jueves, 27 de agosto de 2015

Capítulo XXV - Unos se van, y otros vuelven

—A veces me pregunto, Inna...—comenzó Maigar.
—¿Sí?
—Si hice bien en llevarme a esos tres idiotas de la mansión de Todo—se rascó la cabeza y apoyó la cabeza sobre los brazos, los cuales tenía sobre las rodillas flexionadas.
—¿Qué otra cosa podías hacer? ¿Dejar que murieran, como Joel? Al menos ahora se están entrenando.
—Pero tú misma predijiste lo que sucedería después—continuó él—. ¿De qué sirve que se entrenen si van a morir?
—Muchos morirán en la batalla, Maigar—ella acarició la esfera de su bastón—, pero al final todos cumplirán su papel. Sólo es cuestión de...
—¿Su papel, Inna? ¿¡Cómo puedes ser tan fría!?—Maigar se levantó de un salto y la miró furibundo desde el interior de su capucha—. Cualquiera esperaría escuchar alguna palabra de ánimo de tu boca, teniendo en cuenta además quién eres.
—Quien yo sea, tú seas o sea cualquiera no es relevante en este caso. Todos tenemos un enemigo contra el que luchar, y mucho que ganar si lo derrotamos. Sin embargo, no hay nada que perder ya—se levantó—. Pandora mueve fichas, Vittorio pierde la cabeza y Morfo no ayuda. Male y Jack han escapado, Galia ha creado unos instrumentos bastante peligrosos y ni siquiera soy capaz de adivinar lo que pasará con Ranusa y Tarrkiem...
—¿Y qué pretendes que hagamos? ¿Que nos lancemos hacia la batalla sin pensar? ¿Sin tener siquiera un plan? ¡Y porque es el mismo enemigo! Cualquiera diría que eres la Sabia del Espacio.
—Y cualquiera diría que Vittorio es el Sabio del Tiempo. Como ya te he dicho, nuestros papeles son irrelevantes en esta guerra. Todos somos igual de mortales... Bueno, todos no, pero tú me entiendes.
—Vale, de acuerdo. Todos somos igual de mortales—Maigar comenzó a gesticular con las manos, furibundo—, pero tú misma me dijiste hace ya bastante tiempo que cada pieza de este juego es vital para ganar la batalla. ¡Te contradices!
—Maigar, el curso de los acontecimientos ha cambiado. Yo no conté con la llegada de Morfo—le contestó Inna—, y sabes de sobra que si Morfo no hubiera estado aquí Vittorio no habría perdido la cabeza.
—Inna, esta conversación no tiene sentido. Si Penesan, el Cretino y Thorgio van a morir, ¿qué sentido tiene ponerlos a entrenar? Al principio dices que todas las piezas del juego son vitales. Luego llega Morfo, le trastoca la cabeza a Vittorio y de repente pueden morir todos por una causa común. ¿Me lo quieres explicar? ¿Por qué tienen que recibir entrenamiento estos tres tontos si se van a morir igual? ¿Qué tiene que ver Morfo en todo esto? ¿De dónde sale Morfo?—Maigar ya casi gritaba.
—Relaja el tono. Te lo explicaré una vez hayamos salvado a Bocha.
—¿¡Encima también tenemos que salvar a B-!? Espera, ¿qué has dicho?—el joven miró muy preocupado a su hermana mayor, que lo miraba con gravedad.
—He dicho que hay que salvar a Bocha. Teletranspórtanos al calabozo de la mansión de Todo.
—B-bueno. ¿Pero por qué a este lo salvamos y a Joel no?—dijo él, mientras preparaba el teletransporte.
—Porque sin Bocha no tendremos ni a Jack, ni a Male, ni a Golyb. ¿Recuerdas el rollo de las cronologías condenadas que te explicó Vittorio al principio y que tú decidiste ignorar?
—Sí.
—Pues ahora lo vas a entender. Bocha es un punto clave para el éxito de la cronología. ¿Tienes eso listo ya?—Inna se levantó y alzó el bastón.
—¡Sí!—sonrió Maigar.
—¡Muy bien, pues nos vamos! ¡Khaos Qaysh'pe...!—comenzó a decir ella.
Y desaparecieron con un destello en el aire.


—Vamos, ¡deprisa, no hay tiempo que perder!—gritaba Bocha. Señalaba una de las paredes de la celda, que comunicaba directamente con el exterior—Kay, ¡haz volar eso y sácanos de aquí!
—¡Marchando una explosión con guarnición de cascotes y arena!—Kay se colocó unas gafas protectoras y apretó la pantalla de su PDA en una zona determinada. Los explosivos que había detrás de la pared, colocados allí con anterioridad por él mismo para dar pie a su posible huida, estallaron y destruyeron el muro, quedando una gran boca negra que daba paso a la oscuridad de la noche.
—¡Salid todos!—gritaba el joven espadachín—. Yo os cubro las espaldas.
—Nosotros también somos buenos luchando, ¿eh? Aunque no tengamos poderes—dijo MDM mientras corría hacia fuera.
—¡Déjale hacer lo que quiera, mujer! Total, no es como si tuvieras nada que hacer contra Bego, ¿no es así?—Wïrts, ya fuera, se paró un segundo para reír—. ¡Cuánto tiempo sin oler el aire fresco de la noche!
—¡No te pongas romántico! ¡¡Hay que correr!! ¡¡YUUUHUUU!!—Rafa, el Mensajero Veloz, iba y venía, muy nervioso, por el campo que rodeaba la mansión de Todo. Cogía a algunos de la mano y los adelantaba un trecho, daba vueltas alrededor de otros para animarlos a correr... Todas estas acciones iban acompañadas de una risa histérica.
Bocha los miraba, contento de haber cumplido la primera parte de su misión. Fue a correr hacia fuera, pero una voz lo detuvo.
—¿A dónde crees que vas, listillo?—Bego, apoyada sobre el marco de la puerta de la entrada a los calabozos, lo miraba con los ojos entrecerrados.
—A cualquier sitio que esté más limpio que este—respondió él, poniendo cara de asco.
—¿Te crees muy gracioso?—la expresión de ella era imperturbable.
—No, lo decía en serio. Limpiad esta porquería de sitio, por el bien de la humanidad.
—¿No deberías preocuparte más por el riesgo que entraña tu vida que por el hecho de que este sitio esté sucio?
—No, la verdad es que no.
—Se nota que no me conoces—se relamió, con una sonrisa enferma en los labios.
—Sí, se nota que no te conozco—sonrió con superioridad e invocó una espada adornada con filigranas de todos los colores. Señaló a Bego con ella—, pero no importa, ¡porque pienso acabar contigo!
—¿Tú crees?—dijo ella, mostrando sus guanteletes dorados—. Recuerda quién te entrenó. ¡No vas a poder atacarme sin que yo sepa cómo contrarrestarte!
—¡Demuéstralo!
—¡No tendrás que pedirlo dos veces!
Bego se lanzó al ataque. Inesperadamente, arremetió con una patada hacia la entrepierna de Bocha, quien paró la acometida con el filo plano de la espada.
—¡Eso es un golpe bajo!
—¿Y tú qué? ¿Eres demasiado blando como para cortarme la pierna?
—Digamos que me compadezco de ti—resbaló la espada por el pie de ella, dio una vuelta sobre sí mismo y atacó con el filo en diagonal, rasgando la tela de la capa de Bego—, pero como veo que no lo agradeces voy a dejar de hacerlo, creo.
—¿Crees?—lanzó una nube de vapor a los ojos de su contrincante y desapareció en ella, para golpear por la espalda a Bocha.
—Creía. Ahora ya lo sé—él invocó dos espadas que chocaron de pleno contra la mano de Bego, que se dirigía peligrosamente hacia la nuca del espadachín. Se volvió sobre sí mismo y atacó como antes, dibujando una cruz en la túnica de su ex profesora—. ¿Sabes? Llegué a apreciarte mucho.
—Oooh, ¿te vas a poner sentimental?—se burló ella, retrocediendo a saltos.
—Es por dar conversación.
—¿¡Te aburre mi estilo de pelea!?
—Me falta bostezar.
—¡Cabrón!
Ella se lanzó directamente a por él, pateando y dando puñetazos con gran maestría. Utilizaba sus guanteletes como pequeños cuchillos que Bocha bloqueaba sin gran dificultad, pero al cabo del rato Bego aumentó el ritmo y empezó a hacerle sudar.
—Ahora ya no tienes tantas ganas de hablar, ¿eh?—jadeó ella.
—Tu conversación no es interesante tampoco—respiraba con dificultad.
—¡Eres un maleducado!
—Y tú una tramposa.
Ella se volvió a lanzar, y esta vez activó una especie de extensión de sus guanteletes para crear una espada de filo fino y delgado, casi una ropera. Arremetía con las estocadas de un profesional de la esgrima, y lo único que podía hacer Bocha contra eso era retroceder y esquivar. Hasta que ya no le quedó hueco y notó la pared agobiándole en la espalda.
—Estás, como quien dice, entre la espada y la pared—le dijo Bego, socarrona.
—Eso no es una espada—musitó él.
—Pues funciona tan bien como una. O si no, ¡pregúntale a tu garganta, que está a punto de ser atravesada!
Y entonces Bego se lanzó a por él con una risa triunfal como banda sonora. Sin embargo, lo único que notó en el filo del guantelete fue el chocar de acero contra acero y la dureza de la pared en la punta.

Bocha había invocado una segunda espada, que había utilizado para desviar la de Bego hacia arriba y hacer que se estrellase contra la pared. Acto seguido convirtió la otra en una espada de fuego y atacó directamente al guantelete, fundiéndolo en el acto y haciendo que la larga punta que sobresalía de él cayese y resonase en el suelo de la mazmorra. Y se lanzó con las dos espadas contra Bego, gritando y con los ojos inyectados en sangre.
—¿¡Te has vuelto loco!?—gritaba ella también, presa del pánico, retrocediendo hacia el agujero causado por la bomba.
—¡¡Sólo se me ha agotado la paciencia!! ¿¡Creías que tenías problemas!? ¡¡No he hecho más que empezar!!
Ella se apoyó en un gran cascote y saltó sobre Bocha con agilidad. Él, sin embargo, se giró a tiempo y consiguió rasgarle de nuevo la túnica. Ella volvió a intentar defenderse con el guantelete que le quedaba, pero Bocha volvió a fundirlo con la espada de fuego y el único remedio que le quedó fue saltar hacia atrás.
—¡¡Esto no es lo que te enseñé!! ¡¡Estás ignorando la técnica!!
—¡¡Confié en ti, joder!! ¡¡Pensé que me harías más fuerte, pero sólo me hiciste un inútil!! ¿¡Es así como te dijeron que tenías que enseñarme a pelear!? ¿¡Acaso planeabas traicionarme desde el principio!?—con la voz ya casi ronca, el espadachín atacaba una y otra vez sin dejar ni un solo hueco en su guardia. Como poseído, danzaba con las espadas en las manos, tratando de alcanzar a su ex profesora.
—¿¡Y quién coño te dijo que confiaras en mí!?
—¡¡Tú!! Al... Maldito...—se detuvo un segundo y lanzó la espada de fuego hacia adelante en una estocada a fondo—. ¡¡PRINCIPIO!!
Bego saltó hacia atrás con afán de esquivarlo, pero incluso habiéndolo conseguido notó el acero clavársele en el cuerpo. Bocha había invocado una espada justo detrás de ella.

Bego no se movió. Miró a Bocha con los ojos vidriosos y cargados de furia e impotencia. Trató de decir algo, pero la sangre le llenó la garganta y tosió. Bocha bajó las espadas y miró, lloroso, a su antigua maestra, y cómo se arrodillaba con la espada clavada en la espalda.
—Pareces... Un juguete de cuerda roto—musitó él, casi sin querer.
Ella no dijo nada.
—Confié en ti. Creí que me ayudabas, que te importaba... Al menos lo suficiente como para sonreírme de vez en cuando. Llegaste a gustarme...—tragó saliva—. Llegué a quererte.
—Elegiste...—tosió—, a la persona equivocada...
—Obviamente—a él le temblaron los labios.
—Entonces... Me has ganado... AGHK.
—Sí...
—Bien por ti... AJJJJJ. Pero, gracias a mi maravillosa previsión...—temblando, Bego se sacó un mando a distancia del bolsillo del pantalón y se abrió la túnica, revelando un chaleco recubierto de explosivos—... ¡¡NO VAS A PODER CONTARLO!!
Y entonces apretó el botón. Bocha, inmóvil, contempló cómo el cuerpo de Bego se incendiaba y, después, un gran ruido y un resplandor. Sin embargo, mientras ponía las manos delante de la cara como acto reflejo, y pensó él que último, oyó una voz femenina gritar justo por encima de él...
—¡...aos Qaysh'pety!
Y observó cómo Inna aparecía de la nada junto con Maigar, y creaba un escudo mágico que lo protegía de ser arrastrado por las llamas de la muerte.


—Agh...—se quejó Morfo, arrodillado en el suelo mientras trataba de taparse la hemorragia que surgía de su rodilla izquierda. Miraba a Vittorio desde abajo, desafiante.
—¿Por qué me miras así? ¿Acaso quieres otro tiro?—espetó Vittorio, con los ojos encendidos de rabia.
Morfo se miró la mano llena de sangre y la rodilla. Cerró los ojos y la cicatrizó, usando su poder. Entonces se levantó.
—Sabes que no puedes matarme—dijo, sacando un cigarrillo y metiéndoselo en la boca. Miró de forma irónica a Vittorio y sonrió—. ¿Tienes fuego?
El rubio montó en cólera y disparó unas cuantas veces más, acertando todas. Pero Morfo se recuperaba como si tal cosa. Llegado un momento, Vittorio tiró el arma al suelo, ya inútil, puesto que había vaciado el cargador, y se lanzó con un ardiente puñetazo hacia la cara de un Morfo... Que ya no era Morfo.
—¿¡Pero qu-!?—gritó Vittorio, deteniéndose.
Frente a él tenía a Ali, que, con el cigarrillo de Morfo, lo miraba con ojos llorosos. Acto seguido cambió a Galia, quien los tenía vidriosos cual borracho. Después a Mariam, que los tenía arrancados, y por último a Male, que los tenía blancos e inexpresivos, expeliendo una luz mortecina y hueca...

Vittorio agarró a la copia de Male por el cuello, y esta le siguió mirando. A punto de llorar de pura rabia, la levantó, y ella, sin resistirse, musitó...
—Detente... Hazlo por nosotras...
—¡¡HIJO DE PUTA!!—gritó el rubio, e incendió el cuerpo de la joven.
Tiró el cadáver ardiente de Morfo al suelo. Lanzó varias bolas de fuego más para asegurarse de que quedaba carbonizado por completo y hecho cenizas. Entonces cayó de rodillas al suelo y le gritó.
—¡¡Tú no eres ellas, maldito cabronazo!! Tú no has sufrido lo que ellas. ¡¡Tú no sabes lo que es...!!
—¿Perder a todas las personas a las que has querido alguna vez desde que naciste?—Morfo se agitó entre el fuego y las cenizas de su cuerpo y resurgió como nuevo de ellos—. No te atrevas a continuar lo que sea que fueras a decir, porque te cogeré del cuello y te mataré.
—Tú tampoco puedes matarme a mí...
—No me tientes.
Vittorio se levantó y lo miró de nuevo. Morfo escupió en el suelo. Y ambos se lanzaron, con los puños alzados, a golpear al otro.


Male, sentada en un tronco, observaba el fuego crepitar, evitando a toda costa el contacto visual con Jack. Este la miraba con la esperanza de que dijera algo, pero al cabo del rato se levantó y se fue hacia el borde del acantilado en el que estaban, observando las estrellas. Pensó seriamente en lo que acababa de hacer. ¿Era la opción correcta? Según lo planeado con el resto, era lo más adecuado. Male necesitaba entrenar, ¿y qué mejor lugar que El Jardín?
No, aún así se había saltado muchas reglas. ¿Escapar por la noche? ¿Los dos solos en mitad del bosque? Definitivamente no había sido buena idea, pero después de lo de Vittorio, no podían esperar hasta la mañana siguiente. Además, pensó después, con los poderes de Male, aun en su estado primitivo, y los suyos propios, seguían siendo lo suficientemente fuertes como para poder encarar a cualquier bicho que les asaltara.
Con la sensación de haber actuado conforme a la lógica, tomó aire y volvió hacia el campamento. Male seguía mirando las llamas.
“Vamos”, pensó Jack. “Hazlo por ella.”
—Male. Male—comenzó él—, ¿me escuchas?
—Sí—pero no lo miró. Jack sintió cómo un escalofrío le recorría desde la parte de abajo de la espalda hasta el cráneo, vértebra por vértebra. Al cabo de un rato, ella suspiró—. ¿Y bien?
—Sabes por qué te saqué de ahí, ¿no?
—¿Porque los dos rubitos subnormales se estaban pegando?
—Aparte...—Jack se sentó y se pasó una mano por la cabeza—. Quiero enseñarte a manejar tu poder.
—Ya sé manejar mi poder. Podría pararte el corazón aquí mismo si quisiera—alimentó el fuego con una ramita y se arrebujó en la capa—, pero no voy a hacerlo.
—Un detalle por tu parte, la verdad.
—No me seas gracioso, aún estoy a tiempo.
—Vale, de acuerdo, sabes controlar muy bien los líquidos—admitió Jack—, y todos sus estados, la verdad es que es admirable. Pero aún no sabes controlar el verdadero poder que yace en ti.
—¿Qué verdadero poder ni qué ocho cuartos?—Male ya hablaba incluso con desprecio, añadiéndole su bordeza natural.
—¿Crees que cualquier persona normal y corriente podría hablar con una Deidad Antigua sin caer en la más absoluta de las locuras? Sobre todo si es durante tanto tiempo—Jack rió—. Ya viste a Malan en el lago. Casi le da un ataque cuando se dio cuenta de que no podía controlarte. Y, casualmente...
—...Yo estaba en comunión con Golyb.
—Estabas y estás. Esa unión no se deshará hasta que alguno de los dos muera—la miró seriamente—, con graves consecuencias en ambos casos.
—Sí, eso lo sé, lo pone en mi libro... De forma bastante velada, pero algo he podido sacar—Male sacó las manos de la capa para gesticular—. ¿Pero qué quieres decir con lo de perder la cordura por hablar con Golyb?—se rió amargamente—. ¿Acaso no ves que ya se me ha ido la pinza?
—Eso son efectos secundarios de la unión que tienes con Golyb—Jack meneó la cabeza de lado a lado—. Te hablo de la destrucción completa de tu psique. Esos ataques de ira que te dan cuando alguien toca tu querido lago son normales, es instinto de protección.
—Vale. Me lo puedo llegar a creer. ¿Pero entonces? ¿Qué pasa conmigo?
—Que eres una semi-deidad, Male.


No llegaron a tocarse.
Tanto Vittorio como Morfo cayeron súbitamente de rodillas al notar un chispazo que les recorría todo el cuerpo, de arriba a abajo y de abajo a arriba. Galia se había interpuesto entre ambos con los brazos abiertos y un táser en cada mano, y ninguno de los dos sabía cómo. Cuando cayeron al suelo, convulsionándose, y vieron la sombra de Ali con la mano levantada, brillante y recubierta en humo y una ligera luz rosácea, entendieron cómo había llegado hasta allí. Oyeron a Galia blasfemar y dirigirse de nuevo hacia el interior del edificio, arrastrando los pies y sujetándose la cabeza con una mano. Acto seguido desaparecieron de la tierra del suelo del exterior de nuevo gracias a la intervención de Ali y otro hechizo de teletransportación, y aparecieron cada uno en sus respectivas camas, para gritar, quejarse e insultar a gusto a la puta madre que parió a Galia, a Ali y a las jodidas pistolas de rayos que les habían quemado el pecho.


Bocha abrió la puerta de la salita de estar donde Ranusa y Tarrkiem discutían sobre quién habría ganado a quién, si Vittorio a Morfo o viceversa. Garret trataba de estudiar de unos libros con cara de frustrado, pero al oír la puerta abrirse se dio por vencido. Cerró el libro con un golpetazo, se levantó y se sentó en un sillón que había disponible. Miró a los dos otros dos que debatían con cara de fastidio y de genuina sorpresa y alivio cuando reparó en Bocha, que estaba de pie con la espalda apoyada en la puerta cerrada, la cabeza mirando hacia el suelo y las manos en los bolsillos de la gabardina negra. Garret se levantó de un salto.
—¡¡Bocha!! ¡¡Estás bien!!
El joven estudioso se acercó y abrazó fuertemente a Bocha, que le devolvió el abrazo automáticamente. Tras un par de segundos, el espadachín de gabardina apretó los brazos y contuvo las lágrimas que se le asomaban a los ojos a base de cerrar los ojos con fuerza.
—¿Qué te ha pasado, tío? ¿Por qué lloras?—le preguntó Ranusa que, de cara a ellos en el sofá, había levantado la mano a Tarrkiem para que se callara.
—No lloro—murmuró Bocha, con la voz temblando.
—Una mierda no estás llorando—intervino Tarrkiem—. Anda, siéntate—y le ofreció sitio en su sofá.
Bocha se soltó del abrazo de Garret, sorbió los mocos y se sentó junto al controlador del metal. Apoyó los codos sobre las rodillas y hundió la cabeza entre las manos.
—¿Y bien?—preguntaron todos a la vez.
—¿Y bien, qué?—respondió él.
—Que qué pasó—preguntó Garret, preocupado—. ¿Te hicieron algo?
—No, no, estoy bien...
—A lo mejor físicamente sí—dijo Tarrkiem—, pero mentalmente parece que hayan cogido una bayeta y la hayan estrujado fuerte contra una pared de gotelé gordo.
—¿En serio esa es la mejor comparación que se te ocurre, tío?—le riñó Ranusa.
—¿Prefieres poesía del estilo de Reuben Darey o de Rosely la Castrada? Puedo imitarlos a ambos.
—Sabes que a ninguno de los dos hay por dónde cogerlo—rezongó el velocista.
—Mirad, no estoy de humor para gilipolleces—dijo Garret, haciéndoles callar a los dos con rostro enfadado—, así que dejad que cuente lo que tenga que contar y luego ya vosotros os ponéis a discutir cuál de los dos poetas es más peñazo. Pero ahora no.
—Gracias, Garret. A ver...
Bocha, al borde del llanto, comenzó a relatar lo sucedido. Cuando llegaron al momento de la inmolación, todos gritaron de indignación respecto a Bego y de sorpresa al ver con qué precisión Maigar e Inna habían aparecido en escena para colocar el escudo. Y con qué visión de futuro.
—¡Casi parecen un deus ex-machina!—comentó Tarrkiem, anonadado.
Bocha entonces contó cómo todos habían sido teletransportados a la Biblioteca y dispuestos en sus respectivas habitaciones, y cómo él había salido de la suya pese a las estrictas órdenes de Maigar de no hacerlo.
—Pues como te pille aquí te va a caer un marrón que no lo quiero ni pensar—dijo Ranusa.
—Qué va, probablemente me teletransporte allí y me ate a la cama o algo así. Nada que un estilete no pueda arreglar—y, con rostro aburrido, invocó uno pobremente decorado, con el filo de latón.
—¿Por qué no quieres estar en tu cuarto?—preguntó Garret.
—Porque no quiero pensar más en esto. Prefiero distraerme. ¿Qué pasó con Male? ¿Se recuperó del trauma? Porque me parecería raro que lo hubiera hecho tan rápido.
—A todo el mundo le extrañó, pero de repente se le desató una especie de furia berserker y por poco se carga a Malan. Lucas tuvo que vaporizar su espada de hielo justo antes de que le atravesara con ella—contó Garret, recostándose en el sillón.
—Y luego se piró con Jack, el bibliotecario, a Dios sabe dónde. Vamos, que ya no está por aquí, y dudo mucho que vuelva en un tiempo—remató Ranusa.
—¿¡Que se ha ido!?—Bocha se levantó de un salto y los miró, incrédulo. Los labios le temblaban y había cerrado los puños con fuerza.
—Sí, pero está a salvo—trató de tranquilizarle Tarrkiem, haciendo gestos suaves con las manos—. Por lo que me han dicho, Jack es bastante fuer...
—¿Y dónde se ha ido? ¿Por qué? ¿Cuándo? ¿CÓMO?—Bocha parecía estar a punto de entrar en un ataque de histeria.
—Sir Agh-nabir!—Garret le apuntó con la mano, que relució levemente, e hizo que las pulsaciones de Bocha bajaran a un ritmo normal y respirara hondo—. Tranquilízate. Ali y Lucas probablemente lo saben. Yo sólo sé que ha sido más allá de los muros de la Biblioteca, al Jardín...
—¿P-pero para qué?—tartamudeó Bocha, confuso.
—Para entrenar—le contestó el estudioso—. Se han ido esta noche. Menos mal que Vittorio y Morfo están en cama electrocutados, si se llegan a enterar no creo que fuera a hacerles mucha gracia.
—Pero qué ha pasado aquí...—murmuró Bocha mirando al suelo, derrotado.
—Pues un montón de mierda absurda, en mi opinión—intervino Ranusa—, pero, sinceramente, si Male está mejor ahí fuera yo voto por que no vuelva. Aquí la estaban matando entre unos y otros. Y pensar en este asunto me hace preguntarme...
—¿Por qué te importa tanto que Male se haya marchado?—le cortó Tarrkiem.
—¡Tío, si íbamos a preguntar lo mismo cuál es la puta necesidad que tienes de cortarme!
—Por el bien del drama—contestó Tarrkiem, e hizo una semi-reverencia.
—Drama mis cojones—le contestó el otro.
—A ver, sois conscientes de que eran muy amigos, ¿verdad? Forjaron una amistad muy fuerte en la mansión—contestó Garret.
—Y, además—dijo Bocha—, ¿no la oíste gritar cuando Bego me raptó? Parecía desesperada.
—Lo pasó muy mal—aseguró el estudioso. Se ajustó las gafas.
—Pues eso. Si decís que está bien, bueno... No me lo terminaré de creer hasta que lo vea con mis propios ojos. Pero confiaré en que tenéis razón mientras la busco.
—Eh, eh, eh, eh, eh—Ranusa le cortó e hizo un gesto con las manos para enfatizar la pausa.
—¿Esta no es tu taza de Batman?—ironizó Tarrkiem.
—¡No, joder!—respondió el otro, enfadado—. Lo que quiero decir es que incluso a mí me parece que estás yendo demasiado deprisa. Ni siquiera sabes por dónde empezar a buscar... ¡El sitio ese es muy grande!
—Sólo necesito saber que está más allá de los muros del jardín. La acabaré encontrando. No puede ser TAN grande.
Garret, Tarrkiem y Ranusa se miraron mutuamente. Todos, preocupados, pensaban acerca de una solución para el problema que, de repente, se les había presentado en forma de rubio de gabardina negra. Y, además, con espadas.


—¿Que soy una semi-deidad? Sí, y qué más—rió Male—. Los tíos tenéis unas formas muy raras de ligar.
—Que te lo estoy diciendo en serio, joder—se desesperó Jack—, ¿por qué no me crees?
—Porque, de entre todos, ¿yo? Sí, hombre.
—Y yo—Jack la miró a los ojos, serio como nunca lo había estado—. Y Lucas. Y Vittorio. Y Morfo.
Male permaneció callada durante un rato.
—¿Y eso qué quiere decir?—dijo, finalmente, con un tono de voz apagado.
—Que tengo que entrenarte para liberar tu auténtica fuerza—contestó Jack—, y para eso necesitamos tiempo, concentración y colaboración por tu parte. Así que, si no te importa...
—...
Male se levantó despacio, se cerró bien la capa y se dirigió hacia el barranco. Jack la siguió y vió cómo se sentaba, los pies colgando, y sus ojos azul marino perdidos en el manto de estrellas de igual color arriba, en el cielo. Él se apoyó en un árbol y la vio sacar la ocarina. Vio también cómo soplaba con delicadeza aquel instrumento suave y transparente que sonaba como la más dulce de las flautas, y se sentó a su lado. Tras unas cuantas notas, Male dejó de soplar y le miró.
—¿Va a ser muy difícil?—sus ojos estaban vacíos de expresión, pero Jack pudo observar un leve destello al fondo... O quizá era tan solo el brillo de las estrellas.
—Sí—admitió él—. Mucho.
Ella apoyó la cabeza en el hombro de él y cerró los ojos. Jack, confuso, optó por no moverse.
—Jack—susurró ella.
—¿Sí?—susurró él, casi sin voz.
—¿Por casualidad sabes qué estrella es aquella?—señaló en el cielo.
—No—sonrió él.
—Confiaba en que sí—murmuró ella, y se acurrucó.
—Pues no—admitió él—. Estas estrellas no son las que yo conozco. Pero, en mi cronología, me las sé todas.
—¿Me contarás cosas sobre ellas?
—Claro que sí...
—Vale.
Volvieron a callar. Fue entonces Jack el que habló.
—¿Male?
—¿Hm?
—Ya no hace falta que me llames Jack—dijo él, mirando una constelación.
Ella levantó la cabeza y lo miró, confusa.
—¿Y entonces cómo te llamo?
—Raak.


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