Bocha despertó tumbado de lado en un
suelo de cemento, frío y húmedo, con olor a tierra mojada y un
color pardo indescifrable en la semioscuridad que cubría la pequeña
habitación. Se incorporó y se apoyó, sentado, en la pared que
tenía justo al lado, sujetándose la cabeza entre las manos. Le daba
pinchazos.
—¡Eh, el chaval se ha
despertado!—gritó una voz.
Ese grito resonó en su cabeza como si
diez mil agujas se clavaran en su mente. Aturdido, miró alrededor
suyo, pero sólo fue capaz de distinguir sombras difusas que se
movían dando vueltas ante sus ojos.
—No grites, ¿quieres? Por el golpe
que se dio en la cabeza, yo diría que ahora debe de tener una
migraña y unos mareos como mínimo interesantes.
—¡Pero estoy emocionado!
—A nadie le importa—espetó una
tercera voz—. Dios, ojalá tuviese acceso a una cámara de gas.
—Ese es principalmente uno de los
motivos por los cuales te han encerrado aquí—dijo la segunda voz.
Sonaba tranquila y grave. Era como una suave manta que relajaba los
sentidos del aturdido joven y los cubría de seguridad y calidez—.
Así que a callar.
—¡Y una puta mierda! Me encerraron
aquí por “precaución”. Ojalá tuviera a mano una cámara de gas
Y un ordenador. Os iba a meter tal palo por el culo a cada uno de
vosotros que hasta mi alumno se habría sorprendido—hubo una
pausa—. La verdad es que ahora empiezo a verle el sentido a que me
encerraran.
Bocha, entre delirios y dolores,
comprendió que la voz que se quejaba y soltaba alaridos amenazando a
los presentes con gasearlos no era otra que la de Kay, el maestro de
Garret. Lo habían encerrado con los maestros, y obviamente su
indignación era digna de mención.
—Cierra la boca ya, maldita sea—gruñó
una voz femenina y cascada—, algunos intentamos dormir.
Y todo el mundo guardó silencio. Eso
le dio a Bocha la oportunidad de serenarse y conseguir que su mareo
cediera un poco, dándole la estabilidad necesaria para no caer
redondo al suelo si se levantaba con la suficiente precaución. Al
fin, sus ojos se acostumbraron a la oscuridad y vio una celda lóbrega
y medianamente limpia, aunque no lo suficiente como para no dejar
manchas de mugre en los pantalones de quien se sentaba en el suelo.
En una de las camas había sentado un hombre que respiraba deprisa y
que le recordaba a Ranusa. No parecía capaz de estarse quieto. En un
escritorio al otro lado de la diminuta celda había un hombre vestido
ricamente, pero desaliñado y con las ropas ajadas y destrozadas.
Miraba fijamente a un tablero de ajedrez y jugueteaba con algo en la
mano derecha, fuera del alcance de visión de Bocha.
—¿Dónde estoy?—consiguió
articular, finalmente.
—En los calabozos de Todo—dijo el
hombre sentado al escritorio—. ¿Crees que podrás acercarte?
—No lo sé.
—Inténtalo—espetó Kay desde la
celda de enfrente—. Total, como mucho podrías perder el
equilibrio...
—Y los sesos si se da en la sien.
¡Heh!—rió el que estaba sentado en el camastro. Se levantó de un
salto y le tendió la mano a Bocha mientras a este le daba un
escalofrío—. Anda, yo te ayudo.
—G-gracias.
—A la mierda, aquí es imposible
dormir—volvió a quejarse la mujer—. ¿Quién es el chaval?
—El alumno de Bego—Kay escupió en
el suelo.
—Eso me da una confianza en él
brutal—ironizó ella—. Seguro que lo han manipulado como
manipularon a Nerea. Tsk.
—Eh. Estaré mareado, pero no soy
sordo ni gilipollas—gruñó Bocha en un susurro, apoyándose en el
hiperactivo—. Si me hubieran manipulado me habrían tratado mejor,
o al menos lo suficientemente bien como para no dejarme atontado y
poder cortaros la cabeza a todos y cada uno de vosotros nada más
llegara aquí.
—Además—el tipo del ajedrez hizo
un ademán con la mano izquierda—, algunos de nosotros estamos aquí
por propia voluntad. ¿Verdad, MDM?
—Cierra el pico, Nüne—espetó la
voz ronca—, ellos lo saben.
—Y nosotros sabemos que lo saben,
querida. Rafa, acércame al chaval.
El hombre hiperactivo acompañó a
Bocha hasta la mesa de Nüne. El muchacho se sujetó al borde cuando
llegó allí.
—Así que tú eres el famoso Nüne
Wïrts—dijo, no sin cierta dificultad—. Tu hijo cree que estás
muerto.
—Ya, ya lo sé.—no levantó la
vista del tablero que estaba mirando, con las piezas repartidas en
una especie de pantano de fichas en el que apenas se podía jugar.
—¿No te gustaría darle la alegría
de saber que estás vivo?
—Sí.
—Y, si puedes salir de aquí tan
fácilmente como dices, ¿por qué no lo haces?
—Nunca dije que yo pudiera hacerlo—le
destellearon los ojos—, pero es una interesante deducción. De
cualquier modo, te estaba esperando a ti, al igual que Rafa.
—También me conocen como el
Mensajero Veloz—el hombre hiperactivo le dio una palmada en la
espalda, desequilibrándolo levemente—. ¡Mucho gusto!
Bocha miró a sus dos interlocutores y
luego al tablero de ajedrez. Se tomó la libertad de mover una de las
fichas a uno de los espacios posibles que había.
Jaque mate al rey blanco.
Reïk y Maite avanzaban por el bosque,
iluminado de forma difusa por las luces azules de los cristales que
surgían del suelo y por los tímidos rayos del creciente de luna.
Ali iba encabezándolos con un candil de luz continuada, de un tono
rojo anaranjado que no llegaba a ser el de una vela. Finalmente
llegaron al claro del bosque donde se encontraba el lago, tras un
largo rato caminando.
—Es mucho más grande de lo que yo
creía—dijo Reïk, impresionado.
—Aquí se crió Male desde los ocho
años—anunció Ali—. En el fondo duerme lo que ya sabéis,
supongo.
—El bicho que tiene el enlace con
Male—musitó Mai—. Qué horror.
—Sí, pues hay que
defenderlo—contestó Ali—, y esa es vuestra tarea de hoy. No
dejéis que nadie se acerque en un perímetro de diez kilómetros.
—¿Tanto?—dijo Reïk.
—Tanto—contestó la joven de pelo
viscoso—. Hay que curarse en salud. Además, no creo que os resulte
complicado. Maite seguro que ya se puede mover por aquí como por su
casa.
—De hecho no sé por qué sigo aquí.
Ese nido de árboles me está gritando que vaya a explorarlo.
—Bueno, pues adelante. Los colgantes
también sirven de transmisores, así que si Reïk detecta que
alguien se acerca con su visión del futuro, podrá comunicártelo
para que llegues allí a tiempo y le detengas. Ese es el plan,
¿entendido?
—Más fácil imposible—dijo Maite
transformándose en una pantera negra.
—Eeentendido.
Maite desapareció entre la espesura,
Ali se desvaneció en el aire y Reïk se sentó en la orilla, mirando
al lago, y profundamente concentrado.
Al cabo de veinte minutos, Maite dejó
de correr de un lado a otro. Había encontrado una cabañita hecha de
madera y lianas, muy bien construida, y también muy bien
fortificada. Pasó volando por encima de las trampas convertida en un
tucán y se coló en el interior por debajo de la puerta,
transformada en hormiga. Después se volvió humana y registró lo
que pudo en la oscuridad que la rodeaba. Tropezó con un candil de
luz interna que accionó con la manivela de intensidad para comprobar
que funcionaba como tocaba. Lo hacía, así que investigó la
chocita.
El interior de la casita estaba formado
básicamente por lo que parecía una sala de estar multifuncional,
con un montón de cazos sobre una mesa que había en el medio y una
neverita que funcionaba de una forma que Maite recordaba haber leído
un par de noches atrás. Dentro de la nevera había unas pocas
verduras pasadas y carne podrida. El olor pestilente de ambas cosas
convenció a Maite de cerrar el pequeño electrodoméstico y no
volverlo a abrir.
Había un espejo de cuerpo entero que
en realidad no era un espejo. Maite lo averiguó cuando se acercó a
examinarlo de cerca. Eran varias placas del cristal azul que habían
visto al llegar al bosque y que estaban por todas partes. Unidas de
un modo complejo y delicado podían llegar a reflectar la luz y
servir como espejo. A Maite le asombró ese descubrimiento.
Siguió mirando por la habitación y
vio una estantería llena de cuadernos. Estaban todos empapados, o al
menos lo habían estado. La tinta de todos los cuadernos había sido
diluida por el agua, echándose a perder todo el contenido. Maite lo
lamentó, y siguió investigando.
Además de una silla, un taburete y un
trébede de hierro, encontró una puertecita detrás de la
estantería. Estaba muy bien disimulada, al parecer para asegurarse
de que nadie la encontraba. Apartó el mueble con cuidado de no
desmontarlo y trató de entrar girando el pomo, pero no lo consiguió.
Estaba cerrada.
Buscó la llave por toda la habitación,
pero no fue capaz de encontrarla. Al final se cansó y entró por
debajo como había hecho con la puerta principal: transformada en
hormiga. Sin embargo, lamentó tener que dejar el candil atrás, así
que volvió a la habitación original y simplemente forzó la entrada
a base de empujones.
Cuando por fin derribó la puerta,
encontró una pequeña estufa metálica de color negro que dirigía
el humo por un tubo hacia arriba, fuera de la cabaña. También había
una cama bastante grande, con arregladas y preciosas sábanas de tela
suave, que olían a flores secas. Había una lamparita que no
funcionaba sobre una rudimentaria mesita de noche y un armario de dos
puertas.
Maite miró debajo de la cama y
encontró un arcón de hierro sin cerradura. Al abrirlo, vio más
cuadernos como los que había en la estantería de la sala anterior,
pero estos no estaban estropeados. Los hojeó pausadamente, sin
realmente leer nada. Sólo miraba. Cuando acabó de leer el primero
de los cinco que había, los dejó sobre la cama y pasó a mirar el
armario.
Cuando lo abrió se llevó una de las
láminas de madera consigo. Estaba rota desde hacía tiempo, y
simplemente la habían dejado ahí para que no ocupara más espacio
del necesario. No supo como volverla a enganchar a las guías, así
que la dejó apartada y exploró el interior del mueble.
Dentro había más sábanas limpias y
ropa de mujer, la cual estaba rota, pero limpia. Había un par de
prendas que estaban en perfecto estado: una capa azul marino de
terciopelo y un vestido negro con ribetes plateados. Aparte de eso,
ya no había nada más.
Se sentó en la cama y pensó durante
un momento qué haría con todo aquello. Inconscientemente se puso a
jugar con el colgante que llevaba, y al cabo del rato cayó. Podía
teletransportarse hasta su habitación en la Gran Biblioteca y
dejarlo todo allí.
También pensó en las consecuencias
que eso podría acarrear. Si Reïk la avisaba de que alguien se
acercaba en ese margen de tiempo, podría no ser capaz de llegar a
tiempo. Sin embargo, también pensó en que si Reïk le decía que
fuera, podría teletransportarse al lugar que él le indicara en
lugar de volver a la cabaña y salir desde allí, así que, decidida,
envolvió todo lo que había encontrado que era de utilidad en una de
las sábanas.
—A mi habitación de la Gran
Biblioteca—dijo.
Y, tras tocar la gema, se
teletransportó allí.
—¿Malancito?
—¿Síii?
—¿Qué estás haciendo?
—Busco cuchillos.
—¿Para qué?
—Hmmm...—Malan se dio la vuelta y
miró hacia el techo—. Tú ya has estado en el Lago de la Luna,
¿verdad?
—¡Claro que sí! Ya sabes lo que hay
ahí, ya te lo he contado yo.
—Yo también quiero ir.
—¿Para qué?
—Para ocuparme de un asuntillo.
—Bueno, como quieras. Si necesitas
ayuda grita, e iré a buscarte. ¡Te estaré mo-ni-to-ri-zan-do! ¡Ja,
ja, ja!
—Sí, ¿pero cómo llego allí?
—Derecha, derecha, izquierda,
izquierda, izquierda, derecha, izquierda, derecha, puerta azul.
—Gracias...
—Ah, y el cuchillo—Pandora sacó un
cuchillo jamonero de una estantería que había en la estancia,
demasiado alta para Malan—. Aquí lo tienes. Trátalo con respeto.
Es muy orgulloso.
—...Vale.
Malan salió de la habitación y tomó
el camino que Pandora le había mandado. En cuanto él se hubo ido,
ella corrió hacia el salón y encendió la televisión. Vio a Reïk
dando vueltas en círculos, con cara de preocupación, y sudando a
chorros.
—¡Por fin empieza el espectáculo!
¡Ja, ja, ja, ja!
Se tiró sobre el sofá y se retiró la
capucha para estar más cómoda.
Maite llegó a su habitación y dejó
las cosas sobre su cama. Ya se iba a marchar cuando fijó la vista en
la capa de terciopelo azul marino. Era mucho más cómoda que la
suya, seguro. Después de todo, alguien la había llevado
anteriormente por el bosque sin queja alguna. Decidió cambiarla por
la suya, y con esto se entretuvo unos cinco minutos. Una vez se hubo
terminado de vestir, se miró en el espejo y sonrió. Estuvo otros
cinco minutos dando vueltas delante del espejo.
Mientras tanto, Reïk daba vueltas en
círculos alrededor de un cristal brillante. Trataba de comunicarse
con Maite a través del colgante, pero no recibía respuesta. Alguien
estaba a punto de irrumpir en el bosque, y aunque todavía no sabía
quién era, sabía con total seguridad que sus intenciones no eran
buenas. Dio un grito de impotencia y se sentó en el suelo, con un
dolor de cabeza incipiente. Siguió mandándole señales a Maite, sin
éxito.
Al final, Maite por fin se
teletransportó de nuevo a la cabaña. Allí, se dio cuenta de que su
colgante no paraba de emitir soniditos, y le dio a la gema.
—¿Reïk?
—¡¡Santa Madre Teresa!! ¡¡Por fin
apareces!! ¿¡Dónde estabas!? ¡¡Está a punto de colarse un
enemigo por el árbol caído que hay al sur del bosque!!
—¡L-lo siento! Me distraje.
—Y tanto que te has distraído, me
cago en tu sombra al amanecer. ¡Muévete! ¡Vamos, ya no queda
tiempo!
Maite desconectó y susurró la
ubicación a la que se quería teletransportar. Entonces tocó la
gema y apareció allí, a tiempo para ver salir a Malan de un agujero
en uno de los árboles cercanos. Llevaba el cuchillo en alto y
amenazaba a la joven transformista con él.
Morfo tocó suavemente a la puerta del
cuarto de Male. Llevaba una bandeja en la mano izquierda con una
tetera humeante de porcelana y dos tazas. Le habría gustado llevar
galletitas, pero no había. Alguien se las había comido.
—Adelante—casi susurró una voz en
su interior.
Morfo entró. Vio a Male sorbiendo
mocos y con cara de haber estado llorando mucho. El joven cerró con
cuidado la puerta, dejó la bandeja sobre la mesa y se sentó en la
cama, a su lado.
—¿Lo mismo otra vez?
—Ahora son pesadillas—dijo ella,
temblando—. Sueño que soy Joel y noto cómo Nerea clava el
cuchillo en mi garganta todas las veces que se lo clavó a él. Una y
otra vez. Y cada vez me siento peor...
—Ya hemos hablado de esto. No fue
culpa tuya.
—¡Si hubiera reaccionado antes Joel
seguiría vivo!
—Tú no tenías por qué saber nada.
¿Entiendes lo que digo? Nada.
—Pero la sombra...
—¡¡Tú no tenías por qué
saberlo!!
Male miró con los ojos muy abiertos a
Morfo. Había pasado de abrazarla a casi aplastarla contra su pecho,
y su expresión denotaba una rabia inusual. En cuanto se dio cuenta
la soltó y, avergonzado, miró hacia el otro lado de la habitación.
—Lo siento...
—No pasa nada.
—Es que no quiero que pienses cosas
que no son. Te hacen daño.
—Yo...
—Calla, anda...
Volvió a abrazarla cariñosamente.
—De verdad que lo siento—le susurró
él al oído.
—Hmm...
—¿Me perdonas?
—Que sí, bobo...
—Vale...
Estuvieron un rato largo así,
abrazados, sin decir nada. Al final, Male acabó pidiendo algo de té,
y él se levantó, sirvió dos tazas, le dio una a la joven y se
sentó en el butacón. Ahora los dos miraban las tacitas
tranquilamente, y aunque Male sentía unas terribles ganas de llorar,
la compañía del adorable Morfo las mitigaba. Alguien entonces tocó
a la puerta, y Male volvió a susurrar como antes.
—Adelante.
Vittorio apareció por la puerta con
otra bandeja de té, pero se quedó parado en el umbral mirando a
Morfo con una expresión entre sorpresa e ira. Morfo a su vez lo
miraba divertido y sarcástico, y se reclinó en el sofá.
—¡Muy buenas, jefe!
—Morfo, tú eras el encargado de la
sala número cuatro ahora. ¿Qué haces que no estás trabajando?
—Ali me ha pedido que le cambie el
turno. Al parecer había ciertos volúmenes en la sala cuatro que
quería mirar cuanto antes, y la verdad es que nunca viene mal que te
deban favores.
Male había puesto mala cara cuando
Vittorio había entrado, pero de eso no se había dado cuenta él.
Morfo, sin embargo, sí, y tenía que hacer grandes esfuerzos por
contener la risa delante del líder.
—Como sea. ¿No tienes más papeleo
que hacer?
—Las salas seis, siete y nueve ya
están organizadas. Falta la ocho, pero Jack está como loco por
encontrar los manuscritos que Maite se había llevado de allí y
hasta que no los encuentre no parará, así que no merece mucho la
pena empezar ahora. Y el resto de salas les tocan a Ali y a Jack
precisamente, así que ahora sólo me toca esperar a que llegue el
turno que le he cambiado a Ali en la sala cuatro.
—¿Y no puedes pasarlo... leyendo?
—Male tiene mejores historias que
contar que un libro, ¿lo sabías?
—Pero si yo no te he contado
prácticamente nada—dijo Male, en voz baja.
—Eso es lo que tú crees—le
contestó él dulcemente—. Toda tú eres una historia con patas. Y
no hay mayor placer para la vista y para la mente que leerte.
—Bueno, basta ya—interrumpió
Vittorio—. ¿Puedes dejarnos a solas un momento, Morfo?
—Claro, jefe—le guiñó un ojo a
Male—, ¿me llevo la bandeja del té?
—Sí.
Morfo se levantó del butacón y cogió
la bandeja. Se la ofreció a Male para que dejara la taza, y ella le
sonrió y dejó su bebida por terminar suavemente sobre la pieza de
plata. El joven se marchó dando un portazo, pero iba riendo por el
pasillo y se le escuchaba perfectamente. Ya no se contenía.
—Bien, Male. Tenemos que hablar de lo
que pasó en la mansión de Todo...
—Aaaagh... ¿Otra vez con eso? Ya he
hablado lo suficiente del tema con Morfo. No tengo ganas de esto
ahora.
—Pensé que después de haber
asesinado a alguien estarías mucho más traumatizada de lo que
parece.
—Las cosas no siempre son lo que
parecen. Trabajando en lo que trabajas me extraña que no lo sepas
ya.
—Eh, cuidado. Yo no te estoy hablando
mal.
—Estás intentando forzarme a que
hable de algo de lo que no me apetece. ¡Y lo peor es que ni siquiera
es la primera vez! ¿Qué quieres, que siga llorando? ¿Que me
mortifique más de lo que ya lo hago y que te lo demuestre? Morfo no
me hace esas cosas. Morfo es más amable. Quiere verme feliz.
—¡Yo también quiero verte feliz!
—¡Tú sólo quieres verme feliz por
mi relación con el Lago de la Luna! ¿Acaso crees que no te he visto
intentar hojear mi libro? ¿Crees que me hacía gracia que fueras a
ocuparte de tus “asuntos” y que me dejaras tirada como lo hacías?
¿¡Crees que no te oía hablar con Evan!?
—Tranquilízate, por favor.
—¡No!—se levantó de la cama—.
¡Estoy cansada de que vengas a mis aposentos con la excusa de que me
quieres y que quieres verme feliz, cuando en realidad no es así! ¡No
necesitas de mis explicaciones para saber qué fue lo que pasó,
Garret te lo puede contar! ¡De lo que deberías ocuparte ahora es de
ayudar a Bocha y al resto de maestros a salir de allí, porque están
en peligro! ¡Y sin su ayuda, ni Lago de la Luna ni leches para ti!
—¡Escúchame! ¡Tú no tienes ni
idea de lo que significa ser el líder de la Organización! Algunas
cosas tienen prioridad sobre otras. ¿Qué pasaría si apartara mi
vista durante un solo segundo del objetivo de Pandora?
—¡Probablemente ganarías tropas
para luchar contra ella!
—¡Pero tendría que luchar, y eso es
precisamente lo que intento evitar!
—¡¡Pues algunas veces hay que
afrontar el hecho de que eso no se puede hacer!!
Se quedaron mirando fijamente durante
un momento. Vittorio finalmente dejó su bandeja sobre la mesa y se
sentó en el borde de la cama. Male miraba hacia la pared.
—Lo siento. Tendría que estar más
atento...
—Tendrías que ser mejor líder. Eso
es lo que tendrías que hacer. En lugar de mandar a Maite y a Reïk a
vigilar el lago tendrías que haberlos enviado a salvar a tus amigos.
No ya a tus compañeros. Tus condenados amigos, Vittorio. Y también
los míos.
—Los necesitaba en el lago.
—¿Para qué, a ver?
—Para que vigilen. ¡¡Para que
vigilen tu puta casa, Male!! ¿¡Todavía no lo entiendes!? ¡¡Si
estoy vigilando el lago es porque ahí hay algo que podría hacer
daño a la gente!!
—¿¡Y por qué no me mandas a mí en
lugar de a ellos dos!? ¡¡Yo conozco el bosque mejor que nadie,
maldita sea!!
—¡¡Tú estabas TRAUMATIZADA!!
¿¡Cómo COÑO quieres que te envíe allí a luchar contra un
enemigo que no conoces!? ¡¡Hasta Reïk tiene más ventaja en
eso!!
—¿¡Me estás llamando inútil!?
—¿¡Me estás llamando inútil!?
—¡¡Tú estás intentando decirme
cómo se supone que tengo que llevar a cabo MI LIDERAZGO!! ¡¡Así
que yo puedo llamarte lo que me dé la gana!! ¿¡ENTIENDES, O
TAMPOCO TE LLEGA EL ENTENDIMIENTO PARA ESO!?
Male se lo quedó mirando con los ojos
abiertos de par en par. Acto seguido se levantó de la cama y, fuera
de sí, gritó.
—¡¡FUERA DE MI HABITACIÓN, HIJO DE
PUTA SIN SENTIMIENTOS!!
—¡¡PUES MUY BIEN!! ¡¡AHÍ TE
COMAS TU PUTO TRAUMA TÚ SOLITA!!
Y entonces Vittorio salió, furioso,
del cuarto de Male, y no se le olvidó dar un fuerte portazo.
Mientras se dirigía hacia la sala ocho, oyó cómo Male rompía a
llorar, y sus sollozos pudieron escucharse a lo largo y ancho de toda
la Biblioteca.
—¿Eso que se oye es Male llorando?
—Qué agudo.
—Eres un bestia. Así no se trata a
la gente.
—¿Tú qué sabrás? No te metas en
mi vida.
Jack observó atentamente todos los
movimientos de Vittorio. Podía notar la rabia de su compañero
dándole en la cara, ardiente como el viento del desierto, y desde
ese momento supo que iba a haber problemas. Y gordos.
Pero estaba tranquilo. Male estaba a
salvo, y eso era lo importante. Aunque estuviera triste. Siguió
buscando los manuscritos que se suponía que Maite había devuelto, y
revisó los catálogos por si se le había pasado mirar en algún
sitio.
—¿Sabes dónde he puesto mi
revolver?—preguntó Vittorio desde detrás de una estantería.
Jack dio un respingo. Se había vuelto
a sumergir en su mundo y esa pregunta le había puesto nervioso.
Tanto por repentina como por peligrosa.
—¿Para qué lo quieres?
—Practicar tiro.
—No, no lo he visto.
—¿Míster Orden no sabe dónde está
mi revolver cuando tiene catalogada hasta la última mota de polvo de
todo el edificio? No me lo creo.
—Lo habrás dejado en otro sitio.
—Jack, VIVO AQUÍ. ¿En qué otro
sitio puedo haberlo metido?
—¿Y yo qué sé? No ando vigilando
dónde pones tus cosas. Y tampoco necesito un revólver.
—Tsk.
Vittorio siguió buscando y Jack
mirando los catálogos. Ahora el bibliotecario sudaba: sabía que el
revólver no era para practicar tiro. Al menos, no de la forma
convencional. Mientras pensaba en las posibles aplicaciones del arma
en manos de su rabioso dueño, entró Lucas, terriblemente asustado.
—Ha aparecido Malan—musitó, blanco
como una pared.
—¡Vaya! Eso es una buena noticia.
¿Dónde está?—sonrió Jack.
—En el Lago de la Luna—continuó
Lucas—; concretamente, amenazando a Maite con un cuchillo.
Vittorio miró a Jack y él, con el
rostro totalmente desencajado, le dijo a Lucas lo que tenía que
hacer.
—Busca a Ali y vete con ella y Galia
al bosque. Impedid que...
—No—interrumpió Vittorio—. Que
vayan Morfo y Male.
—¿¡Pero tú estás loco!?—gritó
Jack—. ¡¡Sabes de sobra que NO podemos mandar a Male!! ¡Y mucho
menos con Morfo! ¿Tienes idea de lo peligroso de tu gilipollez?
—Voy a explicarte una cosilla de
nada—dijo Vittorio tranquilamente—. Si yo no estoy mandas tú y
se hace lo que tú digas. Pero ahora mismo estoy presente, y tú
estás por debajo de mi posición. Así que acepta lo que te digo o
habrá consecuencias.
—¿¡Qué consecuencias ni qué
calamares en vinagre!? ¡¡Sabes de sobra el motivo por el cual no
tenemos la misma maldita posición!!
—Y, por eso, cierra la boca y asume
lo que hay. Lucas—dirigió la mirada al otro joven—, llama a
Morfo y pasa a recoger a Male. Y deprisa.
—...Sí, señor.
Lucas salió de la habitación con
calma. Jack cerró la carpeta de anillas que llevaba en la mano, la
dejó con un golpetazo sobre la mesa y salió tras él.
—Lucas—le llamó—, espera.
—Yo lo siento, tío—se disculpó—,
pero Vittorio tiene razón. Técnicamente él está una posición por
encima de ti, así que si tengo que obedecer a alguno de los dos
tiene que ser a él. Por idiota que sea su decisión. Que lo es.
—Al menos hazme un favor: ve con
ellos. No te ha prohibido que lo hagas, y así Male estará más
vigilada.
—Como me meta en un lío no vas a
tener jungla para correr.
—Con esa cara tan seria parece que lo
digas de verdad y todo.
—Soy un mago del humor.
—Venga, mueve el culo.
—¿Morfo?—Lucas no tocó al entrar
en el cuarto. El chico tenía el boli en la boca apuntando hacia el
cielo, y mantenía el equilibrio con las dos patas delanteras de la
silla levantadas, en un pleno desafío a la gravedad y la mala
suerte.
—Hey.
—¿Interrumpo algo?
—Estaba componiendo, pero me he
atascado. ¿Se te ocurre algo que te inspire miedo pero a la vez
calma?
—No.
—Vaya. Bueno, dime—volvió a poner
la silla sobre sus cuatro patas.
—Malan ha aparecido en el Lago de la
Luna y está amenazando a Maite con un cuchillo. Hay que darse prisa.
Avisa a Male.
—¿A Male? ¿Quién coño ha sido el
lumbreras que ha ordenado eso?
—Vittorio.
—Muy bien, para acabarlo de arreglar.
No pienso llevarla—tiró el boli sobre la mesa, visiblemente
enfadado, y se puso las botas—. Iré yo si hace falta, pero Male se
queda aquí.
—Jack también ha protestado y
Vittorio le ha amenazado. A ti no te tiene en tan alta estima como a
él, así que yo de ti obedecería. Y yo tampoco estoy de acuerdo,
eh. Así que voy con vosotros, para ayudar.
—¿Estima? El hijo de puta
literalmente me suplicó que me quedase aquí para ayudarle con esta
mierda, ¿y ahora nos ponemos a hablar de estima?
—En serio, Morfo. Male va a ir te
guste o no, así que...
—¡¡Bien, a la mierda!! ¡¡El plan
al carajo!! Total ya qué coño importa discutir.
Morfo salió furibundo de su
habitación, y Lucas lo siguió. Se dirigieron al cuarto de Male y,
conforme se fueron acercando, Morfo se fue serenando. Aún se oían
los pucheros de la pobre chica.
—¿Male?—Morfo tocó antes de
entrar.
—Pasa—musitó ella.
Lucas se quedó fuera. Male se había
levantado y sorbía los mocos mientras acariciaba su libro con las
yemas de los dedos. A Morfo le entró angustia.
—Prepárate. Ha aparecido Malan,
tenemos que irnos.
—Menos mal, pobrecito. ¿Cómo está?
—Amenazando a Maite con un cuchillo.
Así está.
—¿¡Que qué!?—miró a Morfo,
estupefacta—. ¿Dónde están?
—...En el Lago de la Luna—tragó
saliva con dificultad.
—...
Los ojos de Male pasaron de la sorpresa
y la indignación a una rabia fría y destructiva. Cogió su capa, su
varita, se puso las botas y salió por la puerta.
—Me voy a cargar a ese puto crío de
mierda.
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