sábado, 2 de mayo de 2015

Capítulo XXIII - Dos jaques

Bocha despertó tumbado de lado en un suelo de cemento, frío y húmedo, con olor a tierra mojada y un color pardo indescifrable en la semioscuridad que cubría la pequeña habitación. Se incorporó y se apoyó, sentado, en la pared que tenía justo al lado, sujetándose la cabeza entre las manos. Le daba pinchazos.
—¡Eh, el chaval se ha despertado!—gritó una voz.
Ese grito resonó en su cabeza como si diez mil agujas se clavaran en su mente. Aturdido, miró alrededor suyo, pero sólo fue capaz de distinguir sombras difusas que se movían dando vueltas ante sus ojos.
—No grites, ¿quieres? Por el golpe que se dio en la cabeza, yo diría que ahora debe de tener una migraña y unos mareos como mínimo interesantes.
—¡Pero estoy emocionado!
—A nadie le importa—espetó una tercera voz—. Dios, ojalá tuviese acceso a una cámara de gas.
—Ese es principalmente uno de los motivos por los cuales te han encerrado aquí—dijo la segunda voz. Sonaba tranquila y grave. Era como una suave manta que relajaba los sentidos del aturdido joven y los cubría de seguridad y calidez—. Así que a callar.
—¡Y una puta mierda! Me encerraron aquí por “precaución”. Ojalá tuviera a mano una cámara de gas Y un ordenador. Os iba a meter tal palo por el culo a cada uno de vosotros que hasta mi alumno se habría sorprendido—hubo una pausa—. La verdad es que ahora empiezo a verle el sentido a que me encerraran.
Bocha, entre delirios y dolores, comprendió que la voz que se quejaba y soltaba alaridos amenazando a los presentes con gasearlos no era otra que la de Kay, el maestro de Garret. Lo habían encerrado con los maestros, y obviamente su indignación era digna de mención.
—Cierra la boca ya, maldita sea—gruñó una voz femenina y cascada—, algunos intentamos dormir.
Y todo el mundo guardó silencio. Eso le dio a Bocha la oportunidad de serenarse y conseguir que su mareo cediera un poco, dándole la estabilidad necesaria para no caer redondo al suelo si se levantaba con la suficiente precaución. Al fin, sus ojos se acostumbraron a la oscuridad y vio una celda lóbrega y medianamente limpia, aunque no lo suficiente como para no dejar manchas de mugre en los pantalones de quien se sentaba en el suelo. En una de las camas había sentado un hombre que respiraba deprisa y que le recordaba a Ranusa. No parecía capaz de estarse quieto. En un escritorio al otro lado de la diminuta celda había un hombre vestido ricamente, pero desaliñado y con las ropas ajadas y destrozadas. Miraba fijamente a un tablero de ajedrez y jugueteaba con algo en la mano derecha, fuera del alcance de visión de Bocha.
—¿Dónde estoy?—consiguió articular, finalmente.
—En los calabozos de Todo—dijo el hombre sentado al escritorio—. ¿Crees que podrás acercarte?
—No lo sé.
—Inténtalo—espetó Kay desde la celda de enfrente—. Total, como mucho podrías perder el equilibrio...
—Y los sesos si se da en la sien. ¡Heh!—rió el que estaba sentado en el camastro. Se levantó de un salto y le tendió la mano a Bocha mientras a este le daba un escalofrío—. Anda, yo te ayudo.
—G-gracias.
—A la mierda, aquí es imposible dormir—volvió a quejarse la mujer—. ¿Quién es el chaval?
—El alumno de Bego—Kay escupió en el suelo.
—Eso me da una confianza en él brutal—ironizó ella—. Seguro que lo han manipulado como manipularon a Nerea. Tsk.
—Eh. Estaré mareado, pero no soy sordo ni gilipollas—gruñó Bocha en un susurro, apoyándose en el hiperactivo—. Si me hubieran manipulado me habrían tratado mejor, o al menos lo suficientemente bien como para no dejarme atontado y poder cortaros la cabeza a todos y cada uno de vosotros nada más llegara aquí.
—Además—el tipo del ajedrez hizo un ademán con la mano izquierda—, algunos de nosotros estamos aquí por propia voluntad. ¿Verdad, MDM?
—Cierra el pico, Nüne—espetó la voz ronca—, ellos lo saben.
—Y nosotros sabemos que lo saben, querida. Rafa, acércame al chaval.
El hombre hiperactivo acompañó a Bocha hasta la mesa de Nüne. El muchacho se sujetó al borde cuando llegó allí.
—Así que tú eres el famoso Nüne Wïrts—dijo, no sin cierta dificultad—. Tu hijo cree que estás muerto.
—Ya, ya lo sé.—no levantó la vista del tablero que estaba mirando, con las piezas repartidas en una especie de pantano de fichas en el que apenas se podía jugar.
—¿No te gustaría darle la alegría de saber que estás vivo?
—Sí.
—Y, si puedes salir de aquí tan fácilmente como dices, ¿por qué no lo haces?
—Nunca dije que yo pudiera hacerlo—le destellearon los ojos—, pero es una interesante deducción. De cualquier modo, te estaba esperando a ti, al igual que Rafa.
—También me conocen como el Mensajero Veloz—el hombre hiperactivo le dio una palmada en la espalda, desequilibrándolo levemente—. ¡Mucho gusto!
Bocha miró a sus dos interlocutores y luego al tablero de ajedrez. Se tomó la libertad de mover una de las fichas a uno de los espacios posibles que había.

Jaque mate al rey blanco.


Reïk y Maite avanzaban por el bosque, iluminado de forma difusa por las luces azules de los cristales que surgían del suelo y por los tímidos rayos del creciente de luna. Ali iba encabezándolos con un candil de luz continuada, de un tono rojo anaranjado que no llegaba a ser el de una vela. Finalmente llegaron al claro del bosque donde se encontraba el lago, tras un largo rato caminando.
—Es mucho más grande de lo que yo creía—dijo Reïk, impresionado.
—Aquí se crió Male desde los ocho años—anunció Ali—. En el fondo duerme lo que ya sabéis, supongo.
—El bicho que tiene el enlace con Male—musitó Mai—. Qué horror.
—Sí, pues hay que defenderlo—contestó Ali—, y esa es vuestra tarea de hoy. No dejéis que nadie se acerque en un perímetro de diez kilómetros.
—¿Tanto?—dijo Reïk.
—Tanto—contestó la joven de pelo viscoso—. Hay que curarse en salud. Además, no creo que os resulte complicado. Maite seguro que ya se puede mover por aquí como por su casa.
—De hecho no sé por qué sigo aquí. Ese nido de árboles me está gritando que vaya a explorarlo.
—Bueno, pues adelante. Los colgantes también sirven de transmisores, así que si Reïk detecta que alguien se acerca con su visión del futuro, podrá comunicártelo para que llegues allí a tiempo y le detengas. Ese es el plan, ¿entendido?
—Más fácil imposible—dijo Maite transformándose en una pantera negra.
—Eeentendido.
Maite desapareció entre la espesura, Ali se desvaneció en el aire y Reïk se sentó en la orilla, mirando al lago, y profundamente concentrado.

Al cabo de veinte minutos, Maite dejó de correr de un lado a otro. Había encontrado una cabañita hecha de madera y lianas, muy bien construida, y también muy bien fortificada. Pasó volando por encima de las trampas convertida en un tucán y se coló en el interior por debajo de la puerta, transformada en hormiga. Después se volvió humana y registró lo que pudo en la oscuridad que la rodeaba. Tropezó con un candil de luz interna que accionó con la manivela de intensidad para comprobar que funcionaba como tocaba. Lo hacía, así que investigó la chocita.
El interior de la casita estaba formado básicamente por lo que parecía una sala de estar multifuncional, con un montón de cazos sobre una mesa que había en el medio y una neverita que funcionaba de una forma que Maite recordaba haber leído un par de noches atrás. Dentro de la nevera había unas pocas verduras pasadas y carne podrida. El olor pestilente de ambas cosas convenció a Maite de cerrar el pequeño electrodoméstico y no volverlo a abrir.
Había un espejo de cuerpo entero que en realidad no era un espejo. Maite lo averiguó cuando se acercó a examinarlo de cerca. Eran varias placas del cristal azul que habían visto al llegar al bosque y que estaban por todas partes. Unidas de un modo complejo y delicado podían llegar a reflectar la luz y servir como espejo. A Maite le asombró ese descubrimiento.
Siguió mirando por la habitación y vio una estantería llena de cuadernos. Estaban todos empapados, o al menos lo habían estado. La tinta de todos los cuadernos había sido diluida por el agua, echándose a perder todo el contenido. Maite lo lamentó, y siguió investigando.
Además de una silla, un taburete y un trébede de hierro, encontró una puertecita detrás de la estantería. Estaba muy bien disimulada, al parecer para asegurarse de que nadie la encontraba. Apartó el mueble con cuidado de no desmontarlo y trató de entrar girando el pomo, pero no lo consiguió. Estaba cerrada.
Buscó la llave por toda la habitación, pero no fue capaz de encontrarla. Al final se cansó y entró por debajo como había hecho con la puerta principal: transformada en hormiga. Sin embargo, lamentó tener que dejar el candil atrás, así que volvió a la habitación original y simplemente forzó la entrada a base de empujones.
Cuando por fin derribó la puerta, encontró una pequeña estufa metálica de color negro que dirigía el humo por un tubo hacia arriba, fuera de la cabaña. También había una cama bastante grande, con arregladas y preciosas sábanas de tela suave, que olían a flores secas. Había una lamparita que no funcionaba sobre una rudimentaria mesita de noche y un armario de dos puertas.
Maite miró debajo de la cama y encontró un arcón de hierro sin cerradura. Al abrirlo, vio más cuadernos como los que había en la estantería de la sala anterior, pero estos no estaban estropeados. Los hojeó pausadamente, sin realmente leer nada. Sólo miraba. Cuando acabó de leer el primero de los cinco que había, los dejó sobre la cama y pasó a mirar el armario.
Cuando lo abrió se llevó una de las láminas de madera consigo. Estaba rota desde hacía tiempo, y simplemente la habían dejado ahí para que no ocupara más espacio del necesario. No supo como volverla a enganchar a las guías, así que la dejó apartada y exploró el interior del mueble.
Dentro había más sábanas limpias y ropa de mujer, la cual estaba rota, pero limpia. Había un par de prendas que estaban en perfecto estado: una capa azul marino de terciopelo y un vestido negro con ribetes plateados. Aparte de eso, ya no había nada más.
Se sentó en la cama y pensó durante un momento qué haría con todo aquello. Inconscientemente se puso a jugar con el colgante que llevaba, y al cabo del rato cayó. Podía teletransportarse hasta su habitación en la Gran Biblioteca y dejarlo todo allí.
También pensó en las consecuencias que eso podría acarrear. Si Reïk la avisaba de que alguien se acercaba en ese margen de tiempo, podría no ser capaz de llegar a tiempo. Sin embargo, también pensó en que si Reïk le decía que fuera, podría teletransportarse al lugar que él le indicara en lugar de volver a la cabaña y salir desde allí, así que, decidida, envolvió todo lo que había encontrado que era de utilidad en una de las sábanas.
—A mi habitación de la Gran Biblioteca—dijo.
Y, tras tocar la gema, se teletransportó allí.


—¿Malancito?
—¿Síii?
—¿Qué estás haciendo?
—Busco cuchillos.
—¿Para qué?
—Hmmm...—Malan se dio la vuelta y miró hacia el techo—. Tú ya has estado en el Lago de la Luna, ¿verdad?
—¡Claro que sí! Ya sabes lo que hay ahí, ya te lo he contado yo.
—Yo también quiero ir.
—¿Para qué?
—Para ocuparme de un asuntillo.
—Bueno, como quieras. Si necesitas ayuda grita, e iré a buscarte. ¡Te estaré mo-ni-to-ri-zan-do! ¡Ja, ja, ja!
—Sí, ¿pero cómo llego allí?
—Derecha, derecha, izquierda, izquierda, izquierda, derecha, izquierda, derecha, puerta azul.
—Gracias...
—Ah, y el cuchillo—Pandora sacó un cuchillo jamonero de una estantería que había en la estancia, demasiado alta para Malan—. Aquí lo tienes. Trátalo con respeto. Es muy orgulloso.
—...Vale.
Malan salió de la habitación y tomó el camino que Pandora le había mandado. En cuanto él se hubo ido, ella corrió hacia el salón y encendió la televisión. Vio a Reïk dando vueltas en círculos, con cara de preocupación, y sudando a chorros.
—¡Por fin empieza el espectáculo! ¡Ja, ja, ja, ja!
Se tiró sobre el sofá y se retiró la capucha para estar más cómoda.


Maite llegó a su habitación y dejó las cosas sobre su cama. Ya se iba a marchar cuando fijó la vista en la capa de terciopelo azul marino. Era mucho más cómoda que la suya, seguro. Después de todo, alguien la había llevado anteriormente por el bosque sin queja alguna. Decidió cambiarla por la suya, y con esto se entretuvo unos cinco minutos. Una vez se hubo terminado de vestir, se miró en el espejo y sonrió. Estuvo otros cinco minutos dando vueltas delante del espejo.

Mientras tanto, Reïk daba vueltas en círculos alrededor de un cristal brillante. Trataba de comunicarse con Maite a través del colgante, pero no recibía respuesta. Alguien estaba a punto de irrumpir en el bosque, y aunque todavía no sabía quién era, sabía con total seguridad que sus intenciones no eran buenas. Dio un grito de impotencia y se sentó en el suelo, con un dolor de cabeza incipiente. Siguió mandándole señales a Maite, sin éxito.

Al final, Maite por fin se teletransportó de nuevo a la cabaña. Allí, se dio cuenta de que su colgante no paraba de emitir soniditos, y le dio a la gema.
—¿Reïk?
—¡¡Santa Madre Teresa!! ¡¡Por fin apareces!! ¿¡Dónde estabas!? ¡¡Está a punto de colarse un enemigo por el árbol caído que hay al sur del bosque!!
—¡L-lo siento! Me distraje.
—Y tanto que te has distraído, me cago en tu sombra al amanecer. ¡Muévete! ¡Vamos, ya no queda tiempo!
Maite desconectó y susurró la ubicación a la que se quería teletransportar. Entonces tocó la gema y apareció allí, a tiempo para ver salir a Malan de un agujero en uno de los árboles cercanos. Llevaba el cuchillo en alto y amenazaba a la joven transformista con él.


Morfo tocó suavemente a la puerta del cuarto de Male. Llevaba una bandeja en la mano izquierda con una tetera humeante de porcelana y dos tazas. Le habría gustado llevar galletitas, pero no había. Alguien se las había comido.
—Adelante—casi susurró una voz en su interior.
Morfo entró. Vio a Male sorbiendo mocos y con cara de haber estado llorando mucho. El joven cerró con cuidado la puerta, dejó la bandeja sobre la mesa y se sentó en la cama, a su lado.
—¿Lo mismo otra vez?
—Ahora son pesadillas—dijo ella, temblando—. Sueño que soy Joel y noto cómo Nerea clava el cuchillo en mi garganta todas las veces que se lo clavó a él. Una y otra vez. Y cada vez me siento peor...
—Ya hemos hablado de esto. No fue culpa tuya.
—¡Si hubiera reaccionado antes Joel seguiría vivo!
—Tú no tenías por qué saber nada. ¿Entiendes lo que digo? Nada.
—Pero la sombra...
—¡¡Tú no tenías por qué saberlo!!
Male miró con los ojos muy abiertos a Morfo. Había pasado de abrazarla a casi aplastarla contra su pecho, y su expresión denotaba una rabia inusual. En cuanto se dio cuenta la soltó y, avergonzado, miró hacia el otro lado de la habitación.
—Lo siento...
—No pasa nada.
—Es que no quiero que pienses cosas que no son. Te hacen daño.
—Yo...
—Calla, anda...
Volvió a abrazarla cariñosamente.
—De verdad que lo siento—le susurró él al oído.
—Hmm...
—¿Me perdonas?
—Que sí, bobo...
—Vale...
Estuvieron un rato largo así, abrazados, sin decir nada. Al final, Male acabó pidiendo algo de té, y él se levantó, sirvió dos tazas, le dio una a la joven y se sentó en el butacón. Ahora los dos miraban las tacitas tranquilamente, y aunque Male sentía unas terribles ganas de llorar, la compañía del adorable Morfo las mitigaba. Alguien entonces tocó a la puerta, y Male volvió a susurrar como antes.
—Adelante.
Vittorio apareció por la puerta con otra bandeja de té, pero se quedó parado en el umbral mirando a Morfo con una expresión entre sorpresa e ira. Morfo a su vez lo miraba divertido y sarcástico, y se reclinó en el sofá.
—¡Muy buenas, jefe!
—Morfo, tú eras el encargado de la sala número cuatro ahora. ¿Qué haces que no estás trabajando?
—Ali me ha pedido que le cambie el turno. Al parecer había ciertos volúmenes en la sala cuatro que quería mirar cuanto antes, y la verdad es que nunca viene mal que te deban favores.
Male había puesto mala cara cuando Vittorio había entrado, pero de eso no se había dado cuenta él. Morfo, sin embargo, sí, y tenía que hacer grandes esfuerzos por contener la risa delante del líder.
—Como sea. ¿No tienes más papeleo que hacer?
—Las salas seis, siete y nueve ya están organizadas. Falta la ocho, pero Jack está como loco por encontrar los manuscritos que Maite se había llevado de allí y hasta que no los encuentre no parará, así que no merece mucho la pena empezar ahora. Y el resto de salas les tocan a Ali y a Jack precisamente, así que ahora sólo me toca esperar a que llegue el turno que le he cambiado a Ali en la sala cuatro.
—¿Y no puedes pasarlo... leyendo?
—Male tiene mejores historias que contar que un libro, ¿lo sabías?
—Pero si yo no te he contado prácticamente nada—dijo Male, en voz baja.
—Eso es lo que tú crees—le contestó él dulcemente—. Toda tú eres una historia con patas. Y no hay mayor placer para la vista y para la mente que leerte.
—Bueno, basta ya—interrumpió Vittorio—. ¿Puedes dejarnos a solas un momento, Morfo?
—Claro, jefe—le guiñó un ojo a Male—, ¿me llevo la bandeja del té?
—Sí.
Morfo se levantó del butacón y cogió la bandeja. Se la ofreció a Male para que dejara la taza, y ella le sonrió y dejó su bebida por terminar suavemente sobre la pieza de plata. El joven se marchó dando un portazo, pero iba riendo por el pasillo y se le escuchaba perfectamente. Ya no se contenía.
—Bien, Male. Tenemos que hablar de lo que pasó en la mansión de Todo...
—Aaaagh... ¿Otra vez con eso? Ya he hablado lo suficiente del tema con Morfo. No tengo ganas de esto ahora.
—Pensé que después de haber asesinado a alguien estarías mucho más traumatizada de lo que parece.
—Las cosas no siempre son lo que parecen. Trabajando en lo que trabajas me extraña que no lo sepas ya.
—Eh, cuidado. Yo no te estoy hablando mal.
—Estás intentando forzarme a que hable de algo de lo que no me apetece. ¡Y lo peor es que ni siquiera es la primera vez! ¿Qué quieres, que siga llorando? ¿Que me mortifique más de lo que ya lo hago y que te lo demuestre? Morfo no me hace esas cosas. Morfo es más amable. Quiere verme feliz.
—¡Yo también quiero verte feliz!
—¡Tú sólo quieres verme feliz por mi relación con el Lago de la Luna! ¿Acaso crees que no te he visto intentar hojear mi libro? ¿Crees que me hacía gracia que fueras a ocuparte de tus “asuntos” y que me dejaras tirada como lo hacías? ¿¡Crees que no te oía hablar con Evan!?
—Tranquilízate, por favor.
—¡No!—se levantó de la cama—. ¡Estoy cansada de que vengas a mis aposentos con la excusa de que me quieres y que quieres verme feliz, cuando en realidad no es así! ¡No necesitas de mis explicaciones para saber qué fue lo que pasó, Garret te lo puede contar! ¡De lo que deberías ocuparte ahora es de ayudar a Bocha y al resto de maestros a salir de allí, porque están en peligro! ¡Y sin su ayuda, ni Lago de la Luna ni leches para ti!
—¡Escúchame! ¡Tú no tienes ni idea de lo que significa ser el líder de la Organización! Algunas cosas tienen prioridad sobre otras. ¿Qué pasaría si apartara mi vista durante un solo segundo del objetivo de Pandora?
—¡Probablemente ganarías tropas para luchar contra ella!
—¡Pero tendría que luchar, y eso es precisamente lo que intento evitar!
—¡¡Pues algunas veces hay que afrontar el hecho de que eso no se puede hacer!!
Se quedaron mirando fijamente durante un momento. Vittorio finalmente dejó su bandeja sobre la mesa y se sentó en el borde de la cama. Male miraba hacia la pared.
—Lo siento. Tendría que estar más atento...
—Tendrías que ser mejor líder. Eso es lo que tendrías que hacer. En lugar de mandar a Maite y a Reïk a vigilar el lago tendrías que haberlos enviado a salvar a tus amigos. No ya a tus compañeros. Tus condenados amigos, Vittorio. Y también los míos.
—Los necesitaba en el lago.
—¿Para qué, a ver?
—Para que vigilen. ¡¡Para que vigilen tu puta casa, Male!! ¿¡Todavía no lo entiendes!? ¡¡Si estoy vigilando el lago es porque ahí hay algo que podría hacer daño a la gente!!
—¿¡Y por qué no me mandas a mí en lugar de a ellos dos!? ¡¡Yo conozco el bosque mejor que nadie, maldita sea!!
—¡¡Tú estabas TRAUMATIZADA!! ¿¡Cómo COÑO quieres que te envíe allí a luchar contra un enemigo que no conoces!? ¡¡Hasta Reïk tiene más ventaja en eso!!
—¿¡Me estás llamando inútil!?
—¡¡Tú estás intentando decirme cómo se supone que tengo que llevar a cabo MI LIDERAZGO!! ¡¡Así que yo puedo llamarte lo que me dé la gana!! ¿¡ENTIENDES, O TAMPOCO TE LLEGA EL ENTENDIMIENTO PARA ESO!?
Male se lo quedó mirando con los ojos abiertos de par en par. Acto seguido se levantó de la cama y, fuera de sí, gritó.
—¡¡FUERA DE MI HABITACIÓN, HIJO DE PUTA SIN SENTIMIENTOS!!
—¡¡PUES MUY BIEN!! ¡¡AHÍ TE COMAS TU PUTO TRAUMA TÚ SOLITA!!

Y entonces Vittorio salió, furioso, del cuarto de Male, y no se le olvidó dar un fuerte portazo. Mientras se dirigía hacia la sala ocho, oyó cómo Male rompía a llorar, y sus sollozos pudieron escucharse a lo largo y ancho de toda la Biblioteca.


—¿Eso que se oye es Male llorando?
—Qué agudo.
—Eres un bestia. Así no se trata a la gente.
—¿Tú qué sabrás? No te metas en mi vida.
Jack observó atentamente todos los movimientos de Vittorio. Podía notar la rabia de su compañero dándole en la cara, ardiente como el viento del desierto, y desde ese momento supo que iba a haber problemas. Y gordos.
Pero estaba tranquilo. Male estaba a salvo, y eso era lo importante. Aunque estuviera triste. Siguió buscando los manuscritos que se suponía que Maite había devuelto, y revisó los catálogos por si se le había pasado mirar en algún sitio.
—¿Sabes dónde he puesto mi revolver?—preguntó Vittorio desde detrás de una estantería.
Jack dio un respingo. Se había vuelto a sumergir en su mundo y esa pregunta le había puesto nervioso. Tanto por repentina como por peligrosa.
—¿Para qué lo quieres?
—Practicar tiro.
—No, no lo he visto.
—¿Míster Orden no sabe dónde está mi revolver cuando tiene catalogada hasta la última mota de polvo de todo el edificio? No me lo creo.
—Lo habrás dejado en otro sitio.
—Jack, VIVO AQUÍ. ¿En qué otro sitio puedo haberlo metido?
—¿Y yo qué sé? No ando vigilando dónde pones tus cosas. Y tampoco necesito un revólver.
—Tsk.
Vittorio siguió buscando y Jack mirando los catálogos. Ahora el bibliotecario sudaba: sabía que el revólver no era para practicar tiro. Al menos, no de la forma convencional. Mientras pensaba en las posibles aplicaciones del arma en manos de su rabioso dueño, entró Lucas, terriblemente asustado.
—Ha aparecido Malan—musitó, blanco como una pared.
—¡Vaya! Eso es una buena noticia. ¿Dónde está?—sonrió Jack.
—En el Lago de la Luna—continuó Lucas—; concretamente, amenazando a Maite con un cuchillo.
Vittorio miró a Jack y él, con el rostro totalmente desencajado, le dijo a Lucas lo que tenía que hacer.
—Busca a Ali y vete con ella y Galia al bosque. Impedid que...
—No—interrumpió Vittorio—. Que vayan Morfo y Male.
—¿¡Pero tú estás loco!?—gritó Jack—. ¡¡Sabes de sobra que NO podemos mandar a Male!! ¡Y mucho menos con Morfo! ¿Tienes idea de lo peligroso de tu gilipollez?
—Voy a explicarte una cosilla de nada—dijo Vittorio tranquilamente—. Si yo no estoy mandas tú y se hace lo que tú digas. Pero ahora mismo estoy presente, y tú estás por debajo de mi posición. Así que acepta lo que te digo o habrá consecuencias.
—¿¡Qué consecuencias ni qué calamares en vinagre!? ¡¡Sabes de sobra el motivo por el cual no tenemos la misma maldita posición!!
—Y, por eso, cierra la boca y asume lo que hay. Lucas—dirigió la mirada al otro joven—, llama a Morfo y pasa a recoger a Male. Y deprisa.
—...Sí, señor.

Lucas salió de la habitación con calma. Jack cerró la carpeta de anillas que llevaba en la mano, la dejó con un golpetazo sobre la mesa y salió tras él.
—Lucas—le llamó—, espera.
—Yo lo siento, tío—se disculpó—, pero Vittorio tiene razón. Técnicamente él está una posición por encima de ti, así que si tengo que obedecer a alguno de los dos tiene que ser a él. Por idiota que sea su decisión. Que lo es.
—Al menos hazme un favor: ve con ellos. No te ha prohibido que lo hagas, y así Male estará más vigilada.
—Como me meta en un lío no vas a tener jungla para correr.
—Con esa cara tan seria parece que lo digas de verdad y todo.
—Soy un mago del humor.
—Venga, mueve el culo.


—¿Morfo?—Lucas no tocó al entrar en el cuarto. El chico tenía el boli en la boca apuntando hacia el cielo, y mantenía el equilibrio con las dos patas delanteras de la silla levantadas, en un pleno desafío a la gravedad y la mala suerte.
—Hey.
—¿Interrumpo algo?
—Estaba componiendo, pero me he atascado. ¿Se te ocurre algo que te inspire miedo pero a la vez calma?
—No.
—Vaya. Bueno, dime—volvió a poner la silla sobre sus cuatro patas.
—Malan ha aparecido en el Lago de la Luna y está amenazando a Maite con un cuchillo. Hay que darse prisa. Avisa a Male.
—¿A Male? ¿Quién coño ha sido el lumbreras que ha ordenado eso?
—Vittorio.
—Muy bien, para acabarlo de arreglar. No pienso llevarla—tiró el boli sobre la mesa, visiblemente enfadado, y se puso las botas—. Iré yo si hace falta, pero Male se queda aquí.
—Jack también ha protestado y Vittorio le ha amenazado. A ti no te tiene en tan alta estima como a él, así que yo de ti obedecería. Y yo tampoco estoy de acuerdo, eh. Así que voy con vosotros, para ayudar.
—¿Estima? El hijo de puta literalmente me suplicó que me quedase aquí para ayudarle con esta mierda, ¿y ahora nos ponemos a hablar de estima?
—En serio, Morfo. Male va a ir te guste o no, así que...
—¡¡Bien, a la mierda!! ¡¡El plan al carajo!! Total ya qué coño importa discutir.

Morfo salió furibundo de su habitación, y Lucas lo siguió. Se dirigieron al cuarto de Male y, conforme se fueron acercando, Morfo se fue serenando. Aún se oían los pucheros de la pobre chica.
—¿Male?—Morfo tocó antes de entrar.
—Pasa—musitó ella.
Lucas se quedó fuera. Male se había levantado y sorbía los mocos mientras acariciaba su libro con las yemas de los dedos. A Morfo le entró angustia.
—Prepárate. Ha aparecido Malan, tenemos que irnos.
—Menos mal, pobrecito. ¿Cómo está?
—Amenazando a Maite con un cuchillo. Así está.
—¿¡Que qué!?—miró a Morfo, estupefacta—. ¿Dónde están?
—...En el Lago de la Luna—tragó saliva con dificultad.
—...
Los ojos de Male pasaron de la sorpresa y la indignación a una rabia fría y destructiva. Cogió su capa, su varita, se puso las botas y salió por la puerta.

—Me voy a cargar a ese puto crío de mierda.

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