15-07-1843
Él.
Él, sentado en su escritorio de madera de roble. Él, mojando la
pluma en la tinta, escribiendo en una hoja amarillenta y rugosa.
Piernas cruzadas bajo la mesa. Su grandiosidad era captada por todos
aquellos que lo rodeaban. Sin embargo yo, un humilde servidor, tenía
la certeza de que su magnificencia no era más que la máscara del
cobarde. Si mis cavilaciones están en lo cierto, las maquinaciones
de esa rata de alcantarilla serán descubiertas de un momento a otro.
Bastaría una pequeña chispa para que eso sucediese. Para que todo
volara en mil pedazos. Sin embargo, yo no podré presenciar ese
momento.
Hace
ya bastante tiempo que abandoné la mansión del señor. En cuanto
descubrió mis 'facultades' comenzó a intentar enseñarme y
amaestrarme cual perro fiel. Cosa que no le salió del todo bien:
cuando descubrí sus amargos y malditos planes, me escapé, y huí.
Debe estar a punto de localizarme...
Sí,
sabe que estoy al corriente de sus planes. Lo sabe todo, el
endemoniado. Todo. Y además, también lo maneja. Pero nunca sabrá
qué fue de mi hijo, al menos hasta que no sea el momento adecuado...
Con suerte nacerá sin mi habilidad para la lectura y la
interpretación, sin embargo, no estoy seguro. Mis planes son
ocultarlo de las garras del señor durante el mayor tiempo posible,
si es que eso es siquiera una opción.
Incluso el nombre. Incluso el
nombre de este villano lo contiene todo. Puesto que es Todo. Todo, el
Gran Señor. Aquel que sabe cuáles serán las consecuencias de cada
decisión, de cada acto. Su conocimiento no alcanza límites...
Enorme jefe de todo aquello que las barreras del tiempo puedan
separar. Es indestructible. Porque sin Todo, nada existe... Y cuando
no hay Nada, Todo fluye a sus anchas...
Capítulo I: Sin
aliento
Largas eran las noches en la infinita ciudad de Irulor. A ratos
frías, a ratos cálidas. A ratos oscuras, a ratos brillantes cual
luz de luna. Sin embargo, aquella noche no era una de las bonitas.
Era oscura, fría como el hielo y densa, muy densa. Tanto que hasta
costaba respirar. Las infinitas horas eran marcadas por las gotas de
arena que caían sobre los fondos de cristal de los relojes de arena
de una joyería que había cerca de donde un joven, sentado,
observaba, a duras penas y entre la oscuridad, la vaina de una vieja
espada japonesa. Cada noche descubría nuevos recuerdos al acariciar
la lisa superficie del hogar de la antigualla.
Corrió un tibio aire que venía de las callejuelas del sur. Esto
desentumeció un poco los huesos del joven, que tras haber descansado
recostado tras una caja de metal, se levantó y miró al cielo.
Seguía sin haber ni una sola estrella: la noche seguía siendo
demasiado joven. Sin embargo, emprendió de nuevo el camino, con las
manos en los bolsillos de su chaleco. Conforme iba caminando se iba
sintiendo cada vez más repuesto: la densidad de la noche estaba
menguando. Al cabo de un rato podía caminar con soltura sin
preocuparse por la fatiga. De pronto, escuchó un ruido. Se detuvo y
contuvo la respiración. Habían ocurrido demasiadas cosas en las
horas anteriores como para no preocuparse acerca de lo que podría
ser, así que se concentró en escuchar. Podría haber detectado
hasta el zumbido de una mosca. Y entonces el ruido se volvió a
repetir. Klang. Por la izquierda. Y se acercaba.
Sigilosamente, avanzó hacia el lugar de donde procedía el ruido.
Entre los callejones reinaba el más absoluto silencio. Cuanto más
avanzaba, con más claridad lo escuchaba. Klang, klang. El ruido se
repetía cada vez con más frecuencia y recordaba al golpe de un
martillo sobre el metal. Cuando por fin estuvo cerca, notó un
movimiento por detrás, y no tardó más tiempo en reaccionar que una
fracción de segundo.
Echó a correr en dirección contraria al ruido. Ahora se escuchaba
claramente alrededor suyo, todo el rato. Klang, klang, klang, klang.
A veces hasta pensaba que quien lo provocaba era él, y mientras
aceleraba se palpaba a sí mismo, tratando de encontrar una pieza de
metal que resonara contra otra de ese modo, sin éxito alguno.
Tras correr durante un rato de ese modo, alcanzó a ver un destello
en el velo oscuro de la noche: la primera estrella. Buenas noticias.
Continuó corriendo hasta que se sintió desfallecer, y aun entonces
siguió. Y, de repente, se encontró en un callejón sin salida.
Los golpes se escuchaban más fuertes que nunca. Arrinconado, el
joven sacó la vieja espada de su vaina, que relució imitando al
brillo de la estrella. Mirando atentamente hacia arriba y hacia la
entrada del callejón, se topó con su enemigo. Una bestia amorfa de
metal, oxidada, se encontraba frente a él. Avanzaba torpemente, pero
de forma eficaz, arrinconando todavía más al joven. El muchacho se
enderezó y empuñó la espada con fuerza. Contó despacio hasta
tres. “Uno... dos... y tres.” Al finalizar, se lanzó rápidamente
contra la bestia, que fue atravesada desde delante hasta atrás con
la espada japonesa. Una armadura inútil.
Entonces ya no se oyó nada. Respirando fuertemente, el muchacho se
dejó caer en el suelo, ya tranquilo tras haber sido presa de un
ataque de nervios. Volvió a guardar la espada. Y cuando por fin
recuperó el aliento, escuchó una voz a su espalda.
—Así que mi bichito no ha podido contigo, ¿eh?
El estado de alarma del joven volvió a aparecer. Con la mano ya
puesta en la espada, dirigió la mirada hacia donde provenía la voz
y vio una sombra negra, grande y redonda.
—Ni siquiera intentes tus truquitos del oxígeno. No van a
funcionar conmigo.
—¿Quién eres tú? ¿Y por qué cojones me sigues, qué quieres de
mí?
—Eh, relájate, chaval, tan solo quiero un trato.
—Y por eso me atacas con un monstruo, trasto, bicho, robot, lo que
mierda sea. ¿no? Venga hombre, que no he nacido ayer.
—Desde mi perspectiva naciste apenas hace unos minutos, pero eso te
lo explicaré en otro momento. Si aceptas mi propuesta, claro...
El muchacho miró desconcertado a la sombra que se alzaba ante él.
El misterio captó su atención y despertó su curiosidad, y antes de
darse cuenta ya estaba pronunciando estas palabras:
—...A ver, ¿qué es lo que quieres?
—Necesito tu ayuda. Verás, hay una cosa que necesito hacer...
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ResponderEliminarSobre todo la frase de: "Porque sin Todo, nada existe... Y cuando no hay Nada, Todo fluye a sus anchas..."