12-09-1855
Tras bastantes años de búsqueda
he dado al fin con el Mensajero Veloz. Estamos tramando planes. De
momento ya sabemos que Todo ha vuelto a las andadas y el mago que se
fotocopiaba ha muerto también. Este me duele bastante, no era un mal
hombre. Eso sí, un poco agresivo, pero todos tenemos nuestros
defectos. Estamos a la espera de que vuelva a morir alguien (o
dimita) para empezar a movernos. El Mensajero Veloz ya conocía a la
mecánica que conocí hace diez años, pero desgraciadamente ha
muerto en una explosión. Esto dificultaría las cosas si no fuera
porque el Mensajero también sabe dónde se ocultaba el enemigo de
Todo. Ya decía yo que era un tío inteligente.
La única manera de derrotar a Todo
es aislarlo. Por eso creemos que quizá traicionarlo y dejarle sin
nada es una buena idea, pero tras eso hay que atacar, ya que tendrá
las defensas bastante bajas. Lo que no sabemos es cómo hacer eso, ya
que como he dicho necesitamos al ejército y Todo no tardará en
empezar a moverse. Mi hijo ya cumplió los 12 en junio y ya es mejor
que yo y que muchos en el manejo de la espada de estoque. Además, su
capacidad de interpretación de glifos y runas es mucho más potente
de lo que todos nos imaginábamos. Es probable que pueda aplicarlo a
la batalla llegado un momento. Pero todavía no se lo hemos dicho, no
vaya a ser que se descontrole y acabemos mal. Seguiremos pensando
estrategias y el momento de comunicarle el poder que tiene, ya que no
es algo que se diga a la ligera. Veremos...
Capítulo VIII:
Acero templado
En lontananza se observaba la figura de un hombre con capa. Las
dunas del infinito desierto de Korb se alzaban, imperiosas y
mortales, ante la sombra y la fortaleza del ermitaño. Era muy alto,
con la piel tostada por el sol y un rostro de rasgos afilados.
Acostumbrado a las épocas de sequía por haber vivido tanto tiempo
en aquel planeta desértico, miraba desafiante al sol que se ponía
en el oeste, sintiendo el asfixiante vapor que despedía la arena que
pisaba, ardiente, bajo sus pies. Se ajustó el sombrero y siguió
avanzando en busca de un oasis donde descansar.
Llevaba en el cinto un machete largo y acabado en plano, y tenía la
mano derecha apoyada en él. A grandes zancadas avanzada por la arena
que se hundía bajo sus pies. Miró al horizonte y bajo la luz del
crepúsculo le pareció observar un oasis, pero al enfocar mejor la
vista observó que se movía. Levantó una ceja y se detuvo para
analizar mejor lo que veía. Efectivamente, se movía. Y no sólo
eso, sino que encima se dirigía hacia él. Cuando estuvo un poco más
cerca pudo ver que era una duna gigante que avanzaba velozmente
abriéndose paso entre las demás, con un charco de agua en la parte
de arriba y varias palmeras datileras alrededor. Sorprendido, se
ocultó detrás de otra montañita de arena. Cuando llegó a su
altura, la duna se detuvo. El hombre se levantó y salió de su
escondite. Lentamente, se acercó al oasis andante, pero en cuanto
rozó siquiera la arena de su falda, con un grito surgió una especie
de tortuga negra de coraza blanca, con las palmeras y el estanque en
su caparazón, fijos. Se alzó varios metros por encima del hombre y,
levantando viento, le voló el sombrero. Se reveló entonces contra
el sol un rostro bastante más joven de lo que parecía.
La tortuga miró directamente a los ojos del hombre y trató de
aplastarle, pero éste saltó fuera de su alcance y desenvainó su
machete. Se lanzó a por la pata del animal, pero éste la escondió
dentro del caparazón y dejó vencer el peso de la pata que le
faltaba sobre el hombre. Lo aplastó. Sin embargo, tras unos segundos
de silencio, la tortuga comenzó a notar que algo se movía bajo el
caparazón inclinado.
Cuando se levantó, sacando de nuevo la pata fuera, descubrió que
el hombre había transformado su machete en un gran escudo con el que
se cubrió y se hundió en la arena. Tras haber aguantado la
respiración durante un momento, el hombre se volvió a levantar,
devolvió la forma de machete a su nuevo escudo y arremetió de nuevo
contra el animal. Éste, lento como era, no pudo esquivar el corte
rápido que realizó el hombre sobre su pata y lanzó un alarido de
dolor. Su atacante se deslizó por la arena hasta la otra pata y
repitió el ataque, provocando que la tortuga cayese de cara contra
el suelo al faltarle la fuerza de las patas de delante. Quedó
inconsciente. El hombre saltó a las patas y caminó hasta la cabeza,
donde aumentó el tamaño de su machete y lo transformó en una larga
espada con la que mató a la bestia, clavándosela en la nuca. El
animal se retorció un poco antes de morir.
Entonces, el hombre bajó de un salto, recuperó su sombrero (que
había caído unos metros más allá), subió de nuevo a la grupa del
animal muerto y rellenó su botella en el estanque. Tras eso y beber
agua, se echó a descansar a la sombra de una palmera hasta que
escuchó una voz que lo llamaba.
—Eh, tú, el de la tortuga gigante muerta.
—¿Eh? Ah—Se giró, sorprendido de nuevo—. ¿Quién es usted y
qué hace aquí? Esta ruta es poco transitada por los Ermitaños.
—No te equivoques, no soy uno de ellos. ¿Te has cargado tú solito
a la bestia?
—Sí, señor. Con mis propias manos. Le vendo la carne, si le
interesa; o incluso la piel.
—No, no, me interesa otra cosa. ¿Cómo lo venciste?
—Con mi machete. ¿Con qué si no?
—Bien, bien... ¿Quisieras trabajar para mí? Como... cazador.
—Si no le conozco de nada.
—Tendrás tiempo para conocerme si aceptas mi propuesta.
—¿Qué gano yo con esto? ¿Me pagará?
—¡Por supuesto! Además serás tratado como un rey.
—No me convence... ¿Y si me está engañando?
—¿Engañando? Bien, ¿quieres pruebas de que no es así?
—Si no es molestia...
—Bien, como prueba tienes este bicho que te acabas de cargar. Ha
sido enviado por mi mayor enemigo para destruirte. A ti y a todo lo
que encuentre por delante.
—¿Por qué debería creerte?
—Porque yo no tengo motivos para atacaros ni a ti ni a tu planeta.
Yo ya tengo todo lo que deseo, y puedes observarlo en mis ropas—se
tiró un poco de la chaqueta para demostrarlo—. Sin embargo, este
enemigo no; cada día desea más y más. Y no parará hasta
conseguirlo. ¿Quieres ayudar a tu planeta y colaborar conmigo para
acabar con él o prefieres morir sin hacer nada?
—Supongo que tiene razón... Pero sigue sin haberme dicho quién es
usted.
—¿Pero aceptas o no?
—Que sí... Pero que quiero saber quién es.
—Bien. Mi nombre es Todo, y escucharás más sobre mi historia en
cuanto estemos en mi mansión.
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