martes, 1 de julio de 2014

Capítulo V

04-02-1844

El encargado de la armería de Todo se ha despedido. Esto me hace bastante gracia, teniendo en cuenta que el señor le tenía bastante cariño. No tiene familiares y vive cerca de la mansión. Ya verás lo poco que tarda en morir. Aunque ahora que lo pienso lo de la cercanía a la mansión o los familiares a Todo siempre le dio igual. En fin. Fue un placer conocerle.

Y lo que me sorprende todavía más es que no se ha deshecho todavía de mí. Esto me hace sospechar que quizá sabe acerca de mi hijo. ¿Eso quiere decir que también tiene mi poder? Maldita sea... Ahora por narices voy a tener que enseñarle todo lo que sé, si no quiero que muera.


Capítulo V: El rayo

¡Cuánto, cuánto verde! Respiró el aire limpio de las montañas y se puso a hacer un ligero footing, para calentar. Una vez estuvo listo, se puso en la posición de comenzar una carrera y contó.
—Tres... Dos... Uno... ¡Ya!
Y salió disparado a más de 200 kilómetros por hora. Notaba la brisa sacudir la melena, que relucía negra bajo los destellos incesantes del sol. Le encantaba sentir el calor de la primavera a sus espaldas. El aire fresco y puro de la sierra, los colores naturales que sus ojos podían ver y los preciosos trinos de los pájaros...
Se detuvo unos instantes en uno de los lugares que más le gustaba. Era una llanura muy amplia y llana, llena hasta arriba de no-me-olvides: un antiguo cementerio. La paz que le inspiraba aquel lugar y el respeto que le ofrecían todos los cadáveres que se situaban bajo sus pies hacía que pisara allí con la mayor ligereza de la que era capaz, que no era poca. Apenas tocaba el suelo cuando pisaba allí. Y, cuando llegaba al centro, se detenía, y lenta y cuidadosamente se tumbaba a la luz del astro rey. Ahí se quedaba hasta que la oscuridad comenzaba a hacerse notar y el frío de la noche tocaba las montañas.

Aquel día pretendió hacer lo mismo. Pero cuando el sol comenzaba a ocultarse y un brillo dorado inundaba el ambiente, oyó trinos de pájaros alejarse. Las bandadas se alejaban de aquel lugar, prediciendo algún peligro. Él las ignoró y siguió dormitando. Sin embargo, al cabo de unos cinco minutos, escuchó unas pisadas raudas que se dirigían hacia él, a través de los matorrales que rodeaban la llanura. Se puso de pie en un suspiro, echó una mirada en redondo y vio un hombre con máscara que le observaba desde uno de los arbustos. Cuando el extraño se percató, se lanzó rápido a por el joven, pero él tuvo reflejos: le agarró del puño y lo lanzó al suelo. El hombre cayó de espaldas y se levantó deprisa, pero para cuando se quiso dar cuenta ya tenía el pie del chico en la boca.
La patada lo llevó fuera de la llanura de nuevo. El joven se remangó la sudadera azul, se bajó la cremallera de la misma y, con la misma ligereza con la que había entrado, se dirigió veloz hacia el extraño. En menos de un segundo ya lo tenía cogido del cuello y lo arrastraba a velocidades vertiginosas por toda la maleza alrededor del cementerio. Al final lo lanzó con todas sus fuerzas contra el tronco de un pino. Temblando y tambaleándose, el misterioso agresor se lanzó de nuevo contra él, pero lo esquivó, le quitó el puñal y, antes de que el atacante pudiese darse cuenta de lo que estaba pasando su garganta fue a travesada por su propia arma.
El joven dejó el cadáver donde estaba y miró el campo de no-me-olvides: estaba todo destrozado. La rabia lo inundó y le dio una patada al cadáver.
—Valiente hijo de puta... Espero que mis amigos te den bien por culo en el infierno.
Después se sentó en una piedra y volvió a ponerse bien la sudadera. Oyó entonces una voz a su espalda.
—¿Tanta rabia te da que toquen tu llanura?
—Si no se hubiera cargado las flores tal vez le hubiera dejado huir—escupió al cuerpo inerte—. Mamonazo.
—La verdad es que era un sitio muy bonito.
—Ya, pero por desgracia, nadie más aparte de nosotros sabrá que se lo han cargado así. Al menos las flores crecerán de nuevo algún día.
—Una pregunta...—la voz se acercó. Fue entonces cuando el muchacho notó lo horripilante que era—. Si tuvieras que luchar contra aquella persona que mandó agredirte, destruyendo así la belleza de tu llanura, ¿lo harías?
—Supongo. Le enseñaría a respetar las cosas que no son suyas.
—Yo te doy la oportunidad de hacerlo peleando a mi lado. Esa persona es mi enemigo mortal.
—Vaya. ¿Y no puede lidiar usted solo contra su enemigo?
—Por desgracia, no. Ambos tenemos el mismo nivel, sólo nos destruiríamos el uno al otro. Por eso necesito ayuda. Además, bajo mi protección no te atacará más.
—Eeeentiendo. Bien, pues supongo que sí me uniré. Tampoco es que tenga nada mejor que hacer...
—¡Estupendo! Entonces sígueme.
—A todas estas. Usted quién es—se levantó lentamente y con cuidado—. No me suena de nada.
—No soy de aquí. Me llamo...—hizo una larga pausa.
—Se llama...
—Luego te lo digo.
—¡Oiga!
Y el joven salió trotando tras el hombre, que con paso rápido comenzó a alejarse del lugar.

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