04-02-1844
El encargado de la armería de Todo
se ha despedido. Esto me hace bastante gracia, teniendo en cuenta que
el señor le tenía bastante cariño. No tiene familiares y vive
cerca de la mansión. Ya verás lo poco que tarda en morir. Aunque
ahora que lo pienso lo de la cercanía a la mansión o los familiares
a Todo siempre le dio igual. En fin. Fue un placer conocerle.
Y lo que me sorprende todavía más
es que no se ha deshecho todavía de mí. Esto me hace sospechar que
quizá sabe acerca de mi hijo. ¿Eso quiere decir que también tiene
mi poder? Maldita sea... Ahora por narices voy a tener que enseñarle
todo lo que sé, si no quiero que muera.
Capítulo V: El
rayo
¡Cuánto, cuánto verde! Respiró el aire limpio de las montañas y
se puso a hacer un ligero footing, para calentar. Una vez estuvo
listo, se puso en la posición de comenzar una carrera y contó.
—Tres... Dos... Uno... ¡Ya!
Y salió disparado a más de 200 kilómetros por hora. Notaba la
brisa sacudir la melena, que relucía negra bajo los destellos
incesantes del sol. Le encantaba sentir el calor de la primavera a
sus espaldas. El aire fresco y puro de la sierra, los colores
naturales que sus ojos podían ver y los preciosos trinos de los
pájaros...
Se detuvo unos instantes en uno de los lugares que más le gustaba.
Era una llanura muy amplia y llana, llena hasta arriba de
no-me-olvides: un antiguo cementerio. La paz que le inspiraba aquel
lugar y el respeto que le ofrecían todos los cadáveres que se
situaban bajo sus pies hacía que pisara allí con la mayor ligereza
de la que era capaz, que no era poca. Apenas tocaba el suelo cuando
pisaba allí. Y, cuando llegaba al centro, se detenía, y lenta y
cuidadosamente se tumbaba a la luz del astro rey. Ahí se quedaba
hasta que la oscuridad comenzaba a hacerse notar y el frío de la
noche tocaba las montañas.
Aquel día pretendió hacer lo mismo. Pero cuando el sol comenzaba a
ocultarse y un brillo dorado inundaba el ambiente, oyó trinos de
pájaros alejarse. Las bandadas se alejaban de aquel lugar,
prediciendo algún peligro. Él las ignoró y siguió dormitando. Sin
embargo, al cabo de unos cinco minutos, escuchó unas pisadas raudas
que se dirigían hacia él, a través de los matorrales que rodeaban
la llanura. Se puso de pie en un suspiro, echó una mirada en redondo
y vio un hombre con máscara que le observaba desde uno de los
arbustos. Cuando el extraño se percató, se lanzó rápido a por el
joven, pero él tuvo reflejos: le agarró del puño y lo lanzó al
suelo. El hombre cayó de espaldas y se levantó deprisa, pero para
cuando se quiso dar cuenta ya tenía el pie del chico en la boca.
La patada lo llevó fuera de la llanura de nuevo. El joven se
remangó la sudadera azul, se bajó la cremallera de la misma y, con
la misma ligereza con la que había entrado, se dirigió veloz hacia
el extraño. En menos de un segundo ya lo tenía cogido del cuello y
lo arrastraba a velocidades vertiginosas por toda la maleza alrededor
del cementerio. Al final lo lanzó con todas sus fuerzas contra el
tronco de un pino. Temblando y tambaleándose, el misterioso agresor
se lanzó de nuevo contra él, pero lo esquivó, le quitó el puñal
y, antes de que el atacante pudiese darse cuenta de lo que estaba
pasando su garganta fue a travesada por su propia arma.
El joven dejó el cadáver donde estaba y miró el campo de
no-me-olvides: estaba todo destrozado. La rabia lo inundó y le dio
una patada al cadáver.
—Valiente hijo de puta... Espero que mis amigos te den bien por
culo en el infierno.
Después se sentó en una piedra y volvió a ponerse bien la
sudadera. Oyó entonces una voz a su espalda.
—¿Tanta rabia te da que toquen tu llanura?
—Si no se hubiera cargado las flores tal vez le hubiera dejado
huir—escupió al cuerpo inerte—. Mamonazo.
—La verdad es que era un sitio muy bonito.
—Ya, pero por desgracia, nadie más aparte de nosotros sabrá que
se lo han cargado así. Al menos las flores crecerán de nuevo algún
día.
—Una pregunta...—la voz se acercó. Fue entonces cuando el
muchacho notó lo horripilante que era—. Si tuvieras que luchar
contra aquella persona que mandó agredirte, destruyendo así la
belleza de tu llanura, ¿lo harías?
—Supongo. Le enseñaría a respetar las cosas que no son suyas.
—Yo te doy la oportunidad de hacerlo peleando a mi lado. Esa
persona es mi enemigo mortal.
—Vaya. ¿Y no puede lidiar usted solo contra su enemigo?
—Por desgracia, no. Ambos tenemos el mismo nivel, sólo nos
destruiríamos el uno al otro. Por eso necesito ayuda. Además, bajo
mi protección no te atacará más.
—Eeeentiendo. Bien, pues supongo que sí me uniré. Tampoco es que
tenga nada mejor que hacer...
—¡Estupendo! Entonces sígueme.
—A todas estas. Usted quién es—se levantó lentamente y con
cuidado—. No me suena de nada.
—No soy de aquí. Me llamo...—hizo una larga pausa.
—Se llama...
—Luego te lo digo.
—¡Oiga!
Y el joven salió trotando tras el hombre, que con paso rápido
comenzó a alejarse del lugar.
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