorprendida, Male se volvió hacia el gran ventanal, descorrió las cortinas y lo abrió. Vittorio saltó al marco de la ventana y de ahí al vacío. Ella contuvo una exclamación mientras lo veía caer, con el corazón en la garganta, pero el muchacho aterrizó limpiamente y de forma elegante. Se ajustó ligeramente la chaqueta, se quitó el sombrero para despedirse de Male y se marchó andando, balanceando el bastón de adelante a atrás. Se perdió en la oscuridad y ella cerró la ventana y las cortinas de nuevo. Tras eso, se tumbó en la cama y apagó la luz, quedándose dormida justo nada más cerrar los ojos. Soñó con Vittorio en el lago, acariciando a su criatura mientras ella alejaba a los asquerosos zombies que los atacaban. También soñó que acababa con todos ellos y que se bañaba de nuevo junto a su amigo el monstruo, y que no había nadie que fuera capaz de perturbar aquella paz que la inundaba por dentro ni aquella felicidad que estallaba a cada risa que lanzaba desde su pecho.
La alegría se reflejaba en los cristales del bosque, y Vittorio la observaba, con semblante tranquilo, mientras cuidaba de sus cosas sentado en una de las raíces del sauce llorón, oculto tras las ramas que rozaban el agua al compás de los latidos del enorme dios submarino y la bella muchacha que buceaba y sentía el frío helado de la noche en las venas.

Ella dormía plácidamente en su lecho de seda y algodón. Ya no tenía miedo, porque acababa de descubrir que tenía a los más poderosos aliados. Y nunca más estaría sola...  

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