30-01-1845
Han pasado
cerca de dos meses y todavía no he podido encontrar al Mensajero
Veloz, pero sin embargo sí he encontrado a una mecánica que odia a
Todo con todas sus fuerzas. Dice que ella ha visto a su enemigo y
está de su lado, pero no sé si fiarme. Aunque al final sé que
acabaré creyéndomelo, como siempre.
Mi hijo crece
muy deprisa y aprende también así. Hoy ha cogido por primera vez su
espada de madera. Esto me alivia un poco, porque dentro de unos
cuantos años yo ya no seré capaz de defender a mi mujer y, al ritmo
que al que aprende mi niño, será capaz de tumbar a un soldado del
rey en menos de lo que esperamos. De momento, sé que necesitamos de
nuestro lado a un ejército similar al que tenía Todo, esencialmente
estratégico pero también con el suficiente potencial como para
derrotarlo si se unen al enemigo del señor. Tengo la impresión de
que mi hijo no será capaz de reunir a ese ejército, pero que sin
embargo sí será parte de él. Me tranquiliza el saber que tendrá
gente alrededor en quien confiar y que le protegerá.
Capítulo VII:
Un dios nórdico
Cuenta la leyenda que, en los profundos bosques de Ukwtakun, más
allá de las Montañas de la Muerte, moran los magos de pies ligeros.
Su altura y su gracilidad de movimiento recuerdan a los elfos de los
que hablan también otras antiguas leyendas, sin embargo su magia
está por encima de ellos. Había uno específicamente, cuyo rastro
fue perdido hace muchos años, que tenía el poder de multiplicarse a
sí mismo, y hacer arder las copias, devastando pueblos, ciudades y
aldeas, con una agresividad tan poco común en estos magos como podía
serlo el odio a la naturaleza en los antes mencionados elfos. Los
magos todavía se preguntan cómo desapareció, misterio que esta
historia esclarecerá sin lugar a dudas. Sin más dilación, se dará
comienzo al relato del Gran Destructor, que ojalá regrese algún día
con el corazón sereno y la mente en paz.
Su manto negro le cubría de la lluvia que azotaba el bosque aquella
noche de verano. El frío, no muy normal a aquellas alturas del año,
calaba hasta los huesos al joven mago, que tiritaba mientras trataba
de dormir sin éxito alguno. Harto de la situación en la que se
encontraba, se levantó, empaquetó todas sus pertenencias (las
cuales había desperdigadas por todo el suelo) y emprendió la marcha
de nuevo, entrando en calor tras haber estado un largo tiempo
entumecido por la humedad.
La lluvia por fin amainó, y dejó un poco de descanso al pobre
muchacho, que, a sus 20 años de edad, todavía guardaba un poco de
la impaciencia de su infancia. Tras encontrar una roca que le
proporcionaba refugio, dejó tirados sus fardos a un lado y echó la
cabeza encima, con la intención de dormir.
Sin haber conciliado el sueño todavía, y tras haber estado
escuchando el balanceo de las hojas de los árboles durante largo
rato, se levantó alarmado. Acababa de oír unas pisadas y un
gruñido, que se acercaban lentamente a su posición. Recogió de
nuevo los fardos y, con los pies sigilosos, se escurrió entre los
árboles, nada más que para encontrarse a su enemigo de cara en un
claro. Dos felinos negros como un abismo y con los ojos más
amarillos que el sol miraban amenazantes al joven, que se puso
inmediatamente en guardia. El primer felino, el de la derecha, se
lanzó sobre él, con la intención de morderle la yugular. Sin
embargo él, rápido, esquivó el ataque rodando por el suelo y
echando su equipaje a un lado.
Sacó la espada, que centelleó con la leve luz de la luna
menguante. Los felinos retrocedieron un poco, pero enseguida
volvieron a lanzarse al ataque. Esta vez fue el de la izquierda, que
con un salto derribó al mago y alejó la espada de su mano.
Presa de un ataque de nervios e impotencia, el mago gritó algunas
palabras en su idioma, sin mucho sentido, todas producto del miedo
creciente en su interior. Entonces se acordó del poder que poseía,
en aquel momento de dificultad, y forcejeó con todas sus fuerzas con
el felino hasta que se vio lo suficientemente liberado como para
poder lanzar su magia hacia los agresores.
Tras gritar de nuevo en su idioma (esta vez palabras con sentido),
dos copias surgieron del cuerpo del muchacho, las cuales velozmente
se lanzaron a las bestias como leones hambrientos. Éstas cayeron en
la trampa y se lanzaron a atacarlas. Craso error, puesto que en
cuanto las dos bestias hubieron placado a las copias y las tuvieron
puestas contra la pared, el joven sonrió y gritó de nuevo. Las
copias explotaron, y los cadáveres humeantes de los felinos cayeron
con un ruido de chapoteo sobre las hojas muertas mojadas por la
lluvia. De nuevo el joven se encontraba solo.
Recogió la espada del suelo, la enfundó, se echó los fardos al
hombro y caminó de nuevo hacia el refugio que había encontrado,
sólo para hallarlo ocupado por una sombra que, tumbado de lado,
dándole la espalda, se rascaba su enorme trasero.
—Por fin has llegado. Esos bichos no tenían que haberte costado
tanto. Atribuiré este hecho a que estabas cansado.
—¿Quién es usted?—el muchacho desenvainó la espada otra vez,
desafiante.
—Quieto, quieto, relájate. Vengo a ofrecerte un trato que te podrá
sacar de este sitio lleno de basura.
—Siga hablando.
—Verás, yo tengo un enemigo al que quiero derrotar. Esas bestias
eran criaturas suyas. Y yo solo no puedo con él, así que necesito
ayuda. Tu ayuda. ¿Me sigues?
—Te sigo.
—¿Y aceptas?
—¿Me vas a pagar?
—No tendrás tiempo para gastarte el dinero que te dé, pero sí.
Te voy a pagar.
—Entonces trato hecho.
—¡Espléndido! Ahora, si no te importa, vayamos haciendo marcha.
Este sitio no me gusta.
—Bien.
—Hmm... ¿No me vas a preguntar quién soy?
—No me interesa. Con tal de que me pague yo ya estoy contento.
—Bien, bien—el hombre, sorprendido, encabezó la marcha, y más
bajo, añadió—. Este ha sido más fácil que los demás...
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